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ASUNTOS EXTERIORES

Los nuevos nazis

Entre el 28 y el 29 de abril se ha celebrado en Berlín una conferencia de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) dedicada al antisemitismo. El lugar era particularmente emotivo, por haber sido Berlín la sede del Gobierno nacional socialista alemán. La conferencia de por sí ya lo era.

Entre el 28 y el 29 de abril se ha celebrado en Berlín una conferencia de la OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa) dedicada al antisemitismo. El lugar era particularmente emotivo, por haber sido Berlín la sede del Gobierno nacional socialista alemán. La conferencia de por sí ya lo era.
Como dijo uno de los participantes: “Nunca pensé que sesenta años después del Holocausto sería invitado a una conferencia sobre el antisemitismo en Europa.”
 
Sólo cuatro delegaciones enviaron representantes del máximo nivel, es decir ministros de Asuntos Extranjeros. Entre ellos estuvieron Colin Powell, que intervino en la conferencia, y Moratinos, que no lo hizo, como tampoco lo hizo la delegación española (según la página web de la OSCE). Algo tendría que decir España en este asunto, por razones históricas y sobre todo tras los atentados del 11 S y del 11 M, que han demostrado la infiltración del terrorismo islámico en nuestro país.
 
En cualquier caso es importante que los Gobiernos muestren alguna clase de preocupación por el renovado y creciente antisemitismo que se ha instalado en Europa. Como apuntaron algunos participantes, la situación actual es particularmente peligrosa, porque hay ahora diversas formas de antisemitismo, que se superponen y refuerzan unas a otras.
 
Está el antisemitismo clásico, siempre latente en Europa. Según una encuesta realizada para el canal de televisión alemán RTL y para el semanario Stern, un 23 por ciento de los alemanes es “antisemita latente”: presenta actitudes que le llevarían a respaldar una opción explícitamente antisemita en cuanto esta se atreviera a salir a la luz. Esto no parece fácil por las barreras legales y el escándalo que suscitaría. Pero ese antisemitismo está ahí, como está una crisis económica de la que Europa no va a salir.
 
A este antisemitismo que parece consustancial a los países europeos, se añaden ahora formas de antisemitismo más tosco en la expresión, en cierto sentido más clásico, todavía no desarraigadas de los diez nuevos países que se incorporan el 1 de mayo a la Unión Europea. Muchos de ellos practicaron, antes y en algunos casos después del genocidio nacional socialista, discriminaciones, humillaciones y “pogroms” sistemáticos contra sus poblaciones judías.
 
Hay un tercer factor, probablemente el más preocupante. Es el nuevo antisemitismo que Taguieff ha llamado “judeofobia”. Está relacionado, por una parte, con las posiciones políticas ante el Estado de Israel y, por otra parte, con el antisemitismo sistemático practicado, fomentado y subvencionado por casi todos los países árabes, doblado a su vez por la actitud de los progresistas y los Gobiernos occidentales ante esta deriva del islamismo radical.
 
La primera cuestión ha sido objeto de discusión en la conferencia de la OSCE. Del documento final parece surgir un consenso sobre un punto: la crítica al Estado de Israel no es antisemita de por sí. Pero se trata de un consenso frágil. Es cierto que cualquier política es discutible. Ahora mismo ha sido muy discutida, dentro de Israel, la propuesta de Ariel Sharon sobre la retirada de los colonos israelíes de algunos territorios de Gaza. Pero sería desconocer la realidad negar la existencia de ese otro antisemitismo sistemático, que se manifiesta de dos maneras. En primer lugar, en el islamismo radical, heredero y renovador del antiguo nacionalismo socialista de los regímenes anticolonialistas, que no se limita a criticar a Israel. Quiere destruirlo, hacerlo desaparecer de Oriente Medio. La sola existencia de una democracia próspera en la zona es inaceptable. Cualquier cosa, la propaganda más bestial, el terrorismo, la guerra santa y el asesinato en masa, está justificada para estos islamofascistas.
 
En segundo lugar, este islamofascismo ha calado en la antigua izquierda occidental, que ha reconvertido su fracaso histórico en una asimilación cada vez más indisimulada de la causa antijudía, entendida como una causa antiamericana y anticapitalista. En este contexto resulta cada vez más difícil deslindar la crítica a la política israelí de la negación misma del derecho a existir del Estado de Israel. No es por tanto el resurgir de movimientos nazis o racistas lo que más amenazan a las poblaciones judías. Es que los propios israelíes —y por extensión todos los judíos— se están convirtiendo, para la opinión pública europea, en los nuevos nazis; los palestinos son las víctimas de un nuevo genocidio, y el islamismo radical, sin excluir las formas más extremas de terrorismo islámico, está pasando a ser el gran instrumento de emancipación revolucionaria.
 
La conferencia de la OSCE ha dado lugar a una declaración repleta de buenas y sensatas intenciones. Pero no ha se atrevido a tratar este problema, que es uno de los desafíos más graves a los que ahora nos enfrentamos. No hay más que leer las declaraciones de los nuevos responsables políticos españoles, para los que el terrorismo islámico y por supuesto el terrorismo palestino no existe y es sólo “terrorismo internacional”, para darse cuenta de hasta qué punto el discurso oficial de los países occidentales, tan suave y tan aséptico, ha hecho suya esta monstruosa perversión. El silencio de Moratinos cobra así un nuevo significado. Siniestro.
 
 
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