Menú
DRAGONES Y MAZMORRAS

Malos tiempos para la lírica

Cuando la política se pone en primer plano de la actualidad, la cultura se encoge o se recoge en tierras de penumbra, en “ínsulas extrañas”, reducto último de la lírica, amenazada.

Tal vez por eso las antologías poéticas surgen en épocas de crisis y de fracaso, en el sentido más ruidoso del término, con el propósito de tomar aliento, reunir fuerzas y animar un cotarro con razón muy politizado. Véanse si no, las fechas en que aparecen determinados empeños de contar vates, como si fuesen ovejas perdidas en el fragor de la batalla. Para ser justos con la cronología, la primera obra que reunió a poetas españoles e hispanoamericanos se publicó en España, nada menos que en 1934, en la Revista de Filología Española, del Centro de Estudios Históricos de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Se trata de la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932) obra de Federico de Onís, que sin duda alguna no desconocían los autores de la que la siguió, no mucho después, la tan excesivamente encarecida Laurel. Antología de la poesía moderna en lengua española, publicada en México en 1941 tras la contienda española y poco antes de la segunda conflagración mundial. Fue obra de dos poetas españoles, Emilio Prados y Juan Gil-Albert y dos mexicanos, Octavio Paz y Xavier Villaurrutia, y cubría la poesía escrita entre 1915 y 1940.

Ahora, tras el 11S y sus imprevisibles secuelas, y con la explícita intención de continuar la labor de Laurel, movidos, tal vez incluso sin saberlo, por ese mismo espíritu de supervivencia y recogimiento que he mencionado al principio, otros dos antólogos españoles (José Ángel Valente y Andrés Sánchez Robayna) y dos hispanoamericanos (Blanca Varela y Eduardo Milán), sacan en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores Las ínsulas extrañas. Antología de la poesía en lengua española (1950-2000). En un mundo preocupado por otras cosas, ahíto de antologías y de publicaciones de todo pelaje, la polémica que resucita aburre ya de puro rancia. ¿A quién le importa a estas alturas la vieja pelea entre tradición y modernidad, que es a lo que en definitiva nos remite la actual división entre poetas del silencio o metafísicos y de la experiencia o realistas? Desde luego, a los autores.

En este libro, como en todas las antologías, lo más reprobable son las exclusiones, pero esa es la prerrogativa del antólogo, y éstos la llevan a cabo, todo hay que decirlo, con menos coherencia que rigor. Tiempo tendrán los excluidos de hacer otra antología en la que no salgan algunos poetas de los que aquí salen, desde luego sus cuatro autores, a quienes sin embargo debemos estar agradecidos de muchas de las afortunadas inclusiones, en particular la de la poetisa sefardita Clarisse Nicoïdski (Francia, 1938-1996) de la que ya había publicado algunos poemas la revista Poesía en la década de los 70. Como muestra, un botón:

mus quidaremus aquí
aspirandu

aspirandu que nada venga

que ningunu mus topa

tumaremus il tiempu in un djaru

lu biviremus

si quidarán quietas

mi voz y la tuya

stamus solus



Sí, estamos solos, y de todas las ínsulas y soledades la suya es la más acrisolada, la más extraña y la más inquietante.

VISITE LAS RUTAS VERDES DE ELTREN.COM


0
comentarios