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El antisemitismo después del 11 de Septiembre

¿Qué tiene Yasser Arafat para suscitar tanta simpatía, tanta comprensión, tanto apoyo político entre los países de la Unión Europea, empezando por la propia España? ¿Qué tiene el viejo jefe de la OLP, de Al Fatah y de otras marcas publicitarias -Tanzim, Brigadas de Mártires de Al- Haksa- del terrorismo palestino desde hace medio siglo para concitar tantos respaldos de países que ni de cerca ni de lejos tienen que ver con los palestinos? ¿Ha sido un héroe civil, un gran pacificador en tiempos de guerra? No, porque Arafat siempre ha elegido el bando de la guerra, regular o preferiblemente terrorista, frente al de una paz real, estable y duradera. Nunca ha defendido la causa de la paz entre los suyos y cuando la ha firmado con Israel, nunca la ha cumplido. Su último rechazo en el último proceso de paz tuvo lugar en Camp David, con el entonces Presidente de los USA William J. Clinton como anfitrión, cuando ante las generosas propuestas del primer ministro israelí Ehud Barak de autonomía total para el 98% de los antiguos territorios ocupados y un estatuto especial para Jerusalén, fingió que reflexionaba y negociaba pero en realidad hacía meses que había preparado y decidido lanzar la Segunda Intifada contra Israel.

Incluso cercado en Ramala por el Tsahal, el ejército israelí, Arafat se permitió la bravuconada de decir que su lucha sólo terminaría cuando "algún cachorro o alguna flor" (niño o niña en la cursi terminología guerrillera) "hiciera ondear la bandera palestina sobre las iglesias y mezquitas de Jerusalén" (se supone que las sinagogas habrían sido destruídas y su culto prohibido por los simpáticos cachorros y las delicadas florecillas de Arafat.

No, no es por su voluntad de vivir en paz con los judíos, ni siquiera con los países árabes (los jordanos, por ejemplo, llegaron a matar catorce mil palestinos cuando amenzaron el trono de Hussein, que los había acogido) por lo que Arafat provoca tan generalizada simpatía entre la clase política y la opinión pública de muchos países occidentales, comenzando por los europeos.

¿Será tal vez por su defensa de la libertad, por su apego a la democracia como método para resolver las diferencias políticas? No. Jamás se ha sometido Arafat a un régimen de elecciones periódicas y libres; nunca ha existido una pluralidad legítima de partidos políticos palestinos bajo su protección; y tampoco ha vacilado Arafat en asesinar a sus adversarios palestinos o a sus rivales dentro de la OLP y Al Fatah. Y, ciertamente, nada parecido a la democracia ha existido en los territorios entregados hace algunos años a la Autoridad Nacional Palestina, presidida y dirigida personalmente por Arafat, empezando por la pública rendición de cuentas. Nunca ha explicado en qué y cómo se han gastado los inmensos fondos donados por la comunidad internacional para la construcción de infraestructuras básicas y la atención de las necesidades de la población civil. Salvo propaganda, aleccionamiento político-militar y compra de armas al por mayor (hasta un barco entero fue capturado con un inmenso alijo de armas encargado personalmente por Arafat), no se sabe dónde ha ido a parar tanto dinero, salvo los lujosos chalés y caros objetos de consumo que los dirigentes palestinos se han adjudicado a si mismos, se supone que previo pago de su oneroso importe. En fin, que tampoco como demócrata, como defensor de las libertades civiles o como honrado administrador de fondos públicos puede suscitar admiración o simpatía Yasser Arafat.

¿Y cómo organizador de la economía? ¿Ha mejorado las condiciones de vida de su pueblo? Ha sabido conducir o favorecer una actividad económica que evite a los palestinos depender de la caridad internacional? ¿Ha creado una infraestructura productiva que permita a los palestinos crear sus propias empresas, competir internacionalmente, ganarse bien la vida según las normas de la economía moderna? En absoluto. Se da la paradoja de que ningún pueblo árabe ha dispuesto de tantas becas y ayudas económicas para conseguir titulados universitarios en los mejores centros del mundo. Y sin embargo, esa capacitación intelectual y profesional no se ha traducido en la organización de una administración y un empresariado moderno. Todo lo contrario: los ingresos fundamentales de los palestinos en los territorios de Arafat provienen de trabajar en territorio israelí como mano de obra no cualificada. Viven de la ayuda internacional o, cuando trabajan, de los salarios de Israel. Como economista no es lo que se dice una lumbrera ni puede provocar en Occidente la menor consideración. Todo lo contrario. Es el peronismo con turbante, el castrismo mirando a la Meca, la ruina con kefir.

¿Como caudillo militar, entonces? ¿Cómo invicto guerrillero que en el campo de batalla o en las trincheras haya conducido una y otra vez a sus tropas a la victoria? Pues no. Todas las guerras en las que ha participado Arafat han concluido en sangrientas derrotas, donde los que más muertos han cosechado han sido precisamente los palestinos. A veces, a manos de Israel y otras veces a manos de los países árabes, sus presuntos aliados, que no han dudado en mascrarlos cuando se han convertido en un problema político y militar dentro de sus fronteras. Los árabes han matado probablemente muchos más palestinos que los propios judíos. En cambio, los palestinos han asesinado a más judíos que todos los países árabes y grupos musulmanes juntos, aunque no de forma regular y en el campo de batalla, sino mediante el terrorismo. Pero los palestinos, bajo la dirección de Arafat, sólo han cosechado la dudosa gloria de vender como victorias algunas de sus humillantes derrotas, como su expulsión del sur del Líbano, posterior en años a la matanza en Jordania del "Septiembre Negro". Nombre éste adoptado luego por los terroristas palestinos, pero no para vengarse de los jordanos que los degollaron en masa sino para asesinar a una docena de deportistas israelíes desarmados en la Villa Olímpica de Munich. La última apuesta militar de Arafat fue su apoyo incondicional a Sadam Hussein en la invasión de Kuwait y contra la coalición internacional que lo derrotó en la Guerra del Golfo. Sólo Arafat entre los países árabes defendió hasta el final la causa del genocida iraquí. Sólo él pidió al sanguinario dictador que disparase misiles "Scud" contra las ciudades israelíes, y sacó a la calle a su gente para celebrar los pocos que lograron llegar a ellas y provocar muertos y heridos. Como siempre y desde siempre, Arafat también perdió esa guerra. Su estrella militar tampoco es, pues, lo que puede conmover o entusiasmar a los países que públicamente lo apoyan.

¿Se ha distinguido entonces Arafat por su lucha contra el terrorismo, salvaje expresión de la incivilidad, escuela y morgue de la violencia, negación de la libertad individual y la pluralidad política en todas las sociedades? ¿Es su denodada tarea en la represión del terrorismo, que tenía encomendada por mandato internacional en los territorios entregados a la Autoridad Nacional Palestina, lo que suscita el aprecio y el afecto de tantos países occidentales? Tampoco. Más bien todo lo contrario: ha protegido a cualquier terrorista palestino y ha dirigido personalmente a la mitad de los terroristas, suicidas o no, que en los últimos años se han dedicado a asesinar israelíes. Su complicidad con el terrorismo, especialmente en el asesinato de un ministro de Israel ha sido el hecho desencadenante de la intervención militar israelí en Gaza y Cisjordania.

El dudoso mérito de matar judíos

Y si no tiene ningún mérito de tipo político, económico, civil o militar, ¿qué ha hecho Arafat a lo largo de su vida para cosechar tantas simpatías reales y oficiales en Europa? ¿Cuál ha sido su actividad fundamental? ¿Cuál sigue siendola, todavía hoy? Una sólo: matar judíos. Cierto que también ha matado palestinos, en número impreciso aunque abundante, y cierto también que gente de otras naciones, razas y religiones han caído bajo las balas o las bombas del terrorismo dirigido personalmente por Arafat, pero sobre todo han sido judíos. Siguen siéndolo, todavía hoy. ¿Y puede un mundo como el occidental, que ha hecho de Hitler la encarnación política del Diablo y de Auschwitz la versión laica del Infierno, bendecir y proteger a alguien cuyo única tarea histórica ha sido objetivamente la misma: matar judíos?

Ya lo creo que puede. Del mismo modo que ha podido y puede distinguir el terror de Stalin y Hitler, defendiendo además el uno como efecto e incluso como remedio del otro, nunca como equivalente; de la misma forma que el Gulag ha sido ocultado durante décadas, cuando no abiertamente negado por los partidos comunistas y la izquierda "progresista" internacional; del mismo modo que ha convertido en Bestia a Pinochet y en Ángel a Fidel Castro; del mismo modo que ha instalado en las aulas y en los periódicos, en las televisiones y en las conciencias una suerte de esquizofrenia ética para que los asesinados se conviertan en muertos si el arma que los mata es "progresista". Y siempre mediante esa síntesis casi perfecta de desinformación y censura que ha dado en llamarse "corrección política", que se halla identificada hoy con todos los mitos pro-soviéticos de antes de la caída del Muro, empezando por la "lucha anti-imperialista" de la que Arafat y su OLP era destacadísimo símbolo, junto al "Che", Fidel Castro, Salvador Allende, Ho Chi Minh y demás panoplia del Mayo del 68, cuna apócrifa de tantos barbados izquierdistas de ayer que son los canosos diputados, catedráticos, directores de periódicos, burócratas y millonarios "progresistas" de hoy.

En la mitología estúpida pero coherentemente totalitaria del "sesentayochismo" Israel tenía asignado su rinconcito "progresista": el kibbutz, institución de corte soviético precursora de las ONG en vivir de la subvención y en exhibir una buena conciencia blindada, avasalladora y contagiosa. Así cautivó a muchos universitarios que peregrinaban un verano como "kibbutzim" a Israel y al siguiente, o al otro, como "turistas revolucionarios" a La Habana. Había que ser anticapitalistas, antiliberales, antiburgueses y antidemócratas, es decir, comunistas, pero bajo especie exótica. Y a cambio de Moscú -pese a todo siempre al fondo, con la Revolución de Octubre momificada cuanto mitificada en la Plaza Roja- valía cualquier lugar teñido simbólicamente de rojo: Hanoi, Argel, Trípoli, Managua, Pekín... hasta Jerusalén.

La izquierda apoyaba a los palestinos que mataban judíos para destruir Israel y a los judíos "progresistas" que defendían Israel. Eran "contradicciones inevitables en la construcción mundial del socialismo", que la jerga izquierdista resolvió con una fórmula mágica: no se atacaba Israel sino el Estado Sionista, no se cultivaba el antisemitismo sino el antisionismo. Así la buena conciencia "antifascista" (Made in Komintern) quedaba a salvo. Y, naturalmente, se podía y se debía matar judíos. Era un derecho y una obligación de los palestinos, esencialmente de la OLP y Arafat, que recibían el apoyo y la simpatía sin fisuras de todas las fuerzas "progresistas" del mundo. ¿Ha cambiado algo de entonces a hoy? Cayó el Muro, llegó el Once de Septiembre... y Arafat sigue matando judíos. Y Europa y buena parte del mundo siguen respaldándole.

Ese apoyo a Arafat es hoy una corriente con tres afluentes principales: el antisemitismo ancestral que comparten implícita o explícitamente sociedades islámicas y cristiano-laicas; la ideología tercermundista y antioccidental de cuño soviético que la izquierda de todo el mundo revive como "lucha antiglobalización"; y, aunque de forma inconfesada, el efecto de terror producido en Occidente por el atentado contra las Torres Gemelas de Nueva York. La forma en que se presentan y canalizan ante la opinión pública internacional esas tres corrientes ideológicas y políticas es aparentemente inocua y devastadoramente eficaz: el cultivo sentimental de la imagen del palestino, bien como víctima injusta de la represión de Israel, bien como victimario terrorista justificado por esa misma represión y al que su condición suicida confiere la legitimación del "martirio" a costa de la invisibilidad de las víctimas despanzurradas de su acción criminal.

Siguiendo los medios de comunicación de masas de Occidente, hay práctica unanimidad en que los palestinos no hacen lo que quieren hacer (es decir, matar judíos) sino lo que "no tienen más remedio que hacer"; no masacran indiscriminadamente a civiles israelíes desarmados sino que supuestamente defienden a civiles palestinos desarmados de la permanente masacre a que les somete el ejército israelí; tampoco quieren destruir Israel sino "recuperar su tierra" (que nunca fue suya de hecho ni de derecho) y crear un Estado Palestino que nunca existió y que siempre se negaron a admitir el mundo árabe, la OLP y el propio Arafat, por considerarlo incompatible con la existencia del Estado israelí.

Los réditos del terror

El factor nuevo con respeto al antisemitismo ancestral de las sociedades musulmanas y cristianas y al "antisionismo" con que la izquierda prosoviética y tercermundista lo rebautiza para disimularlo es el 11 de Septiembre. Era inevitable que un hecho de esa magnitud real y de esa intensidad simbólica tuviera un efecto muy serio sobre el mundo occidental, ferozmente agredido y desafiado por el terrorismo islámico. Lo que no sabíamos era cómo se haría visible, a través de qué fenómeno se manifestaría la huella del terror en las conciencias de los ciudadanos occidentales y en la opinión pública de los países supuestamente identificados con las víctimas de Manhattan, no tanto con las del Pentágono. Pues bien, ya lo sabemos. La campaña contra el Primer Ministro Ariel Sharon por su intervención militar en los territorios autónomos tras la salvaje campaña de atentados terroristas palestinos contra la población civil de Israel sólo se explica, a mi juicio, como la primera respuesta al terror sentido e interiorizado el 11 de Septiembre del 2001. Que en la opinión occidental, por antisemitismo antiguo o moderno, el llamado "antisionismo" (que desde la fundación de Israel es simple antisemitismo de izquierdas o buena conciencia antisemita pero que ahora goza de todos los créditos de la "correción política"), se haya desatado un auténtico vendaval informativo contra las operaciones antiterroristas de Sharon podría pasar por una nueva demostración de antisemitismo antiamericano o de antiamericanismo antisemita. Pero que asistamos a una autentica reivindicación del terrorismo palestino incluído el de Arafat como si fuera el efecto y no la causa de la actuación israelí en Gaza y Cisjordania, ya es asunto muy diferente, y eso es justamente lo que está pasando. Que junto a la cosecha de manifestaciones masivas contra Israel y su política se esté desarrollando en toda Europa, especialmente en Francia, una campaña feroz contra las paersonas y bienes judíos, una sucesión implacable de atentados, saqueos, incendios y profanaciones contra sinagogas, centros cívicos o cementerios judíos, generalmente a manos de musulmanes pero con el silencio o la complacencia del resto de la sociedad, es cualquier cosa menos una casualidad. En rigor, creo que estamos ante manifestaciones distintas de un mismo fenómeno: la identificación de los judíos como víctimas propiciatorias y la aceptación de su sacrificio como forma de satisfacer las exigencias del terrorismo islámico tras el 11 de Septiembre.

Naturalmente, ese designio no se manifiesta como lo que es, una cesión ante el terrorismo y una concesión al propósito genocida del fundamentalismo islámico, pero hay sobrados indicios que lo prueban. El primero es que pese a que Ben Laden justificó su masacre por la "tragedia del pueblo palestino", la campaña de atentados suicidas palestinos que ha costado cientos de muertos en la población civil israelí no se ponen en relación con el resto del terrorismo islámico. No importa lo que ellos mismos dicen, no importa que tanto Hamas como Hizbolá como la OLP hayan respaldado entusiásticamente la masacre del 11 de Septiembre; no importa que los palestinos (como en la Guerra del Golfo cuando los primeros misiles "Scud" cayeron sobre la población israelí) hayan bailado en la calle para celebrar el asesinato de miles de personas en Nueva York y Washington. Esas imágenes de los palestinos festejando las hazañas de Ben Laden como antes las de Sadam Hussein han desaparecido súbitamente de las televisiones de todo el mundo, pese a que son la evidencia de la identificación de todo el terrorismo islámico contra los mismos enemigos: Israel y Occidente, los "infieles". ¿Y por qué? Pues porque separando el terrorismo antijudío del terrorismo antioccidental, o por lo menos antieuropeo, se aspira inconsciente -o no tan inconscientemente- a transferir en exclusiva sobre Israel y los judíos la amenaza terrorista global del Islam.

El mecanismo lo conocemos bien los españoles, porque lo hemos padecido durante años y seguimos viviéndolo con el terrorismo etarra. La primera concesión que se hace al terrorismo es aceptar que las víctimas no tienen importancia o que son, de alguna manera, culpables de su asesinato. El "algo habrá hecho" fue la frase ritual con que el vasco nacionalista solía encogerse de hombros ante el último asesinado por ETA. Era la época en que a las víctimas del terrorismo se las sacaba por la puerta de atrás de las iglesias. Era el tiempo en el que los gobiernos socialistas españoles negaban cualquier ayuda económica a las víctimas del terrorismo mientras la multiplicaban a las oenegés pro-cubanas, pro-sandinistas o... pro-palestinas. Era el tiempo en el que el nacionalismo llamado "democrático" justificaba, como ahora por otra parte, el terrorismo etarra por el "inmovilismo" del "Estado Español" y su "incomprensión" del "conflicto vasco". Pero el proceso de sometimiento al terrorismo o de sobrecogimiento ante él pasaba por la negación del dolor y de la identidad individual de las víctimas, que es también el punto de partida de todo terrorista: deben ser no personas para asesinarlas sin remordimientos.

Eso se está haciendo de forma sistemática y escandalosa en todas las televisiones occidentales con las víctimas israelíes del terrorismo islámico. Dejo a los estudiosos israelíes o simplemente a los amigos de la verdad una evaluación cuantitativa del tiempo que se ha dedicado en los noticiarios a los muertos de Israel y a los muertos palestinos, el espacio y el cuidado dispensados a las víctimas palestinas del ejército de Sharon y a las víctimas de los terroristas directamente dependientes de Arafat, la culpabilización de los Estados Unidos por respaldar -aun con objeciones- a Israel, mientras se presenta como lógico, normal y moralmente impecable el respaldo de los países árabes y los grupos musulmanes de todo el mundo al terrorismo antijudío siempre que sea palestino. Mientras, la única política europea ha sido proteger a Arafat.

¿O acaso no se trata de proteger a Arafat, sino más bien de buscar en la protección de Arafat la forma de "pagar la protección" del terrorismo islámico, la manera de evitar que Londres, París o Madrid sufran lo que Nueva York el 11 de Septiembre? Un dato lo avala de forma especialmente triste para los españoles, la nación que más ha padecido el terrorismo desde hace treinta años, ante la indiferencia europea y universal: el discurso de Aznar y del Gobierno español ha sido milimétricamente calcado del que los nacionalistas del PNV, Fidel Castro o los congresistas de Idaho utilizan para exculpar los crímenes etarras y transferir la responsabilidad de los muertos al Gobierno español: "hay que situar los atentados palestinos en su contexto" (no la respuesta israelí); "no todos los terrorismos son iguales" (el israelí es peor); "la solución nunca es la violencia sino el diálogo" (para Israel; para Arafat la violencia se acepta como forma peculiar de expresión política); y así todas las fórmulas que desde hace un cuarto de siglo justifican el terrorismo etarra. Las víctimas israelíes en los dos años de Intifada sobrepasan las cuatrocientas; sólo en el mes de Marzo Israel tuvo -si se tiene en cuanta la proporción de su población con la española- un número mayor de asesinados que España por la ETA durante treinta años.

Y si Aznar, que tan fervorosa y razonablemente aprovechó el 11 de Septiembre para conseguir una mayor coordinación internacional contra los terrorismos nacionales y una cooperación de los países occidentales en su lucha contra ETA, comenzando por los USA; si Aznar, que estuvo a punto de ser él mismo una víctima mortal de ETA, utiliza la jerga habitual de los nacionalistas, los izquierdistas y los indiferentes ante las víctimas del terrorismo de otros, ¿qué harán Jospin o Schroeder? Pues lo que hacen: presionar única y exclusivamente a Sharon y a los USA para que el ejército Israel se retire de Gaza y Cisjordania, como si lo que le ha llevado allí no fuera precisamente el más feroz e indiscriminado terrorismo. Se puede dudar de la eficacia y el acierto del Gobierno israelí en la represalia pero lo que hacen los gobiernos y la opinión pública europeos es negar la legitimidad de esa respuesta.

Sharon : Israel, antisionismo, antisemitismo

Y el recurso habitualmente empleado es, de puro repetido, eficaz: echarle la culpa en exclusiva a Ariel Sharon, como si no fuera el Presidente elegido democráticamente por los ciudadanos de Israel, como si no presidiera un Gobierno de concentración nacional, con la participación destacada -nada menos que la cartera de Defensa- del Partido Laborista, como si hubiera desarrollado una iniciativa particular, propia de su lunático carácter genocida y no la respuesta a la última fase de una ofensiva terrorista, la Intifada, que dura desde hace más de dos años y que a su vez fue la miserable respuesta de Arafat a la generosa propuesta de paz israelí de Ehud Barak.

En realidad, Sharon es un espantajo, una coartada para fingir que no se ataca a Israel, del mismo modo que la Izquierda viene respaldando desde hace medio siglo al terrorismo palestino como "antisionista" pero negando ser por ello "antijudía". Como si no fueran judíos todos los muertos, como si no se les matara por ser judíos, como si se pudiera distinguir el "antisionismo" teórico de su realización en 1948 en el Estado de Israel y como si desde ese mismo día los países árabes, primero por su cuenta y luego usando a los palestinos como escudo y excusa, no hubiesen tratado de destruir Israel mediante la única vía posible: vencer militarmente a su ejército y sus milicias para así exterminar o expulsar a los judíos de Palestina.

¿Y qué alternativa se ofrece a Sharon y a los israelíes a cambio de la suspensión de su campaña contra el terrorismo islámico en los territorios bajo autoridad de Arafat? ¿Qué garantías se dan a Israel de que no seguirá sufriendo la misma masacre que hasta ahora? ¿Qué seguridad dan los países árabes llamados moderados y la Unión Europea a Sharon y a su Gobierno, representantes legítimos de la ciudadanía israelí? Ninguna. La única obligación de estos judíos parece ser la misma que desde hace siglos vienen observando en la fantasía social y en la realidad política de tantas sociedades cristianas y musulmanas: dejarse matar por el único pero definitivo hecho de ser judíos. Ser el chivo expiatorio de otras muertes, ser ese "crimen cometido en común" que según Freud funda toda sociedad, el único elemento que justifica la existencia política de la Nación Arabe, el ara sacrificial sobre la que democracias occidentales y fundamentalistas islámicos podrían llegar a un compromiso para evitarse otro 11 de Septiembre y la guerra contra el terrorismo. Al cabo, matar judíos se ha hecho durante demasiado tiempo en demasiadas partes del mundo como para haberse olvidado del todo.

Pero el sacrificio de Israel sólo serviría para ganar tiempo, del mismo modo que los pogromos en la Edad Media europea o en la Rusia del XIX y el XX sólo calmaban por breve tiempo la insatisfacción popular, a la que periódicamente debían ofrecerse nuevas víctimas. Este antisemitismo "políticamente correcto" que de forma subrepticia se ha instalado en el mundo occidental después del 11 de Septiembre y que se manifiesta hoy en una política de deslegitimación pública de Israel y de ataque generalizado a los judíos es un respuesta irracional a un temor razonable -ahí están los escombros de las Torres Gemelas que no permiten dudas al respecto- pero que hay que combatir de forma tan racional como implacable. Si el terrorismo islámico se cobra la pieza de Israel, las democracias occidentales estarán más cerca y no más lejos de seguir sus pasos. El matadero no ha sido nunca reservado en exclusiva para el cordero o para el chivo. Cualquier animal, incluso el hombre o sobre todo el hombre, puede ser sacrificado. Si es "infiel" -judío, cristiano o ateo-, Alá suele verlo con simpatía insaciable.

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