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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Más sobre la falsa sabiduría

Gracias a los lectores que nos escriben solemos los opinadores salir de la ignorancia. Esta vez son Lucilio y Néstor los que añaden una información clave a mi artículo de la semana pasada. Se trata nada menos que de la carta del jefe Seattle al presidente Pierce, que cité en parte y que, en realidad, nunca existió.

Gracias a los lectores que nos escriben solemos los opinadores salir de la ignorancia. Esta vez son Lucilio y Néstor los que añaden una información clave a mi artículo de la semana pasada. Se trata nada menos que de la carta del jefe Seattle al presidente Pierce, que cité en parte y que, en realidad, nunca existió.
Busto del jefe Seattle.
Los ecologistas y otras gentes de buen pensar (llamábamos, y seguimos llamando, creo, "biempensantes" a quienes hacían de la ideología oficial su propia norma de vida y escala de valor) tienen a honra contar esa supuesta carta, traducida más o menos caprichosamente a todas las lenguas, entre sus textos fundacionales, asegurando que la escribió o dictó Seattle en respuesta a la proposición del presidente americano de comprar las tierras de los suwamish.
 
Es casi una invocación ecologista, de seductora retórica, en la que se leen cosas así: "Meditaremos la idea del hombre blanco de comprar nuestras tierras. Pero ¿puede acaso ser un hombre dueño de su madre? Mi pueblo pregunta: ¿qué quiere comprar el hombre blanco? ¿Se puede comprar el aire o el calor de la tierra o la agilidad del venado? ¿Cómo podemos nosotros venderos esas cosas?; y vosotros, ¿cómo podríais comprarlas?". Y, como dije en mi nota anterior, todas esas cosas son bonitas pero no son ciertas.
 
Ahora, a la falsedad de las ideas presuntamente expuestas por el cacique se suma su inautenticidad. Cosas de mi estúpida confianza, puesto que, si no comparto en casi nada el pensamiento ecologista contemporáneo, y hasta creo que para la mayoría de los que dedican a él sus mejores esfuerzos es, sobre todo, un negocio redondo, no debí haber dado por bueno un texto que ellos emplean para su propaganda. Claro que uno siempre cree que los demás nunca se atreverán a tanto, olvidando que los Protocolos de los Sabios de Sión fueron redactados en una oscura oficina de los servicios secretos rusos plagiando un libro del abogado francés Maurice Joly, que lo publicó anónimamente en 1858 con el título de Diálogos en los infiernos entre Maquiavelo y Montesquieu, o la política de Maquiavelo en el siglo XIX. Los demás siempre se atreven a tanto y a mucho más.
 
En un link de la Universidad de Stanford que me remite Lucilio, y de donde procede casi todo lo que a continuación se refiere, se empieza por cuestionar los contenidos con criterios muy atinados. Dice el comentarista que es imposible que Seattle haya dicho: "He visto miles de búfalos pudriéndose en la pradera, abandonados allí por el hombre blanco, que los disparó desde un tren que pasaba", por la sencilla razón de que el cacique jamás había visto un ferrocarril ni un búfalo, ni vivo ni muerto. Absolutamente racional, pero inadvertido por mí al leer el seudodocumento.
 
Más aún: "Contamina tu cama y una noche morirás ahogado en tus propios desechos". ¿Qué cama? ¿De dónde sale la idea de contaminación, que ni siquiera los carapálidas tenían nada clara en 1854?
 
El jefe Seattle.En 1865, Ignacio Federico Semmelweiss, descubridor de la contaminación, murió en un asilo, a los 47 años, de una herida autoinfligida infectada con la que intentaba demostrar a sus contemporáneos y colegas la validez de su tesis. En 1864 Pasteur publicó sus propias experiencias. En 1865, coincidiendo en el tiempo con Semmelweiss, Lister propuso limpiar las heridas, y en 1871 el mismo Pasteur indicó la conveniencia de lavar el instrumental en los hospitales.
 
La historia de Seattle es la que sigue:
 
En 1854, el jefe Seattle, o Seath, como es denominado en algunos documentos, recibió al gobernador territorial Isaac Stevens, que tenía la misión de comprar a los indios suwamish las tierras de Puget Sound, en el noroeste de los Estados Unidos. El cacique no hablaba inglés, así que medió en el encuentro el pionero lenguaraz Dr. Henry A. Smith.
 
En 1887, treinta y tres años más tarde, cuando la herencia de Semmelweiss, Pasteur y Lister era de público dominio, Smith publicó en un periódico de Seattle lo que recordaba, o creía recordar, del discurso del jefe indio. Smith era un poeta de talento, lo que hace pensar en una reelaboración de cosecha particular. Además, en 1854, cuando actuó como intérprete, llevaba apenas un año en las tierras de los suwamish, lo que lleva a dudar, aun en el caso de un hombre dotado para las lenguas, de semejante calidad de matices. A pesar de todo ello, el discurso en la versión Smith fue aceptado por los historiadores locales durante cien años como una fuente válida, a falta de otras.
 
Los ecologías lo adoptaron a partir de 1974, cuando una estatua de Seattle con "voz propia" lo enunció en la Feria Mundial de Spokane, arreglado para la ocasión. Algunos expertos pusieron el grito en el cielo: en 1975, Janice Krenmayr publicó un artículo en el Seattle Times afirmando que el cacique se revolvería en su tumba si supiera de aquel engaño; Bill Holm, conservador del Museo Burke, rogó a los ecologistas que se detuvieran y admitieran que ellos mismos habían escrito el discurso; hubo otras voces, pero fueron desoídas.
 
Fue un historiador alemán, Rudolph Kaiser, interesado en la figura del jefe Seattle y en el Oeste americano, quien puso las cosas en claro. Desconfió de la versión ecologista del discurso y le siguió la pista hasta un documental difundido en la TV en 1971. El guionista había sido Ted Perry, un escritor de Texas. Él había incorporado muchas cosas, entre ellas la de los búfalos podridos en la pradera. Kaiser jamás logró contactar con él.
 
El 21 de abril de 1992, el New York Times publicó un artículo en el que se decía sin ambages: "El jefe pronunció un discurso de recepción ante el gobernador del Territorio de Oregon. En 1971, un guionista de Texas escribió un discurso para atribuirlo al jefe Seattle que los ecologistas encontraron extremadamente útil por declaraciones como: 'He visto miles de búfalos pudriéndose en la pradera, abandonados allí por el hombre blanco, que los disparó desde un tren que pasaba'. No había búfalos ni trenes en ninguna zona cercana al jefe Seattle durante su vida, que terminó en 1866".
 
Hay que añadir, a partir de la información de Stanford, que para esa fecha Ted Perry vivía en Vermont y no respondía al teléfono; y que en aquella semana el mismo New York Times, en la lista de best sellers de su Book Review, daba en el quinto puesto Brother Eagle, Sister Sky: A Message from Chief Seattle (Hermano cielo, hermana águila, en su versión española).
 
Desde luego, en su Earth in Balance (La Tierra en juego, en la versión española), el ex vicepresidente Al Gore incluyó, precisamente en 1992, el falso discurso de Seattle. Todavía no era vicepresidente, y no hay duda de que el libro ayudó en su carrera. Gracias a Dios, no llegó a presidente en 2001; es algo así como un Zapatero en versión americana, mendaz hasta la náusea y creador de consignas basura del tipo alianza de civilizaciones.
 
¿Por qué estos tipos convencen? ¿Por qué venden mentiras y, para colmo, uno a veces se las compra? Esbozo un par de respuestas:
– No existe para ellos la razón científica. Como dice Borja Prieto, hablar con ellos es como hablar con astrólogos. Y lo mismo cabe decir de sus seguidores.
 
– Tienen el aparato cultural. Sólo así se explica que una falsificación del calibre de la que hoy nos ocupa sea denunciada por el New York Times y continúe siendo una verdad incontrovertible: sólo el aparato cultural asegura que, a la semana siguiente a la de la denuncia, el texto falsificado se mantenga en la lista de los best sellers. El pensamiento supuestamente antiestablishment ha devenido pensamiento oficial.
Otro lector me preguntaba en un correo cuál es la verdadera sabiduría, puesto que yo sólo me ocupaba en mi artículo anterior (y en éste) de la falsa, y a él le parecía una muestra de falsa sabiduría una frase del guión de El Álamo, pronunciada en la película por John Wayne, que yo reproduzco en mi página web: "Un hombre tiene que hacer lo que tiene que hacer".
 
Quiero aclararle que esa afirmación nada tiene de obvio, y sí mucho que ver con la moral. Un hombre (o una mujer, claro) tiene que atender a la ciencia, tiene que tratar de aprender para completar el saber de todos, tiene que denunciar a los charlatanes aunque sean vicepresidentes o presidentes de lo que sea, tiene que perder muchas cosas en la vida para convertirla en una prueba del bien posible, tiene que padecer injusticia en nombre de la verdad, como Giordano Bruno o Miguel Servet, tiene que ocuparse del cuerpo y del alma.
 
No hay justicia sin verdad. No hay libertad sin verdad, como sostiene el Evangelio (Juan, 8, 32). La verdadera sabiduría consiste en ponerlo todo en duda y en siempre querer saber más.
 
De no creer yo seriamente en lo que digo, nunca hubiese escrito lo que precede.
 
 
Pinche aquí para acceder a la página web de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL.
 
vazquez-rial@telefonica.net
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