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Pequeño terremoto en Francia

Lo más importante de la primera ronda de las elecciones presidenciales francesas no es que el ultra chauvinista y súper nacionalista Jean-Marie Le Pen será aplastado por el corrompido y nada ejemplar Jacques Chirac. El electorado francés está evidentemente fastidiado de la clase política dirigente, 16 candidatos creían poder alcanzar el primer o el segundo lugar, mientras que Le Pen predijo acertadamente: "la única posible sorpresa soy yo". Como suele suceder, el único candidato con una posición claramente definida y personalidad algo carismática se sobrepuso sobre lo vago y lo incoloro.

Nadie cree que Le Pen le ganará a Chirac, pero ha obtenido dos triunfos: la eliminación del candidato del Partido Socialista -el primer ministro Lionel Jospin- y el fin de toda esperanza de una alianza centro-izquierda francoalemana en el corazón de la "nueva Europa". A partir de ahora, Europa estará dominada por el bloque centro-derecha que va desde la Inglaterra de Tony Blair hasta la España de José María Aznar y la Italia de Silvio Berlusconi.

Electorado indiferente

Es irónico que este terremoto no fue logrado por el tipo de consenso político conservador que eligió a Aznar y a Berlusconi. A Jospin lo derrotaron las veleidades de su propia gente y la indiferencia del electorado (casi 28%, el porcentaje más alto en la histroia moderna de Francia, no votó). Si los votantes de izquierda hubieran concentrado su voto en Jospin o más de ellos hubiesen votado, éste hubiera alcanzado facilmente el segundo puesto y hoy las encuestas estarían prediciendo una contienda muy pareja, en lugar de pronosticar casi 80% para Chirac contra Le Pen. Los socialistas sólo se pueden culpar a sí mismos por darle a Chirac otros siete años en el Palacio Eliseo.

El comportamiento suicida de la izquierda francesa demuestra una muy profunda crisis en la izquierda europea y creciente fortaleza de los partidos y candidatos de la centro-derecha y derecha en el continente. El no apoyar a un solo candidato y la falla paralela de no lograr que acudieran a votar muestra que los socialistas franceses han perdido la visión precisa de su país y la disciplina requerida para ganar. Mientras tanto, Aznar en España ha ganado dos elecciones con buenos márgenes y Berlusconi en Italia disfruta de una inmensa mayoría parlamentaria, lo cual lo mantendrá en el cargo por los cinco años completos, algo raro en la Italia de la postguerra. Dinamarca recientemente votó en contra del euro y, mayor sorpresa aún fue la victoria de la centro-derecha en las recientes elecciones en Sajonia, una vieja plaza tradicionalmente dominada por la izquierda, en lo que fuera la Alemania Oriental. Si esa región sacó a los socialdemócratas, las perspectivas del canciller Schroeder en las venideras elecciones alemanas son totalmente negativas.

La derrota de la vieja izquierda en el corazón de Europa -en Francia por culpa propia, en Alemania por la oposición- es un suceso importante que, lamentablemente, será ignorado por la mayoría de quienes escriben los titulares. Han decidido, más bien, concentrarse en el propio Le Pen y en tratar de asustar de nuevo a sus lectores con visiones engañosas sobre el renacimiento del "fascismo", igual que hicieron cuando las elecciones en Austria de hace un par de años que resultaron en la inclusión de un partido chauvinista en la coalición gubernamental.

Le Pen refleja la xenofobia sentida por una amplia minoría de ciudadanos franceses por millones de inmigrantes árabes y africanos, muchos ilegales, que se han residenciado en los alrededores de las principales ciudades francesas en los últimos 20 años. Le Pen insiste que es amigo de la comunidad árabe legítima, pero quiere imponer controles más estrictos a la inmigración y la deportación inmediata de cualquier ilegal detenido por cometer algún delito. Promete cortar los impuestos por la mitad, darle preferencia a los ciudadanos en los cargos gubernamentales y combatir la delincuencia.

Hace unos años describió el holocausto nazi como un detalle en la historia de Europa, ganándose la reputación de antisemita, pero recientemente ha sorprendido a muchos al apoyar decididamente a Israel en su defensa del terrorismo palestino. A uno puede no gustarle todo o parte de su programa, pero no es fascismo, movimiento masivo conducente a la dictadura de un solo partido que prometía transformar al mundo en algo diferente y dinámico. Le Pen es un reaccionario elitista que habla el francés con una elegancia pasada de moda y ya no escuchada, pero no es un fascista. Su visión del futuro de Francia es una visión idealista del pasado francés.

La muy nueva Europa

En cualquier caso, no tenemos que preocuparnos por Le Pen sino por unos días, hasta la segunda ronda. Cuando Chirac resulte reelecto, tendrá que conducir a una Francia perteneciente a una Europa nueva, no la Europa de centro-izquierda imaginada por la mayoría de los intelectuales y de los políticos. Chirac será una figura importante en esta Europa de centro-derecha más desconfiada del creciente poder de la burocracia en Bruselas, menos inclinada a acabar con las identidades nacionales y decidida a retener más poder en las legislaturas nacionales.

Jean-Marie Le Pen no ganará la presidencia de Francia, pero su victoria política es muy sustancial, quizá hasta histórica. Al desenmascarar el vacío de la vision izquierdista y humillar a los hegemónicos de la política francesa, le ha brindado a Europa una buena oportunidad de pensar de nuevo sobre su identidad, a la vez que reorientar sus políticas.

Michael Ledeen es académico del American Enterprise Institute. Su nuevo libro, The War Against the Terror Masters (La guerra contra los señores del terror) será publicado por St. Martin's Press. Este artículo fue publicado en The Wall Street Journal, diario que autorizó la traducción de AIPE.

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