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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Marcos, careta y pipa

Ya se sabía que bajo el pasamontañas no había nada. El único logro del subcomandante Marcos es haber sabido vender esa nada durante nueve años. Como en esas publicidades con señoras en pelotas, que sirven, se dice, para vender dentífricos o automóviles. Gato por liebre.

Recordaré brevemente algunas etapas de esta siniestra comedia: hace nueve años, pues, en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, estalla una sublevación “indígena”, hay disparos y muertos, ¡cuidado! Los argumentos declarados de esta sublevación son varios: defensa de los derechos pisoteados de los indios, eterna lucha de los explotados contra su explotación, pero también, o sobre todo, denuncia, a tiro limpio del ALCAN, el acuerdo económico-comercial entre Estados Unidos, Canadá y México. Chiapas se convierte en “un puntal de la lucha contra la mundialización neoliberal”, según la jerga al uso. Pero en seguida se notan dos cosas, los jefes van bien armados y enmascarados, los campesinos, no, y, además, en las fotos se ve que llevan fusiles de madera, simulacros, no como los jefes, los chicos de fuera. Todavía hay clases. El Ejército contesta, dispara, hasta bombardea, los guerrilleros se refugian en la selva Lacandona y nace el mito del subcomandante Marcos, un mito chiquitín, comparado al del comandante en jefe, Fidel, también comandante del “sub”, pero oculto.

En seguida comienzan las negociaciones que se eternizan. Luego, durante unos años, Chiapas se convierte en campo de veraneo de la progresía europea, pero también americana, norte y sur. Por todas partes se oye: “Este verano vamos a darnos una vuelta por Chiapas”. En vez de Marbella, Saint-Tropez, San Remo, o La Habana. Y, casi todos van: José Bové, con su nodriza, la Viuda Alegre, los de ATTAC, algún Verde, etcétera. Los más ingenuos volverán defraudados, se han encontrado en campamentos casi militares, disciplina férrea y, como colofón, la obligación de escuchar las obras completas del subcomandante, recitadas por él mismo. Además, se les manifiesta claramente que “ellos” son sólo turistas, mientras “nosotros”, los del ejército de salvación zapatista, estamos realizando la revolución anticapitalista. No han vuelto, los turistas, se entiende, porque la revolución no estuvo jamás allá. Estos campamentos de estilo falangista pasaron de moda.

Con la victoria de Vicente Fox en 2001 se reanudaron las adormecidas negociaciones y hasta se organizó una caravana circense “zapatista” hasta México DF y el Parlamento, ante el cual la pipa de Marcos soltó algunas parrafadas, y se volvieron, sin el menor resultado concreto. Se afirmó que Marcos, ante el Parlamento, iba a quitarse su pasamontañas para dar más solemnidad al acto. No lo hizo, porque no podía, si se lo quita se vería que no hay nada debajo, como en esas viejas películas sobre el “hombre invisible” que repone la televisión.

En eso estamos cuando El País (15-1-2003) publica un artículo con un título tan pesimista como sintomático: “El “subcomandante” Marcos pierde su base indígena”. Como si fuera su propietario, como si hubiera tenido “base indígena” alguna vez. Lo increíble es que haya podido engañar a algunos campesinos en ciertas circunstancias. Pues eso se ha terminado, escribe Antonio O. Ávila, desde México DF. El estancamiento del movimiento —un movimiento bastante inmóvil— ha consagrado la ruptura entre los revolucionarios profesionales subvencionados y su “base” campesina.

Marcos y el comandante Germán (“dirigente histórico de la guerrilla”, apunta Ávila) estarían dispuestos a la “radicalidad”, al terrorismo, diría yo, mientras que a los campesinos, hartos de esperar maravillas que no llegan, les gustaría lograr alguna mejora concreta y vivir algo mejor, dejándose de ser posible carne de cañón de una revolución totalitaria. Este relativo realismo informativo puede extrañar de parte del tan políticamente correcto diario, pero es que a Polanco, el “señor de los bolsillos”, en América Latina no le interesan las guerrillas, sólo el negocio. En España también, claro, pero resulta que es negocio vender progresía en nuestro país.

Desde luego, teniendo en cuenta los gigantescos problemas de América Latina, lo de Chiapas no tiene gran importancia, salvo para sus habitantes, obviamente. Tampoco tiene nada nuevo la creación de focos guerrilleros, constituye una arraigada tradición latinoamericana y, actualmente, la situación más grave es en Colombia. Pero en México, sin remontarnos a la Revolución mexicana y al verdadero Emiliano Zapata, que nada tiene que ver con los que le robaron su apellido, las sublevaciones campesinas y los disturbios sangrientos son frecuentes. La “dialéctica de las pistolas” sigue vigente en muchos países latinoamericanos. Tampoco hay que olvidar que la práctica de verdaderas elecciones democráticas es muy reciente y sólo se han notado progresos en ese sentido en ciertos países, no en todos. ¿Qué tuvo pues el subcomandante Marcos que logró crear ilusión durante un periodo? Un lenguaje diferente, o mejor dicho, una forma diferente, un new look para proclamar los mismos tópicos de siempre de la izquierda revolucionaria latinoamericana. Pero eso no basta, eso no va mas allá de la careta con pipa.

Ahora, el hombre de moda es Lula. Desde luego, nada tienen que ver. Lula ha triunfado en unas elecciones, después de haber sido derrotado varias veces, sin echarse al monte. Ha cambiado su discurso y su programa, convirtiéndole en más reformista, menos populista, aunque de eso bastante le quede, y nos dio erisipela ver cómo recibió y abrazó a dictadores como Castro y Chávez. Desde luego, pasear a sus ministros por las chabolas no basta para suprimirlas. Pero indicios, aún endebles, existen de que apoyándose en los Estados Unidos y aplicando una política económica resueltamente liberal, que no siempre coincide con la del FMI, por supuesto, el actual gobierno brasileño podría llegar a reducir la miseria en su país. Hay que ser conscientes de que si los gobiernos pueden conducir rápidamente sus países a la ruina, como ocurrió en Cuba y ocurre en Argentina y Venezuela, para lo contrario, o sea para mejorar las cosas, los gobiernos no bastan, los empresarios, la sociedad civil, los profesionales, y hasta los partidos y sindicatos, todos, vaya, deben colaborar democráticamente en esa empresa común. Estoy soñando, pero la vida es sueño. O ¿no?

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