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ASUNTOS EXTERIORES

Nick Berg. In Memoriam

Nick Berg era un contratista de Philadelphia. Tenía 28 años. Estaba en Irak para ganarse la vida con su negocio de instalación de antenas. De familia judía, se había ido volviendo más y más religioso en los últimos años. Incluso había viajado hacía poco tiempo a Israel con la intención de aprender hebreo. Respaldaba la intervención militar de Irak por parte de su país. Su padre no era de la misma opinión y se había manifestado repetidas veces en contra.

No se sabe el pretexto que llevó al comando de Al-Qaeda a degollarlo y decapitarlo delante de una cámara de vídeo. Pudo ser su nacionalidad americana, que fuera judío, las dos cosas o algún otro hecho que desconocemos. Probablemente no lo sabremos nunca. Por la palidez y la delgadez de Nick Berg, sentado en el suelo, con las manos a la espalda y vestido de naranja, como los presos de Guantánamo, sabemos con toda seguridad que la nacionalidad americana tuvo un papel importante y que entre su secuestro y su decapitación ante la cámara de vídeo debió pasar momentos atroces.
 
Antes de sacar un cuchillo y proceder a degollar y decapitar a Nick Berg, uno de los asesinos encapuchados lee un largo comunicado en el que invoca a Alá repetidas veces y amenaza a los americanos y a los infieles con la misma suerte que va a correr Berg en unos minutos. También afirma que es una represalia por las “torturas” de la cárcel de Abu Ghraib. Cuando el mismo terrorista degüella a Nick Berg se oyen alaridos histéricos de “Alá es grande”.
 
La decapitación de Nick Berg ha sido colgada en internet. También ha sido masivamente transmitida —en su integridad— por las televisiones árabes. No es el primer acto de este tipo que cuenta con esta publicidad gigantesca. La degollación del periodista del Wall Street Journal Daniel Pearl —también judío— en Pakistán en 2003 fue emitida una y otra vez, aunque entonces se intentó paliar la crueldad de las imágenes diciendo que Pearl ya estaba muerto cuando se le degüella delante de la cámara. Hace muy poco tiempo, Al Yazira emitió una escena en la que dos terroristas islámicos conversaban acerca de unas operaciones en la banda de Gaza, con la cabeza de un soldado israelí decapitado encima de la mesa.
 
Los casos de decapitación por parte de terroristas de la yihad islámica han sido bastante comunes en los últimos tiempos. Ha habido decapitaciones de cristianos en Indonesia, Filipinas y Nigeria. En Cachemira se ha decapitado a sacerdotes hindúes y a mujeres que no llevaban velo. También han empezado a ser habituales los casos de desmembramiento público de cadáveres. Están en la mente de todos los bailes de alegría en torno a los cadáveres de los contratistas americanos asesinados y quemados en Faluyah. Durante una reciente operación del ejército israelí en Gaza, una bomba hizo explotar un vehículo militar israelí. Los terroristas de Hamas recogieron los restos de los soldados israelíes y organizaron un festejo en el que se exhibieron, también ante algunas cámaras de televisión, los restos mutilados. En otra secuencia, uno de los terroristas muestra una bolsa con restos ensangrentados, saca un dedo, lo enseña a la cámara y dice que “Eso es por el jeque Yassin”, esa bestia criminal muerta por el ejército israelí y que los medios de comunicación occidentales siguen llamando “líder espiritual” de Hamas.
 
La práctica de la decapitación, el desmembramiento y la exhibición de los miembros mutilados forma parte del ritual de la yihad islámica. Ya la utilizó el profeta Mahoma en la matanza de Qurayah, cuando ordenó decapitar a entre 600 y 900 hombres. El Corán recomienda cuatro tratamientos para los infieles cautivos. El primero, por orden de prioridades, es la decapitación. El segundo, esclavizarlos. El tercero, mantenerlos secuestrados para pedir rescate. El último es perdonarlos y liberarlos. Los asesinos de Nick Berg respondían muy exactamente a la ley coránica. Los criminales que protagonizaron la anterior ola de secuestros, también.
 
Evidentemente, hay muchos musulmanes que condenarán estos actos. Pero hay otros muchos que no lo hacen. Más aún, el inmenso éxito de estas imágenes demuestra que hay un público musulmán ávido por contemplarlas. Los primeros que deberían preguntarse con sinceridad y abiertamente acerca de la relación entre estas prácticas y su religión son los propios musulmanes que las aborrecen.. En cualquier caso, y en mi opinión, el vídeo de la degollación y decapitación de Nick Berg justifica una guerra.
 
Los miembros del gobierno español que ha dado la orden de retirada a nuestras tropas y los millones de españoles que aplauden esa infamia no querrán recordar las últimas palabras que pronunció Nick Berg, indefenso, conocedor sin duda de lo que le esperaba, sentado en el suelo a la espera de que los asesinos procedieran al ritual coránico: “Mi nombre es Nick Berg, mi padre se llama Michael, mi madre Susan. Tengo un hermano y una hermana, David y Sarah. Vivo en... Philadelphia”.
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