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LIBREPENSAMIENTOS

Más humor y menos irritación

Hace unos meses tuvimos la oportunidad de tratar en esta sección el fenómeno de la santa cólera y la justa indignación, a propósito de quienes esgrimen el arrebato como vara de medir para tasar a unos por lo alto y atizar a otros por lo bajo. Cosas de la justicia distributiva.

Hace unos meses tuvimos la oportunidad de tratar en esta sección el fenómeno de la santa cólera y la justa indignación, a propósito de quienes esgrimen el arrebato como vara de medir para tasar a unos por lo alto y atizar a otros por lo bajo. Cosas de la justicia distributiva.
Manuel Marín.
En esta ocasión, comoquiera que ha salido a la palestra una nueva polémica pública acerca de irritaciones, humores y demás erupciones del ánimo, no estará de más volver sobre el asunto para enfocarlo a la luz del último capítulo de la serie.
 
Comparece el Gobierno en el Parlamento, el Congreso se divierte y su presidente llama al orden. Que es como decir que el señor presidente del Congreso mandó a parar la, por lo visto, injustificable actitud de la bancada popular, que se moría de risa escuchando la intervención de la vicepresidenta del Gobierno alabando las gracias y virtudes, personales y cívicas, de su jefe, lo cual no tiene nada que ver con el culto a la personalidad, porque en España ya no hay estalinismo, y además, a la vista del personaje aludido, tampoco viene al caso.
 
Exigió, pues, Manuel Marín, irritado y mazo en ristre, que cesara el jolgorio, en particular, la risa floja del diputado Federico Trillo, quien, incontinente él, se lo pasaba de miedo, como el resto de su grupo, presenciando la función. Pero no, Marín es un hombre honrado y de paz perpetua, y, valiéndose de las prerrogativas inherentes a su cargo, llama al orden por dos veces a su predecesor en el puesto y le exige ejemplaridad.
 
¡Qué cosas! Es verdaderamente admirable contemplar un Gobierno de izquierdas soliviantadas, que desbanca al anterior Ejecutivo por la vía expeditiva, que se regala libros que incitan a cambiar el mundo, y advertir a unas ministras que se exhiben –eso sí, bien vestidas– en revistas de moda, todos y todas escandalizados por el inmoderado alboroto organizado por un partido conservador y pacato que se desmelena por una sola vez, aunque les parezca lo más natural del mundo patrocinar bodas de homosexuales, sedaciones mortales masivas en nombre de la dignidad de la profesión médica y abortos libres a cargo de la SS.
 
José Luis Rodríguez Zapatero.Es materia de fábula observar, asimismo, un partido revolucionario, el PSOE, que, como no podía ser de otro modo a la vista de dicho credencial, llega otra vez al poder por medios, digamos, extraordinarios, que promueve la democracia participativa y ensalza la rebeldía y aun el espíritu "libertario" (ZPixie dixit) y que, al mismo tiempo, se rasga las vestiduras y se ofende al ver a la derecha removiéndose en sus asientos y ejerciendo la crítica con gozo y buen humor.
 
Estos socialistas, que hacen gala de francofonía y de seguir la tradición republicana de la toma de la Bastilla como modelo de alternancia política, sienten como una afrenta que se rían de ellos y, claro, se enfadan. Cuidado, pues, con los robespierres y sesentayochistas canosos de este lado de los Pirineos, que a la menor provocación forman filas, se arman de "ciudadanismo" y humanismo cívico y, practicando la lengua francesa, atacan entonando su himno preferido: "Aux armes citoyens!/ Formez vos batallons!/Marchons! Marchons!/ Qu'un sang impur abreuve nos sillons!". La advertencia ya la ha hecho el propio presidente del Congreso al amenazar con suspender el Pleno si se repiten los hechos.
 
Pero Manuel Marín es un hombre honrado y de paz perpetua que habla francés con fluidez tras haber ejercido muchos sexenios en tareas comunitarias europeas. Hace meses, entrevistado en el diario El País (siempre El País), declaraba que estaba harto de las broncas organizadas por el PP, y que, con todo, había que distinguir entre la sana manifestación de protesta (la santa cólera de los "buenos") y la bronca que crispa (las injustas exhibiciones de humor de los "malos").
 
Quiere decirse: desplegar durante años pancartas en el Congreso, movilizar titiriteros y gentes que dan el espectáculo para reventar sesiones parlamentarias, celebrar plantes y desplantes indecentes al anterior presidente del Gobierno, José María Aznar, como el protagonizado por desinhibidos y "espontáneos" reporteros gráficos sin fronteras y sin vergüenza, cuando la Guerra de Irak, y convertir la sede de la soberanía del pueblo español en caja de resonancia de la sublevación callejera contra el poder establecido, se le antoja a Marín recto ejercicio de democracia deliberativa. Pero la risa floja, no: eso es intolerable.
 
Llegado a este punto insoportable, al límite de la paciencia, Marín está más que harto: aburrido "solemnemente" de la actual situación. Ya no sabe qué hacer para que la derecha asuma su derrota de una vez, se esté quieta y calladita, y sus representantes parlamentarios se sienten, coño. Marín luce mala cara, humor de estreñido o de quien padece hemorroides. Será por estar sentado tanto tiempo en la poltrona.
 
Pero, aclaremos un poco esto del humor y la irritación. Del humor, como del talante, hablan muchos por hablar y sin saber muy bien lo que dicen. Una cosa es el humor y otra el buen humor. De la misma forma que talante no es sinónimo de buen talante. Los humores son flujos y serosidades que destila el cuerpo animal y revelan la naturaleza del temperamento o carácter del sujeto, que en esto tampoco se ponen de acuerdo los sabios: tal vez haya que montar un comité ad hoc para resolver el problema, y dar así más brillo y esplendor a la propaganda políticamente correcta del pensamiento único.
 
Para los filósofos clásicos el humor es, con todo, una disposición del alma que es posible enderezar y mejorar por medio del ejercicio y los buenos hábitos, perfeccionando de esta forma nuestro êthos.
 
Pasqual MaragallDecía juiciosamente el filósofo Alain, fiel discípulo de la sabiduría práctica de los antiguos maestros, que demostración típica de trampa del humor es el ponernos muy feos y mirarnos al espejo. Convertimos el humor en mal humor cuando además nos quejamos del resultado. O sea: "Poner siempre cara de aburrimiento y encontrar aburridos a los demás. Aplicarnos a ser desagradables y sorprendernos de no resultar agradables. Buscar el sueño con furor. Dudar de toda felicidad; ponerle a todo objeciones y mala cara" (Propos sur le bonheur).
 
Comoquiera que no todo lector de Libertad Digital es un Maragall francófono, y ya ha tenido que tragarse un fragmento de La Marsellesa en versión original, aclararé que el título de la obra de Alain podría traducirse "Propuestas acerca de la felicidad" o "Propósitos de felicidad".
 
La ética –esto es: el cuidado de sí mismo– enseña al individuo a amar las acciones provechosas que nos mejoran, haciendo de ellas un modo de vida virtuoso. Por ejemplo, adiestra al hombre para transformar los malos humores en buenos humores. ¡Y que estos malhumorados rojos de ira empuñen el talante como marca de serie! Será porque no saben discernir entre talante y buen talante, y entre risa y sonrisa. O quizá lo sepan demasiado bien y se hacen el tonto.
 
En el muy prudente y discreto libro citado de Alain hallamos asimismo deleitosos fragmentos dedicados a la irritación. Para el filósofo francés, con la irritación pasa como con la tos: cuanto más tose uno, más se irrita… la garganta. Y es que, añade, la mayor parte de la gente tose como si se rascara, con una especie de furor del que acaban siendo víctimas. A menudo basta con chupar un simple caramelo, que ayude a segregar y tragar saliva, para serenar cuerpo y alma.
 
Emulando la divisa oro de Lou Marinoff, quien receta la terapia de "más Platón y menos Prozac", el diputado Trillo recomienda en una carta pública al presidente Marín que practique más el humor y menos la irritación, que no le riña tanto ni se tome las cosas tan a pecho, actitudes fatuas y, a menudo, tan falsas e impostadas como la que ostenta la "justa indignación" para hacer colar la "trampa del humor".
 
No tiene razón quién más grita, ni quien suma más voces al coro. Ni es más digno, justo y razonable quien, como Marín, alega que él se toma su tarea muy en serio. La cosa, lo sé, no tiene ninguna gracia. Porque tras este lance sobre humor e irritación bulle el afán de intimidar y acallar a la oposición para siempre. Pero tampoco hay que ser como ellos y perder el buen humor. Ganarán, a su manera, las elecciones, pero no nos amargarán.
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