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DRAGONES Y MAZMORRAS

Madrid bien vale un concierto

Para romper con la monotonía de las presentaciones de libros y de las mesas redondas, el Círculo de Lectores ha inaugurado su propia “rentrée”, en Madrid, con un concierto.

No eran los únicos que abrían temporada —ya empiezan a acumularse unos cuantos tarjetones en mi mesa— pero sí era la oferta más original y tentadora, una vez que hube descartado la primera conferencia del ciclo sobre Geoges Simenon (el belga más internacional, junto a Hergé, el creador de Tintin), en la Fundación Carlos de Amberes, por ser asunto para mí más trillado y porque va a durar todavía un par de semanas. Así que a punto estuve de perderme el concierto, por no haber reservado a tiempo, pero Lola Ferreira se apiadó de mí y me hizo un hueco en la abarrotada sala, lo que además de mi agradecimiento estimuló mi sentido del deber y aquí me tienen ustedes dispuesta a contarles, punto por punto, el desarrollo de la velada porque, como acostumbro, llevaba mi bloc de notas para coger al vuelo los matices más personales del evento, cuyo objetivo era celebrar la aparición de un CD titulado 24 Caprichos de Paganini, interpretado por uno de los violinistas más puestos del momento: Ara Malikian.

Siguiendo el más puro estilo del género de las presentaciones de libros, el crítico musical Óscar del Canto (lo había oído muchas veces por la radio y no me lo imaginaba tan joven) nos puso al corriente de la vida y milagros, tanto de Niccolo Paganini como de su genial intérprete. Yo sabía que el músico genovés era un bicho raro, mefistofélico y estrafalario, pero ignoraba algunos detalles de su virtuosismo, como que llegó a tocar el violín con sólo dos cuerdas y, azuzado por el éxito, hasta con una sola.

Tal vez fue su espíritu burlón el que le jugó una mala pasada a Malikian, quien, en plena ejecución (el que avisa no es traidor) y derrochando simpatía, y en un español vacilante pero fluido, nos advirtió que “se le había rompido una cuerda”, lo que no le impidió continuar como si nada y lo que nos conmovió grandemente, aunque ya su sola presencia, su simpatía y su belleza agitanada, habían cautivado desde el principio al auditorio, enardecido además por su maestría. Ara Malikian es armenio y uno de los violinistas más extraordinarios y reconocidos del momento. Ha tocado como solista en las grandes salas de concierto del mundo y desde hace algún tiempo vino a España y le gustó tanto que se quedó a vivir en Madrid.

Su presencia no pasó inadvertida, como es natural y, con la humildad de los verdaderamente grandes, aceptó un puesto de violinista en la Orquesta Sinfónica de Madrid. Es un lujo que esta ciudad se merece y que sea por muchos años. También fue un lujo oírle ayer, rehabilitando a mis ojos y a mis oídos a un músico (Paganini) que, ignoro por qué razón, ha estado bastante devaluado durante muchos años. También tocó a Sibelius, a Ysaÿe y, una vez corregido el incidente de la cuerda, terminó con un impresionante movimiento de una sonata de Bach. Entre medias, también valió la pena escucharle sus propias improvisaciones, que él calificó de “a la mora”, producto de su sin duda alguna fructífera colaboración con un grupo de flamenco en el que, me imagino, Malikian debió de ser el más valiente, el más torero y el más gitano de todos.


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