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PSOE

Los restos del naufragio

Muchos dirán, también esta vez, que soy un irresponsable al apartarme de la corriente general de preocupación por el destino del PSOE. Parecen coincidir los analistas en que ese partido, y no otro, es necesario para el buen funcionamiento de la democracia porque garantiza la alternancia y es el contrapeso imprescindible para el Partido Popular.


	Muchos dirán, también esta vez, que soy un irresponsable al apartarme de la corriente general de preocupación por el destino del PSOE. Parecen coincidir los analistas en que ese partido, y no otro, es necesario para el buen funcionamiento de la democracia porque garantiza la alternancia y es el contrapeso imprescindible para el Partido Popular.

Sigue resultando un misterio para mí por qué ese partido y no otro. Por qué no dedicar los esfuerzos de las izquierdas a configurar un partido de izquierda distinto, libre de la pesada carga del pasado. La derecha española ya ha hecho su camino en ese sentido y ha generado un partido considerablemente cohesionado y sin lazos históricos perversos, del que sólo el PSOE, precisamente, dice que es franquista.

Es evidente que poco tiene que ver el Partido Popular de hoy con el paternalismo estatalista del franquismo. Por el contrario, ese paternalismo es asumido sin ambages por los socialistas. Los dos grandes partidos nacionales españoles se parecen bastante, pero es evidente que el PP es considerablemente más moderno que el PSOE.

Poco hay que discutir en lo social: los grandes proyectos de las izquierdas en lo relativo a la humanización del capitalismo se habían realizado ya hace medio siglo, y la revolución felipista de los ochenta consistió en legalizar definitivamente lo que la sociedad ya había normalizado. No sólo, ni mucho menos, porque se haya reconocido el derecho a divorciarse, por ejemplo, sino porque los dos grandes pilares del Estado de Bienestar, la sanidad y la educación públicas, universales y gratuitas, pasaron a ser indiscutibles. De ahí que todo lo actuado por el destructivo zapaterismo se refiera a la letra menuda de lo social, desde las bodas gays hasta los cursos de masturbación de Aído, y no a lo esencial. Ni siquiera la Ley de Dependencia es otra cosa que un desarrollo de la sanidad mínima, esa que nadie piensa tocar mientras alcance el dinero para financiarla con mayor o menor comodidad.

Me irrita ver que los responsables del partido socialista español, es decir, los dirigentes reales de la izquierda española –indignados incluidos, aunque ellos no lo sepan–, estén hablando de refundar su organización, incluso de reformular sus objetivos en lo ideológico, y encima se les desee suerte en ese proyecto. ¿Cómo puede un partido político con décadas de ejercicio del poder plantearse una reforma en lo ideológico sin que nadie caiga fulminado por un ataque de asombro? ¿Qué van a ser después del congreso de febrero? ¿Neosocialistas? ¿"Neosoc", habremos de decirles, siguiendo esa mala costumbre que ellos impusieron, en nombre de la corrección política, por la que todo el mundo es neoalgo, sea liberal o nazi, o sea, no es lo que es?

¿Van a decirme todos los iluminados del zapaterismo, empezando por Rubalcaba, que a partir de febrero pensarán otra cosa que la de siempre?

No, por supuesto. Harán como que son otros, que es lo que han hecho siempre. Que es lo que hicieron en su día los comunistas rusos, en el XX Congreso del PCUS, cuando abjuraron del culto a la personalidad de Stalin y continuaron en sus trece. Y ese partido, no el fundado por Pablo Iglesias, sino el engendrado en Suresnes por Felipe, Brandt y los suyos, no es necesario ni para el Partido Popular ni para España: ya ha cumplido su ciclo de engaños, ya ha cometido todas las traiciones imaginables, solo o en compañía de otros –soberanistas periféricos, terroristas o simples ladrones de gallinas políticas–, y si se recompone, con la gente que está a la vista, sin excepciones, será para reincidir.

Otro partido de izquierda es posible en España. UPyD es la prueba de ello. Y no tuvo necesidad Rosa Díez de reformularse ideológicamente: siguió fiel a lo que solía ser la izquierda otrora, es decir, jacobina y, por tanto, nacional. Eso que Bono ha salido a decir ahora con su estilo majadero –después de haber dado su voto favorable al Estatuto de Cataluña, igual que Alfonso Guerra y los cuarenta diputados– sobre no avergonzarse de decir "Viva España". Su partido no sólo no estuvo en la última década, la del Tinell y otras miserias, dispuesto al viva, sino que ni siquiera se sintió inclinado a emplear la palabra España: "el Estado español" y va que chuta.

¿Se necesitan dos grandes partidos? Tal vez. Yo preferiría tres, pero es que soy insaciable. Y no me hace falta en absoluto que uno de ellos sea el PSOE, aunque tal como está, en sus horas más bajas y lamentables, aún recauda cinco millones y pico de votos. Y ninguno de los killers propietarios de la marca está dispuesto a ceder un ápice de ese capital político. En términos biológicos, cualquiera de los figurones más notables, empezando por el viejo padrino histórico Felipe González, tiene por delante una década de vida social, o sea que ninguno, por la cuenta que les trae, se quedará en casa ni nos dejará en paz durante un tiempo que, en cualquier caso, será excesivo. Eso, por no hablar de Chacón, que tiene vida para dar y regalar, y que es el producto más acabado de la continuidad zapaterista, casi una criatura del modelo intelectual del genio de León, con todos los elementos buenistas, pacifistas, nacionalistas, etc., del caso.

Esperemos que Mariano haga lo que tiene que hacer, y que lo haga bien, porque, si no, en cuatro años, con muletas materiales y morales, con las testas vendadas y los brazos en cabestrillo, éstos vuelven. Y sigo pensando que no se pierde nada si no están.

 

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