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Del hombre nuevo al jinetero postcomunista

Cuba siempre ha sido una isla impúdica y hedonista, al decir del historiador y ensayista cubano Rafael Rojas. En los tiempos de la conquista y la colonización de América, la Isla asumió la función de proveedora del sistema de flotas metropolitano que, con base en Sevilla, partía hacia tierra firme continental. De este modo desempeñó un papel muy importante en el proceso de acumulación capitalista en Occidente, contribución que a partir del siglo XIX se acrecentó con el apogeo del sistema de plantación. Las tripulaciones de aquella flota que fondeaba en el puerto habanero dos veces al año demandaban, además de vituallas para seguir viaje hacia Europa o América, diversión, ocio, cachondeo, o sea, una vía de escape tras los largos meses de navegación, el escorbuto y la carencia de compañía femenina. Podría decirse que desde entonces se fue fraguando entre los isleños una manera de pertenencia a esa cultura marinera y húmeda, relajada y carnal, sensual, que los propios peninsulares, pese a su catolicismo inquisidor, asimilaron encantados, aplatanándose rápidamente.

Tal y como expresó el narrador y ensayista cubano Antonio Benítez Rojo, "el Caribe es el reino natural e impredecible de las corrientes marinas, de las ondas, de los pliegues y repliegues, de la fluidez y las sinuosidades". La Isla fue concebida finalmente por los extranjeros en general como un lugar mágico donde todo podía suceder, un lugar de tránsito, de enriquecimiento veloz y de placer sin límites.

Este signo distintivo del pueblo cubano abarca a todos sus integrantes, sin distinción de género o raza. Es algo consustancial a la cubanidad y que funciona tanto dentro de los límites insulares como en el exilio miamense, mexicano, español o canadiense, pues el emigrado cubano acarrea su jolongo cultural doquiera que vaya. Sin embargo, un país de cultura básicamente hispano-africana concibe al hombre como dueño y señor supremo, mientras que la mujer debe cumplir todas las tareas domésticas, y atender al marido, a los niños, a los enfermos y ancianos de la familia. La atención al marido incluye la disponibilidad sexual, claro. Por tanto, el liderazgo en la seducción y las artes amatorias es atributo exclusivo del hombre. Prácticas semejantes en cualquier mujer –al menos antes de la crisis de los noventa– se consideraban una falta grave y concitaban el repudio de la sociedad en pleno.

Un pensador tan idolatrado por generaciones de cubanos como el héroe nacional José Martí, durante su estancia en los Estados Unidos sufrió serias contrariedades debido al relativo nivel de emancipación que para la fecha ostentaba ya la mujer norteamericana con respecto a la latinoamericana: "¿Pero dónde está la casta franqueza, la sabrosa languidez, las cariñosas miradas, la tierna dulzura y la suave gracia de nuestras mujeres del sur?". Martí no pudo ocultar su desajuste funcional con respecto a ese tipo de mujer moderna, que percibió fría, calculadora, independiente; demasiado viril. Martí, a quien el tema de las mujeres representó un conflicto permanente, llegó a decir, en un rapto de frustrado machismo caribeño: "Y tantas cosas buenas como pueden hacerse en la vida. ¡Ah! Pero tenemos estómago y ese otro estómago que cuelga y que suele tener hambres terribles".

O sea, que el Homo cubensis se distingue desde tiempos remotos por ser un tipo masculino con un apetito voraz hacia las mujeres, un conquistador infalible de sus corazones con una labia muy persuasiva, infradotado para la monogamia, insuperable en las distancias cortas y en la improvisación, así como un experimentado gozador que suele someter a las hembras con quien copula, atributos que además expresa con orgullo y, que más allá del estereotipo, devienen su marca de identidad.

Sin embargo, durante la dictadura castrista estos atributos del macho caribeño se han potenciado en grado superlativo, traspasando los contornos acuosos de la Isla para proyectarse a escala global como mito plenamente aceptado por las sociedades de Occidente. Valdría la pena preguntarse: ¿por qué?

Las razones se hallan en causas de origen económico, moral, educativo y cultural. La colectivización de corte estalinista a que fue sometida la sociedad cubana supuso la reducción drástica de las libertades individuales, así como la disolución de la familia tradicional y de todos los valores que la sustentaban, incluyendo la religión. Los barbudos, tras su llegada a La Habana, abjuraron del catolicismo y bajaron a todos los santos del altar, para colocar en él La Revolución, considerada icono supremo del sacrificio por la patria. Todo el acervo de usos, costumbres y hábitos enraizados en la ética pública insular, así como ciertas normas morales tácitas, sufrieron un severo proceso de desgaste por la feroz embestida del ateísmo estatal, el cual persiguió al clero católico afincado en la Isla, fundamentalmente español. Aquel basamento ético, sustentado en el catolicismo, al menos desde el punto de vista formal, representaba una suerte de código de moralidad mínima, cumplimentado por la mayoría de los machos tropicales, quienes solían atenerse tácitamente a sus postulados.

Quiere esto decir que, aunque en la Cuba capitalista había hombres bígamos encubiertos, quienes sustentaban muchas veces dos y más familias simultáneamente, además de ligues ocasionales, se trataba de individuos que, por regla general, guardaban un comportamiento de moralidad aparente de cara a la sociedad. El propio padre del dictador Castro fue un ejemplo elocuente de esta práctica, presente lo mismo en las zonas rurales que en La Habana.

Otro de los elementos que contribuyó a perfilar el nuevo hombre machista-leninista, y que consiguió dar el tiro de gracia a los remanentes de moralidad de la Cuba republicana, fue la institucionalización, a partir de 1971, de la Escuela en el Campo, para los adolescentes de 12 a 18 años de edad. En estas escuelas, ubicadas por lo general en lugares de difícil acceso –de ahí que sus alumnos pasaran a veces semanas sin visitar sus hogares–, convivían aproximadamente 600 varones y chicas; en jóvenes en plena explosión hormonal, y con profesores que muchas veces no superaban demasiado la edad de sus educandos, el libertinaje sexual –"amor libre" se le llamó– no se hizo esperar, con su secuela de abortos, embarazos indeseados y madres adolescentes, enfermedades de transmisión sexual, maestros sancionados, etc. En una sociedad donde casi todo estaba prohibido, y en medio de una sabana aislada de la civilización, no resultaba extraño que ocurrieran excesos, donde a veces llevaban la voz cantante los propios profesores. Los estudiantes que preñaban no eran expulsados; no ocurría lo mismo con las estudiantes preñadas.

Quizás el factor más importante que acabó de cuajar el macabro experimento de crear una nueva especie de hombre fue la acelerada desvalorización de la cultura del trabajo en toda la sociedad. El ancien cuban male, al margen de su implicación inveterada y sistemática en más de un lío de faldas e incluso con más de una familia, fue educado en valores que asignaban al trabajo, al aprendizaje de un oficio o a alguna habilidad laboral, una importancia capital, por el hecho de que el trabajo constituía, si no el único, el más socorrido medio para ganarse la vida con honradez. De tal suerte que aquellos donjuanes, más allá de sus aventuras amorosas, incluso de ser padres de hijos de distintas madres, solían adjudicar a su empleo una importancia fundamental, pues era, a fin de cuentas, la fuente de ingresos que les permitía cubrir los gastos que demandaba su promiscua vida, en un país donde aún la mujer no se había incorporado mayoritariamente al mundo laboral.

Sin embargo, al nuevo hombre guevarista-castrista se le privó de los medios e instrumentos de trabajo para su sustento, que pasaron a ser propiedad del Estado omnipotente y redentor. Ya no se trataba de formar hombres libres y cívicos capaces de ganarse la vida honradamente mediante el despliegue de sus iniciativas y capacidades en pos de su beneficio personal y del bien común, sino de crear un nuevo individuo obediente y amoral, sin ambiciones personales y subordinado a los intereses de la colectividad. Hasta el desmembramiento de la Unión Soviética, en 1991, el poder cubano, gracias al monumental subsidio soviético, mantuvo a flote la indigente economía cubana: hacía como que pagaba a sus obreros, campesinos y trabajadores intelectuales, mientras éstos hacían como que trabajaban, tal y como ha expresado el político cubano Carlos Alberto Montaner. La situación daría un giro de 180 grados durante la crisis de los noventa, en que aquel Estado todopoderoso tuvo que abstenerse de dar lo que podía, pues cada vez disponía de menos recursos. De esta forma, sus súbditos, privados una vez más de la libertad de echar a andar un pequeño negocio –el impulso liberalizador fue refrenado a partir de 1996– con el cual eludir la crisis, tuvo que buscarse la vida como mejor pudo; y he aquí que muchos jóvenes se vieron impelidos a prostituirse, o sea, a convertirse en jineteros y jineteras, es decir, en personas que sacan la máxima rentabilidad de su propia energía libidinal y ofrecen favores sexuales a cambio de algún bien material muy escaso en la Isla o de divisas en efectivo.

Así, el Pene cubensis –hacemos abstracción deliberada aquí del comportamiento de este fenómeno en las jóvenes cubanas– pasó de ser un instrumento concebido por los nuevos mambises del siglo XXI como signo inequívoco de virilidad masculina, y por lo tanto vehículo para proporcionar placer –normalmente– a la mujer cubana, en herramienta de trabajo fundamental; una suerte de llave de los truenos capaz de resolverlo todo, de conseguir divisas y otros bienes y favores con que sobrevivir, incluso a la hora de emigrar a tierras lejanas.

Tales conductas, asumidas y toleradas de un modo u otro en el plano macro-social, incluso por el mismísimo poder, sirvieron de fuente de inspiración a despabilados cronistas musicales como David Calzado, quien con su famoso tema "El Temba" reflejó mejor que cualquier estudio sociológico la necesidad de los jóvenes de los noventa de entablar relaciones íntimas basadas no ya en el amor o el deseo sino en la imperiosa necesidad de supervivencia. El estribillo se aconsejaba a la novia de un cubano: "Búscate un temba que te mantenga / pa que tú goces / pa que tú tengas".La letra no tiene desperdicio, y algunas de sus partes merecen ser reproducidas: "Qué es eso de matrimonio / yo solamente puedo ser tu novio, tu novio… / Te quiero conformar pero tú quieres ser mi esposa… / Con qué te voy a dar lo que tú quieres conquistar / si es imposible darte lo que pides… / Búscate un temba que te cuide día y noche / hasta que te compre un coche… / Así que te mantenga, te suministre lo que no tengas y que te llene de prendas, / pa que te ponga una buena vivienda".

O sea, el hombre cubano post-comunista, condenado por su propio Gobierno a carecer de los medios económicos legales que le permitirían ganarse la vida decentemente y gozar de un cierto nivel de riqueza material junto a su futura esposa –Cuba tiene la más alta tasa de divorcios del mundo: 70 por cada 100 matrimonios–, propone a su novia perpetua que se prostituya con un hombre mayor –la letra en ningún momento alude a que sea un extranjero, aunque se sobreentiende– pero solvente y en condiciones de darle una vida con bienestar. Aunque no aparece explícitamente, se deduce que el joven cubano, por su parte, se reserva el derecho de hacer otro tanto con las turistas extranjeras; o sea, en resumen: que su novia, por un lado, y éstas, por el otro, le mantendrían. Una, además de untarle con lo que saca de su jineteo, le ama con la lujuria y la entrega pasional a la que está acostumbrado culturalmente, mientras que la otra le surte materialmente, incluso pudiera llegar a rescatarle de la prisión insular para devolverle a la vida en libertad en cualquier sociedad de Occidente.

Cuba, a partir del derrumbe del socialismo real, diversificó su perfil político como exportadora de revoluciones –en Venezuela, Nicaragua, Bolivia, Ecuador, etc.– para devenir, además, potencia sexual de rango internacional en los albores de la globalización.

Debemos convenir que, en materia de comercio sexual, la degradación y la decadencia acompañan tanto al oferente como al demandante. Asimismo, en todas las latitudes y en todas las épocas históricas han existido y existirán chulos, proxenetas, gigolós, hombres que se consagran a este innoble quehacer. Sin embargo, cuando estos comportamientos se masifican, deviniendo medio de vida de una cantidad cada vez mayor de jóvenes que no pueden ganarse la vida decorosamente y cuya única posesión es el cuerpo que habitan, estamos ante un inequívoco indicador del grado de descomposición moral de la sociedad.

Curiosamente, el apareamiento ocasional con la extranjera, que conserva en la Isla los derechos que le asisten por denominación de origen, obra el milagro de conferir por ósmosis parte de los mismos al jinetero, al menos mientras le acompaña.

El Estado cubano niega a su pueblo el ejercicio de derechos civiles, políticos y económicos tales como realizar por cuenta propia ciertos oficios y profesiones, impidiendo así el despliegue de la libre iniciativa económica. Frente a este drama cotidiano que frena el desarrollo de la creatividad personal y coarta la libertad, la población se enajena, encontrando en el sexo y la promiscuidad la única vía de escape. Tal comportamiento, en no pocos casos, asegura además una mínima supervivencia en medio de una crisis económica permanente.

La economía cubana tiene un marcado carácter parasitario. Sin subsidios es incapaz de sobrevivir; o sea, sin el ahorro externo generado en las mismas sociedades cuyos valores desprecia y considera moralmente inferiores. Y he aquí que manadas de turistas occidentales acuden al Parque Jurásico Castrista a purgar sus pecados como criaturas consumistas. Una forma típica de redimirse en el paraíso del sexo y la desinhibición es ligarse un joven cubano que vive de la prostitución, pues no tiene otro horizonte de realización en su sociedad. Éste, luego de proporcionar placer y lujuria ilimitadas a las extranjeras, es recompensado de inmediato... y a veces hasta recibe remesas mensuales, las cuales acaban fraguando o siendo indicio de matrimonios de conveniencia.

Un elevado por ciento de los jóvenes que se consagran a esta actividad son negros o mulatos. La implicación negra en la prostitución se explica por la situación de marginación extrema que soporta este sector de la población, y también por los propios tópicos racializados de sexualidad de las turistas, que contemplan al negro o al mulato como objetos sexuales perfectos, por el primitivismo de sus instintos. A tal punto ha llegado esta situación, que el fenómeno del jineterismo se ha convertido en un componente básico para definir y marginar aún más a la población negra y mestiza.

Tal situación expresa la podredumbre de un régimen que, paradójicamente, desde que accedió al poder consideró cualquier forma de prostitución como una lacra social que erradicar. Fidel Castro, quien tiene por cónyuge a una esposa reclusa, a la cual en escasas ocasiones y sólo en épocas muy recientes se ha visto en público, se ufanó en su día de que las prostitutas cubanas poseen un nivel de instrucción universitario, mientras el Ministerio de Turismo publicita la Isla como el paraíso de la pasión y el amor caribeños.

La frustración de los jóvenes cubanos va en aumento, lo cual hace que emigren; no por estrictas razones económicas, como sucede en el Tercer Mundo, sino por la falta de libertad para encauzar sus vidas de manera independiente, pues el régimen les impide concretar sus iniciativas en pro de su progreso y bienestar personal.

Está claro que ningún otro Gobierno del mundo, salvo el de Corea del Norte, es dueño de prácticamente el 100% del tejido económico, y por tanto responsable único de las condiciones de vida de sus gobernantes. La ausencia de libertades, la coacción ideológica y la represión selectiva terminan por distorsionar gravemente los comportamientos sociales, que encuentran en la mentira, la simulación y la doble moral el único reducto libre de la opresión política.

El más grave problema que se deriva de esta situación se afrontará durante la ardua etapa de refundación nacional y el complejo proceso de reconciliación, pues el crecimiento del producto interior bruto debe sustentarse no solamente en un capital humano cualificado, sino en valores de responsabilidad, orden, cultura del trabajo, capacidad de acción colectiva, ahorro y civismo, que constituyen la base de la libertad y la prosperidad. La libertad y la economía de mercado necesitan reglas y controles implantados por la sociedad que se beneficia de sus ventajas. Empero, para el jinetero cubano post-comunista, habituado a vivir de la gozadera derivada de ejercer una actividad ciertamente parasitaria que se basa en el engaño y la rapiña, entrenado en resolver lo más inmediato para sobrevivir un día más y fogueado en el arte de luchar en la calle, le resultará extraordinariamente difícil la integración en una nueva sociedad basada en las libertades, así como en determinados deberes y responsabilidades ciudadanas.

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