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FEMINISMO LIBERTICIDA

Mujercitas

Camille Paglia, una de las líderes del movimiento feminista de los años 90, mantiene una campaña particular contra la candidata a presidente de los Estados Unidos Hillary Clinton. Esta actitud, que en un principio pudiera resultar paradójica, tiene su explicación en la penosa utilización que de su sexo está haciendo la ex primera dama estadounidense.

Camille Paglia, una de las líderes del movimiento feminista de los años 90, mantiene una campaña particular contra la candidata a presidente de los Estados Unidos Hillary Clinton. Esta actitud, que en un principio pudiera resultar paradójica, tiene su explicación en la penosa utilización que de su sexo está haciendo la ex primera dama estadounidense.
Hillary Clinton.
Para decir las cosas tan claras como Camille Paglia hay que ser tan honesta como ella. Es bisexual, y defiende al hombre masculino frente a la versión metrosexual tan de moda; es feminista, y detractora de la acción afirmativa. Es atea, pero respeta la religión y piensa que el yihadismo es un peligro real e inminente para Occidente. Y es demócrata, pero no le gusta su partido.
 
¿Por qué carga las tintas contra Hillary? Pues porque cree que su feminismo es falso, que utiliza su condición de mujer para conseguir votos y que esa obsesión le lleva a emprender una campaña liberticida e injusta contra los hombres. Hillary no convence a la mujer con formación que no acepta sus ataques a las amas de casa.
 
Camille Paglia no está sola. Wendy McElroy, otra feminista individualista, analiza en Sexual Correctness: The Gender-Feminist Attack on Women la injusticia de la acción afirmativa y los argumentos de quienes la defienden. A pesar de que las barreras legales cayeron hace tiempo y hombres y mujeres somos iguales ante la ley, se supone que aún no se ejerce esa igualdad, especialmente en el ámbito del mercado, donde continuamente se infravalora a la mujer. Y como la explotación continúa es necesario promulgar leyes protectoras: hay que preferir la mujer al hombre por ley para compensar la explotación a la que el mercado nos somete.
 
Para McElroy, estas medidas hacen más mal que bien. En primer lugar, porque limitan la libertad, al obligar al empresario a contratar mujeres, lo cual les quita la capacidad de decidir sobre su propiedad. La libertad tiene riesgos, toda elección entraña discriminación: eliminas una opción para quedarte con otra; y cuando la elección del empresario no cuadra con los objetivos de los políticos, entonces hay que hacer algo, aunque para ello haya que pisotear la libertad de los empresarios.
 
El argumento de la justicia compensatoria no es válido. No se trata de que quien inflija un daño lo repare, no: lo que defienden las feministas totalitarias es que los hombres descendientes de quienes, siglos atrás, no trataron a las mujeres como iguales ante la ley carguen con la responsabilidad y resarzan a las mujeres de hoy, incluso si ya existe la tan ansiada igualdad.
 
Por su parte, el economista Thomas Sowell apunta, en "The Grand Fallacy: Equating Male-Female Differences in Salary with Discrimination", que las capacidades potenciales de grupos distintos no tienen por qué ser iguales, y que, en caso de que lo sean, puede que alguno no tuviera interés en desarrollarlas por completo, o de la misma manera que los demás. Asimismo, sostiene que, como ya pasó con los negros y las medidas de discriminación racial, la discriminaciónn positiva sólo servirá para poner en cuestión el trabajo de todas las mujeres y para dar rango de profecía autocumplida a las afirmaciones sobre el bajo rendimiento de las mismas, dado que el propio sistema de cuotas posiblitará que se les exija menos.
 
En España caminamos en sentido opuesto al del feminismo antitotalitario. Así, el Instituto de la Mujer parece asumir estas palabras de El manifiesto comunista:
El burgués, que no ve en su mujer más que un simple instrumento de producción, al oírnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente no puede por menos de pensar que el régimen colectivo se hará extensivo igualmente a la mujer. No advierte que de lo que se trata es, precisamente, de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.
En la Guía de Sensibilización y Formación en Igualdad de Oportunidades entre Mujeres y Hombres se establece como punto de partida que la igualdad ante la ley ya no es suficiente para conseguir la igualdad de oportunidades. No solamente se financian programas informativos que abarcan aspectos educativos, sanitarios y de empleo, sino que se ponen en marcha, con fondos europeos, nacionales, autonómicos y locales, costosísimos programas de colaboración en los que se premia a las empresas colaboradoras, que han accedido a tal consideración tras apoyar y sostener una política de igualdad de oportunidades.
 
El panorama que se nos presenta es desolador, si nos atenemos no sólo a la creación del Ministerio de Igualdad, sino al Plan Estratégico de Igualdad de Oportunidades (2008-2011), en el que se premia y promociona la feminización de la sociedad y se acaba por victimizar y denostar a los hombres. No tiene desperdicio el Manual para Elaborar un Plan de Igualdad en las Empresas, que recuerda a los cuestionarios de los comisariados políticos.
 
La igualdad mal entendida (porque los hombres y las mujeres somos diferentes) se está implantando por ley, es decir, coactivamente, con fondos públicos que son derrochados y a costa de pisotear la libertad individual.
 
 
© AIPE
 
MARÍA BLANCO, profesora de Historia del Pensamiento Económico y miembro del Instituto Juan de Mariana.
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