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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

No pongas tus sucias manos sobre Manhattan

La gran tragedia del 11-S fue tomada a la ligera por muchos en Occidente, como si tal cosa. Amplios sectores de la población incluso celebraron el acontecimiento con obsceno regocijo. Desde entonces, quedó evidenciado que en la lucha contra el megaterrorismo gran parte del enemigo se halla entre nosotros, en el interior.

La gran tragedia del 11-S fue tomada a la ligera por muchos en Occidente, como si tal cosa. Amplios sectores de la población incluso celebraron el acontecimiento con obsceno regocijo. Desde entonces, quedó evidenciado que en la lucha contra el megaterrorismo gran parte del enemigo se halla entre nosotros, en el interior.
Esta ligereza, desvergüenza y provocación continúan casi tres años después de la declaración de guerra del islamismo integrista a las sociedades libres, el cual tomó Manhattan como diana contra la que lanzar sus dardos de odio y fuego. Manhattan, Nueva York, Estados Unidos: símbolos vivos del modelo de vida que pretenden destruir las células durmientes musulmanas, los nuevos jinetes del Apocalipsis. En las sociedades libres, como son eso, muy libres y tolerantes, se mueven los agentes del terror con desenvoltura y aun con el decidido apoyo del frente interior de intelectuales, medios de comunicación, políticos, pacifistas y foros sociales y cívicos contra-la-guerra que les regalan ofrendas y coartadas. Esta inmunidad, esta impunidad, deben de revisarse.
 
Ya sabemos cuál es su juego: irritar y desafiar, excitar y hostigar, porque se sienten protegidos por todo aquello que detestan de las sociedades abiertas, porque saben que en ellas no se les va a vigilar y castigar. La artimaña viene de antiguo: se trata de suscitar la reacción de defensa legítima de los ofendidos para reinterpretarla como prueba de represión e intransigencia, de autoritarismo, y hacer que se vuelva contra aquéllos, como un bumerán. Esto es de manual guerrillero, amarillento de añejo, rojo de furia. Sólo han cambiado las formas: ahora las tácticas son más depuradas y sofisticadas; y ha crecido la insurrección en profesionalidad y rango social: hoy, con más descaro que nunca, las fuentes de propaganda se instalan cómodamente en las instituciones, y cohortes de catedráticos, jueces, economistas, diputados, senadores y ministros se suman a la lucha final. El 11-S fue la señal.
 
Uno de los argumentos favoritos de estas estrategias de distracción, infectados de cinismo político y de ética reactiva, consiste en convertir a los Gobiernos que con más decisión actúan contra el terror en responsables directos o indirectos, por activa o por pasiva, de los atentados terroristas. Lo estamos viendo estos días en Estados Unidos y en España. Transfigurar a la víctima en verdugo es el sueño del criminal y del bellaco. Contemplar a un defensor de la libertad sentado ante los Tribunales y verlo arder en el fuego eterno es la fantasía sublimadora de los espíritus innobles y la moral de los esclavos. Durante los últimos días del mes de abril, altos dignatarios del Gobierno estadounidense —Rice, Cheney, Bush— responden ante la Comisión Nacional que investiga los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. ¿Qué pretende esta investigación?
 
Para unos: corregir errores, evitar en lo posible que se repitan los ataques contra la población civil y fortalecer las instituciones democráticas para protegerse de la amenaza terrorista. Para otros: encontrar puntos oscuros, excusas y flecos legales, casos abiertos en canal con los que condenar a los dirigentes democráticos por oponerse a lo que para éstos significa el Terror, tanto hoy como en los viejos tiempos: el medio de poner a los nobles, a los privilegiados, bajo la cuchilla de la guillotina y dar rienda suelta a la sublevación de los pobres, los desposeídos, los descamisados y sans culottes, con el fin de que ocupen el lugar de los primeros, de intervenir sus propiedades y de beberse sus vinos excelentes (en las escuelas y facultades se enseña todavía que la máxima aspiración ética del hombre virtuoso es la de ponerse en el lugar de los otros: desconfiad, ¡oh, hermanos míos!, de este sermón que viene desde la montañas de la Luna porque nosotros no vamos a la montaña). Para la propaganda justificadora del terrorismo no basta hablar de sus causas, a modo de atenuantes o eximentes de la agresión; es preciso llegar a las razones de los atentados, para publicitarlas después a través del New York Times y El País, a saber: “las más altas instancias del poder político norteamericano fueron informadas de que los islamistas estaban preparando acciones terroristas en el interior de EE UU sin que se hiciera nada para impedirlas. Sobre las causas de esta falta de reacción —incompetencia, desidia, connivencia implícita o explícita— seguimos en la ignorancia total.” (José Vidal-Beneyto: “Se alarga la sombra del 11-S”, El País, 1 de mayo de 2004).
 
Helos aquí: estos demagogos de pacotilla, estos maestros del embuste y espadachines de la infamia, estos revolucionarios de salón recreativo, afirman querer saber la verdad antes de votar, mientras siguen regodeándose con el dolor de las víctimas y la incertidumbre de todos, platicando sobre las incógnitas del 11 de septiembre y recreando tramas fantasiosas e insidiosas. Ahí están los José Saramago, Carlos Fuentes, Thierre Meyssan, Gore Vidal, Noam Chomsky, los tunantes de turno de santo oficio, acompañados de una legión de ramonedas, almodóvares y bardemes almorávides con la mano derecha pintada de blanco y la izquierda con el puño cerrado, pasándose las Torres Gemelas por el Arco del Triunfo. Hay que poner freno a la impunidad que estos farsantes que además se instalan o visitan Nueva York para hacer dinero y compras en las tiendas de lujo. Hay que denunciar su infamia. ¡No pongas tus sucias manos sobre Manhattan!
 
Aquí en España, no muy lejos de la Puerta de Alcalá y las Torres Kio, el flamante nuevo ministro de Interior, José Antonio Alonso se apunta al bombardeo y lanza sus misiles contra el anterior Gobierno popular. Se repite la historia y el argumento: Aznar y sus ministros pecaron de “imprevisión política” al no impedir los atentados del 11-M, porque, obsesionados como estaban con el terrorismo etarra, no han pensado ni trabajado, dice, en el terrorismo islámico, aunque su Jefe lo denomina “terrorismo internacional”. Cuando se combate a ETA, lo critican porque hay que atender al islamismo; cuando se ataca Irak, se recuerda que más peligroso son Arabia Saudita, Pakistán y Corea del Norte. Pero, si se actuara sobre éstos o los de más allá, declararían lo contrario, porque entonces habría que recomponer las Brigadas Plus Ultra. En fin, asunto dejà vu, cuento de nunca acabar. Lo penoso de estos tiempos es que los malos no sólo están en la barricada, las universidades y las redacciones de los medios de comunicación sino incluso en el Ministerio de Interior. ¡No pongas tus sucias manos sobre Atocha!
 
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