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DRAGONES Y MAZMORRAS

Los otros olvidados

Quienes crean que con el verano se acabó la actividad libresca están totalmente equivocados. Tal vez ya no se presenten libros (sería una locura) pero los actores principales de la movida literaria se han desplazado a regiones más bonancibles, siempre bajo el amparo de la sacrosanta subvención, que es tan necesaria para la cultura como el agua para el agro.

Es decir, que se han ido a los cursos de verano. Hace ya tiempo que no tomo esa deriva, pero este año ni siquiera me he informado todavía de cómo van evolucionando. Va siendo hora, pues, de que me asome, aunque sea indirectamente, por alguno, y les cuente cómo se las arreglan para veranear sin perder dinero los escritores, editores y, en menor medida como siempre, los traductores; de los políticos me abstengo, aunque sean los más cotizados en estos momentos precisamente porque hay que echarles de comer aparte.

Quedo, pues, emplazada para contárselo la semana que viene porque ahora pretendo hablarles, para cerrar el curso y completar mi labor de comentarista de libros en la cadena COPE, de algunos autores y editoriales cuyos productos no gozan de la difusión suficiente para llegar a todos. Y no es que en La Linterna o en El Peluco haya tenido yo ninguna traba a la hora de hablar de libros considerados “raros” durante estos cuatro años en los que he estado colaborando felizmente en ambos programas, pues no creo que editoriales como A la luz del candil, Basaría, El cocodrilo verde, Ellago, Ediciones del Viento, Llibres del Pexe o Reino de Redonda y Turpial Amaranto, de cuyos libros he hablado, a veces en más de una ocasión, sean más conocidas ni estén mejor distribuidas que estas otras de las que les voy a hablar ahora, pero es cierto, que por razones de espacio y en algunos casos por imposibilidad manifiesta de adquirirlos, he dejado fuera algunos libros cuyos autores han tenido la amabilidad de mandármelos y que yo no quisiera dejar definitivamente olvidados.

Encabeza la lista una obra primeriza, la de Gabriel Lumeo, titulada con gran sentido del humor Principiantes. Inventario de comienzos sin final feliz, publicada en la editorial Efímera, Biblioteca de Clásicos Fugaces. Sin duda es una broma que el autor ha querido gastarse a sí mismo, pero a la luz de lo donosura con que lo hace estoy convencida de que este intento voluntariamente frustrado de ingresar en la orden literaria, tendrá secuelas. Otro de mis “olvidados” es José María García Charlo, quien publica en la editorial A la luz del candil (Madrid), ya citada, Los amigos olvidados, también una especie de inventario de frustraciones, esta vez, de esos amigos imaginarios de los niños, que luego, cuando sus creadores se hacen adultos, se quedan por ahí tirados. Por su parte, Elisa Romero Huidobro y Lola López Díaz, profesoras de literatura, me mandaron un precioso libro de cuentos, hecho al alimón y editado con muchísimo mimo bajo el sello de “Colección Ulises” y sin tan siquiera un ISBN al que agarrarse. Imposible, entonces, su difusión. Pero ahí queda.

Víctor Andresco (descendiente de los famosos hermanos Andresco que tradujeron la mayor parte de la literatura rusa al español), también traductor del ruso y licenciado en Filología eslava, ha publicado en SIAL Ediciones/Fugger Libros (Madrid) un libro lleno de humor y de claves literarias, titulado Los clavos del cielo e Irene Jiménez, una jovencísima escritora murciana, entra en la literatura con un libro de cuentos, La hora de la siesta, un título muy veraniego y que se lee muy bien, publicado en la editorial Arguval (Málaga).

Para terminar, la Diputación de Córdoba publica Tarta noruega, de Alberto Castellón Serrano, ganador del “Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba 2001”. El autor es un matemático puro, concretamente profesor de Álgebra en la Universidad de Málaga, otra prueba de que las matemáticas no sólo no están reñidas con la imaginación, sino que la estimulan como sabemos los lectores de Lewis Carrol. Si lo he dejado para el final no es por su título evocador de un postre, sino porque me ha gustado tanto el libro como la carta con la que me lo mandaba de la que reproduzco lo siguiente:

“El hecho de dirigirme a usted se origina en que sus críticas no se circunscriben a libros de gran tirada avalados por el espíritu comercial de las editoriales de ámbito nacional, sino que, con frecuencia, sus comentarios se centran en textos de menor difusión y siempre pensando en la buena literatura más que en el impacto de los éxitos de venta”.

Es exactamente lo que he pretendido hacer durante estos años y me alegro de no dejar definitivamente olvidados a quienes han confiado tanto en mí.



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