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CAPITALISMO

Los verdaderos patrones

Los estatistas promueven leyes que supuestamente protegen al consumidor indefenso de los patrones de la economía, esto es, los grandes empresarios, los industriales, los capitalistas y los terratenientes. Nos aseguran que dichos patrones ejercen su voluntad sin restricción y que no dependen de nadie. Pero están equivocados.

Los estatistas promueven leyes que supuestamente protegen al consumidor indefenso de los patrones de la economía, esto es, los grandes empresarios, los industriales, los capitalistas y los terratenientes. Nos aseguran que dichos patrones ejercen su voluntad sin restricción y que no dependen de nadie. Pero están equivocados.
En el capitalismo, por la propia naturaleza del mismo, cada persona depende de los demás. Los verdaderos amos de la economía no son los empresarios, sino los consumidores, que, al decidir adquirir o no un producto o servicio, crean y destruyen fortunas.
 
Es fácil caer en el error de atender a "lo que se ve" e ignorar "lo que no se ve", como explicaba el libertario francés Fréderic Bastiat. Lo que se ve es que el industrial contrata empleados, fija salarios y condiciones de trabajo, adquiere recursos y bienes de capital, compra insumos y dirige la producción. Las disposiciones del patrón son cumplidas; en cambio, se suele pensar que el patrón no recibe órdenes de nadie. Lo que no se ve es que esos supuestos patrones no toman decisiones sin antes considerar cómo pueden satisfacer mejor los deseos y caprichos de los consumidores.
 
Los verdaderos patrones del capitalismo son los consumidores, que compran los bienes y servicios en el mercado. En las haciendas ganaderas se oyen a menudo los gritos del patrón. Todos, peones, capataces, administradores, cumplen sus órdenes sin vacilaciones. Su poder parece inmenso, pero no lo es. Hay un grito mucho más poderoso que el del patrón, aunque sólo éste lo escucha: son los que dan los consumidores de carne en los supermercados.
 
Si el patrón desatiende esas órdenes, si no adapta su producción a los deseos de los consumidores, sufrirá pérdidas y tendrá que dejar el negocio ganadero a otros empresarios más respetuosos de los caprichos del soberano, o sea, del consumidor.
 
Los empresarios no pueden fijar a su antojo los salarios de sus empleados, ni las condiciones de trabajo. De hecho, son los consumidores los que fijan ambas cosas. Si están dispuestos a pagar un precio más elevado por un determinado producto, los empresarios fijarán también salarios más elevados, como de hecho hacen cuando aumenta la demanda. Pero los consumidores difícilmente aceptarán pagar más por un producto por el hecho de que lo hayan elaborado, por ejemplo, trabajadores casados y con familias, en vez de trabajadores solteros. Lo que buscan es un producto de la mejor calidad posible y al menor precio posible.
 
Los precios que se pagan por los factores de producción –trabajo, capital y recursos– no son los que quisieran los dueños de éstos, sino los que determinan los consumidores con sus demandas. Si el empresario no supo predecir los deseos del consumidor, su producción puede resultar en pérdidas económicas y la quiebra. Pero si los anticipó correctamente, entonces podrá obtener utilidades y crecer.
 
En el capitalismo, los empresarios y los hombres de negocio pueden servirse a sí mismos únicamente sirviendo a la gente de la mejor manera posible. Sus éxitos y fracasos están íntimamente ligados al buen servicio que presten al consumidor. Un buen ejemplo es Bill Gates, que se enriqueció enriqueciendo a todo el mundo.
 
A diferencia del socialismo, en el capitalismo no hay privilegiados, y los consumidores no necesitan que los defiendan. En el mercado la gente coopera pacíficamente eligiendo su propio modo de vida y respetando la propiedad y los derechos ajenos.
 
 
© AIPE
 
PORFIRIO CRISTALDO AYALA, corresponsal de AIPE en Paraguay y presidente del Foro Libertario.
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