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DRAGONES Y MAZMORRAS

Luces y sombras

Algo muy bueno y muy importante ha debido de pasar en la Academia sueca para que reaccionen con el Nobel a Coetzee a tanta impostura como la representada, por ejemplo, con Saramago, cuyas declaraciones a la prensa, a propósito de esta última concesión, son de una tibieza muy reveladora.

Se está celebrando “ahorita mismo” en Madrid la vigésimo primera edición de la Feria Internacional del libro, conocida como LIBER. En ella los invitados de honor son los países del Centro y del Este de Europa, con motivo de la ampliación de la Unión Europea. Sea en hora buena porque falta les hace entrar en el club: mejor que los campos se llenen de plantaciones subvencionadas que de avena loca. Algún eco de esta Feria hay en la prensa, sobre todo en lo que respecta a los premios que, de manera harto previsible, han ido a parar al Ojo Crítico (versión hablada) y al suplemento de libros del ABC (versión escrita). Aunque no todo son luces, también hay sombras, y en este caso las ha arrojado la Federación del Gremio de Editores de España con sus datos sobre la producción editorial durante el 2002. Ya les conté la semana pasada que el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte acababa de publicar los suyos —que se supone son los oficiales— en la Panorámica de la Edición Española de Libros 2002 y de su lectura se desprendía que nada hay más próspero que este esforzado sector.

Pues bien, los del gremio, en su Comercio interior del libro en España 2002 les han hecho la paralela y nos dicen que esos datos son triunfalistas y que hay que llamar al tío Paco para la rebaja. Por ejemplo, en este recuento, los 69.893 títulos de la Panorámica se han quedado en 62.337 (que tampoco es moco de pavo) pero lo más alarmante, sobre todo para editores y distribuidores, es que durante el año pasado los segundos devolvieron a los primeros 54 millones de ejemplares de libros no vendidos, y tratándose de pérdidas estoy segura de que no mienten. Ahora bien ustedes se preguntarán qué hacen con tanto libro muerto. Pues los que no se utilizan para empapelar monumentos los entierran en sus almacenes, lo que es carísimo, o los regalan a los países de habla hispana, o sea a Suramérica o bien los incineran, con gran escándalo de los medios. ¿La solución? No luchar contra la evidencia, tratando de imponer un ritmo trepidante de publicaciones a una sociedad en modo alguna lectora. Pero ya se sabe que los grandes grupos editoriales prefieren publicar diez para triunfar con uno que apostar todo a este último. A ver si va a resultar aquí como en el cuento de Blancanieves donde según se ha desvelado en el Congreso Internacional de Cuentos de Hadas celebrado en Potsdam (ciudad emblemática de Alemania donde se decidieron tantas cosas que cambiaron el curso de la historia) la mala es la madre y no la madrastra.

Volviendo a las luces, o sea a los premios, la gran luminaria ha sido el Nobel. Muchos se han sorprendido de que la Academia sueca haya elegido a J.M. Coetzee, un escritor “de culto” o secreto, como tanto gusta decir de los escritores inclasificables, independientes, solitarios y bastante incómodos, que tienen una secta muy fiel de lectores. Se equivocan, pues llevan ya unos cuantos. Recuerden si no a Naipaul, o incluso al del año pasado, Imre Kertsz, totalmente alejados también ambos de lo políticamente correcto. Es más, nada más incorrecto e incómodo que Coetzee, autor del que ya hemos hablado más de una vez en estas mazmorras. Su falta de connivencia con el pensamiento único y dominante me recuerda de manera muy especial al austriaco Thomas Bernhard y algo muy bueno y muy importante ha debido de pasar en la Academia para que reaccionen a tanta impostura como la representada, por ejemplo, con Saramago, cuyas declaraciones a la prensa, a propósito de esta última concesión, son de una tibieza muy reveladora. John Maxwell Coetzee es surafricano, pero así como la también premio Nobel surafricana, Nadine Gordimer es de origen anglosajón, él es de origen afrikaner, o sea descendiente de los antiguos colonos holandeses que llegaron a África del Sur a finales del siglo XVII y mantienen su lengua originaria. Coetzee tiene 63 años, y además de escritor es traductor y crítico literario, y empezó a tener cierta celebridad —de esa de culto que les decía más arriba— con Esperando a los bárbaros, que es un alegato terrible contra todo lo más sagrado del progresío, como también lo son muchas de sus otras obras, en particular el gran novelón que es Desgracia que habrá hecho retorcerse de angustia cósmica a muchos de los que ahora le aplauden. De él, como también pasaba con Bernhard, se dice que no concede entrevistas (sólo una muy utilizada que se publicó en España hace algún tiempo), que tiene un escondrijo en España, concretamente en Lérida y que, como buen escéptico ni busca los honores, ni los ostenta, pero tampoco los rechaza. Enhorabuena.

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