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AL MICROSCOPIO

Metedura de pata transgénica

Primero llega el sobresalto. Un lector de los cientos de miles con los
que cuenta el diario El Mundo podía leer el viernes 3 de octubre un título para quitar el hipo: "Un estudio prueba que los transgénicos provocan graves daños ambientales".

Ignoro qué porcentaje de lectores habrá seguido leyendo la noticia pero es de temer que la mayoría haya continuado su jornada laboral, sus tareas domésticas, sus estudios o su ocio con la única idea bien amarchamada de que por fin queda demostrado que los cultivos transgénicos son malísimos. ¡Cuánta razón tienen los ecologistas, oiga!

Sin embargo, una lectura pormenorizada del texto y un repaso a la intrahistoria del mismo nos arrojan algunas sorpresas de calibre suficiente como para justificar que el título elegido por el editor de las páginas de ciencia del diario hubiera sido justo el contrario. Veamos. El Mundo reproduce el viernes un texto publicado el jueves por el diario británico The Guardian, tal y como se anuncia en la firma del mismo. El original no es sino una especie de filtración de las conclusiones a las que supuestamente ha llegado el grupo de expertos británicos que desde hace tres años realiza un ambicioso estudio sobre la viabilidad de tres cultivos modificados genéticamente en el Reino Unido (una especie de colza, otra de remolacha azucarera y otra de maíz resistentes a los herbicidas).

Este estudio forma parte de un monumental intento del Gobierno británico por trasladar a la opinión pública el debate sobre los mal llamados transgénicos antes de tomar una decisión sobre su definitiva aprobación. Llama la atención que tanto miramiento y escrúpulo se centre en especies cultivadas durante décadas en áreas inmensamente más grandes que las del Reino Unido como son los campos de Estados Unidos, Canadá o China. La experiencia en el terreno de estos países no ha arrojado peligro alguno y eso debería ser garantía más que suficiente para otorgar, cuanto menos, la presunción de inocencia a los transgénicos.

Pero las autoridades británicas advierten que las peculiaridades orogénicas del terreno cultivable del Reino exigen un estudio detallado antes de tomar una decisión. El argumento parece irreprochable, como también lo parece el método elegido: los trabajos serán revisados y publicados por una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo: en concreto, la decana internacional de las revistas de ciencia: Philosophical Transactions of the Royal Society.

Me viene a la memoria ahora un artículo que Lord May, el mismísimo presidente de la Royal Society, publicó hace unos meses con motivo de la expectación que estaba levantando este trabajo que hoy sale a la luz. Así que acudo a Internet para rescatarlo.

"Las compañías que han patrocinado este estudio objetivo, se preguntaba Lord May ¿tomarán nota de sus resultados si éstos son negativos? ¿Y los grupos como Greenpeace aceptarán imparcialmente dichas conclusiones en caso de ser favorables a los cultivos modificados genéticamente? Para responder a estas preguntas no tenemos más que aguardar y depositar nuestras esperanzas".

Pues ya no hay que aguardar más. La respuesta es evidente. Algunos miembros de Greenpeace han intentado bombardear el estudio científico proponiendo varias veces destruir los cultivos involucrados en él. Y el diario The Guardian acaba de dar muestras de su parcialidad publicando una filtración que, al menos, parece mal enfocada. Por desgracia, otros periódicos le ha seguido.

El mismo día en el que la noticia llegaba los lectores españoles la Royal Society británica se veía obligada a intervenir en el asunto. En un comunicado oficial tilda de "inexacto y especulativo" el artículo periodístico, y va más allá: "Entendemos las presiones comerciales bajo las cuales The Guardian y otros medios se ven obligados a trabajar y sabemos que una exclusiva basada en una filtración puede ser un aldabonazo para aumentar la audiencia. Pero dichos intereses no deben estar por encima del derecho del público a recibir información correcta de los contenidos del estudio". Obviaremos que The Guardian comete varios errores al anunciar la fecha de publicación del trabajo. Y también que asegura que los estudios han permanecido "en el más absoluto secreto". En realidad, el estudio ha estado sometido a la luz pública desde su inicio. En la página web de la Royal Society se puede acceder desde hace tiempo a un profuso listado de protocolos y procedimientos relacionados con el mismo y a una explicación de los plazos y objetivos que no es habitual en este tipo de publicaciones. Los autores del artículo periodístico parecen olvidar (o ignorar) que precisamente una de las virtudes de las publicaciones peer-review, es decir, de las ediciones científicas controladas por jueces independientes para garantizar su rigor, es la discreción hasta el día en que salen impresas.

Todo esto carece de real importancia si lo comparamos con que la supuesta filtración no es más que una interpretación parcial e incompleta de resultados científicos que aparecerán el próximo día 16 de octubre en 8 complejos artículos. La Royal Society es tajante: "el intento de The Guardian de resumir e interpretar el material no pasa ningún test de rigor".

¿Y estas cosas, han de preocuparnos? Pues depende del grado de confianza que queramos otorgarles a los medios tradicionales cuando informan sobre aspectos tan especializados como éste. Pase que los diarios suelan tener cierta tendencia obsesiva por servir de altavoces de las "malas" noticias relacionadas con los cultivos transgénicos y obviar las "buenas". ( En mayo de 2003 otra prestigiosa asociación científica, la British Medical Association, rectificó sus informes previos y reconoció que no hay motivo para afirmar que los alimentos modificados genéticamente supongan riesgo alguno para la salud. La noticia apareció también en The Guardian, aunque con menos ínfulas, y no recuerdo que haya abierto a cuatro columnas las secciones de ciencia de ningún medio español). Pero que se acuse de "causar la muerte de otras plantas e insectos" a un organismo modificado precisamente para actuar como herbicida o insecticida parece que responde a una patológica inquina contra la biotecnología.

El problema es que en el caso británico estamos ante un ejemplo de exquisitez envidiable. El esfuerzo del Gobierno de dejarse asesorar por expertos, de lanzar el debate al público y de dejar que todos los "agentes sociales" participen en el mismo es meritorio. Si aun así, las informaciones sesgadas y la hiperactividad ecologista evitan que el público esté bien informado ¡qué no pasara en otros países como España en los que el debate es casi ausente! Por cierto, que el único cultivo que deja libre de culpa el especulativo artículo de The Guardian es al maíz: precisamente el cereal que más alergia está produciendo a los militantes de Greenpeace España. Éstos andan asaltando campos de cultivo aragoneses pasando olímpicamente de debates públicos, informes científicos y respeto a la propiedad privada que valgan. ¡El corresponsal de The Guardian ya les debería estar haciendo alguna entrevista para la portada!

Tanto el diario británico como El Mundo cuentan con una cuidada sección de ciencia que ha dado grandes alegrías a los que nos gusta leer sobre las quisicosas de la naturaleza y el cosmos. Quizás por eso, en este caso, más les hubiera valido esperar a conocer de primera mano la información de la Royal Society. Yo, al menos, es lo que voy a hacer. Si les parece, quedamos emplazados hasta entonces para juzgar con conocimiento de causa.


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