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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Los niños de Israel

Conozco a una señora que hace más de 20 años fue a Moscú, como esposa de un secretario de la embajada francesa en la capital soviética. Por sus orígenes e interés personal, habla ruso, lo cual siempre facilita el trato con los indígenas. Al cabo de ya no recuerdo cuántos meses, esa señora se enamora de un rockero soviético, se divorcia de su joven diplomático francés y se instala en Moscú, como esposa de este rockero.

Conozco a una señora que hace más de 20 años fue a Moscú, como esposa de un secretario de la embajada francesa en la capital soviética. Por sus orígenes e interés personal, habla ruso, lo cual siempre facilita el trato con los indígenas. Al cabo de ya no recuerdo cuántos meses, esa señora se enamora de un rockero soviético, se divorcia de su joven diplomático francés y se instala en Moscú, como esposa de este rockero.
Todo ello es mucho más romántico de como lo resumo aquí, y da la casualidad de que yo los conocí, y mi impresión, superficial, desde luego, es que el rockero era infinitamente más guapo que el diplomático francés, el cual era infinitamente menos bestia que el rockero soviético.

Pero no voy a meterme aquí ni allá, en esas intimidades, y además no es mi tema. Mi tema es mucho más grave. Viviendo, pues, en Moscú, tuvo un hijo con su rockero, y, como todas las madres, o casi, le sacaba a pasear, y las vecinas, como en todas partes, fingían entusiasmarse con el bebé, soltaban las tontas carantoñas habituales, pero añadían: "Usted es forastera, y tal vez no sepa que no debe, bajo ningún pretexto, ir a tal o cual barrio con su bebé, porque allí hay muchos judíos, y los judíos, eso lo sabrá, capturan a los bebés para beber su sangre".

Cuando esta señora (perdona que te llame así) me lo contó, no parecía en absoluto indignada; no se lo creía, pero sólo lo consideraba una leyenda absurda, sin importancia; y cuando yo me indignaba ante esas manifestaciones del más rancio antisemitismo, me respondía: "¡Pero si son todos antisemitas!". Como si hubiera dicho: "Son todos rubios". Pues tiene mucha importancia, y sigue siendo, después de tantos siglos, y con caretas diferentes, un aspecto fundamental del antisemitismo. Es de locos, pero es.

Yaser Arafat.Si os fijáis bien, los niños víctimas de Israel y de los judíos constituyen un bulo que recorre toda la historia del antisemitismo, desde los pogromos en Rusia, Ucrania, Gerorgia y demás regiones del Imperio zarista hasta, ni que decir tiene, todos los países musulmanes desde Mahoma. Y de pronto esa leyenda negra, vieja como Matusalén, salta a la actualidad, con, por ejemplo, las intifadas palestinas. Ellos, los palestinos, lanzaban a los niños para que algunos murieran y confirmar, así, la leyenda negra de los judíos, sistemáticos asesinos de niños, que ningún jefe de estado, de gobierno o de transportes de Occidente jamás ha denunciado. Porque son incapaces de entender y analizar los hechos. ¿Quién puede pensar un segundo que una persona tan estimable como Arafat, premio Nobel de la Paz, pueda atrincherarse tras un parapeto de niños para justificar su propio terrorismo?

Puede constatarse que, de manera a veces implícita, otras explícita, la tesis de que los judíos, y aún más Israel, son asesinos de niños ha tomado proporciones de delirio colectivo, y voy a dar algún ejemplo: en los manuales escolares franceses, un modelo de dictado comenzaba así: "Esta mañana, como todas las mañanas, el ejército israelí se dedica a matar niños palestinos". Esas monstruosidades se enseñan en las escuelas de un país, laico y republicano, orgulloso de su tradición democrática y de su tolerancia. Como hubo algunas protestas, me han dicho que ese modelo de dictée se ha suprimido de los manuales, pero no me extrañaría nada si se lo hubiera sustituido por algo así: "Los nazis israelíes prosiguen su genocidio contra los palestinos".

Voy a dar otro ejemplo, personal y doloroso. Cyrille Koupernick, viejo amigo de la familia de mi mujer, Nina, y, claro, nuestro (ha muerto), de padre judío y madre goy, rusos ambos, psiquiatra, hombre muy culto, autor de libros interesantes, un día que discutíamos en su casa sobre los problemas del Próximo Oriente y la eterna guerra israelo-palestina (más bien israelo-musulmana), como se mostró particularmente crítico con Israel, Nina le preguntó por qué. Su respuesta me dejó helado: "No acepto que se mate a niños". Ni una palabra sobre cantidad de aspectos de la política israelí evidentemente indiscutibles, nada de nada, sólo el viejo bulo, fanático, racista: "Matan a niños". Menos mal que no añadió: "Y beben su sangre".

Si una persona como Cyrille, tan cosmopolita, culta e inteligente, utiliza este argumento, ¿cómo extrañarse si en la literatura, el cine, la televisión, la prensa de los países musulmanes se repite diariamente? "Los judíos matan niños y beben su sangre". Con un nuevo y particularmente sutil infundio: "Israel difunde voluntariamente el sida en África para eliminar a los buenos musulmanes".
 
Yo no veo muy bien esa relación directa entre el sida y la fe mahometana, pero en cambio vi esas películas de propaganda antisemita musulmanas en mi televisión parisina antes de que los gobiernos de la UE prohibieran su difusión en Europa. Era algo inconcebible. Claro, que los gobiernos y políticos europeos prefieren censurar las pantallas familiares de nuestro Viejo Continente a afrontar el verdadero problema del islamismo radical, antisemita desde luego, pero, lógicamente, antioccidental también.

Llegado a este punto, y recordando tantas mierdas, me entran ganas de contar una historia ejemplar.

Estamos a finales de 1943 y en Niza. Esta ciudad italiana, comprada no hace tanto por Francia, fue ocupada por el ejército italiano a principios de la Segunda Guerra Mundial. Como su represión era mucho menos cruel que la de los nazis, bastantes judíos (los que pudieron) se refugiaron allí. Pero cuando los nazis decidieron ocupar toda Francia y ejercer directamente su terror, también ocuparon Niza, y los judíos tuvieron que huir, una vez más.

Mi escena transcurre en el andén de la estación de Niza. Una señora judía, con un bebé en sus brazos, espera un tren para no sé dónde cuando, de pronto, los nazis invaden la estación, en una de sus redadas antisemitas. Asustada, enloquecida, la señora sólo piensa en salvar a su niñita y, viendo un grupito de monjas en el mismo andén, se precipita y tiende su bebé a una de ellas. Nadie sabe si se dijeron algo, o si bastó un intercambio de miradas, el caso es que la monja aceptó la niña, y ella y sus hermanas se alejaron discretamente. La madre, detenida, desapareció en Treblinka, y su hija se ha convertido en una traductora literaria reconocida. No fue ella quien me contó esta historia: como tantos supervivientes, es muy reservada; fue uno de sus amantes.

Me parece una historia emocionante. Claro que hay muchas otras, y también historias atroces y crímenes monstruosos. Pero, considerando el extraordinario crecimiento del antisemitismo en nuestras sociedades, y la defección general de nuestros valores democráticos por parte de nuestros intelectuales, anuncio que les daré la lata sin cesar con estos temas, mientras pueda.

Dicho sea de paso, y por si las moscas, yo jamás he matado a nadie, y mi única acción directamente relacionada con la muerte fue salvar la vida a un policía franquista en 1963.
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