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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

Los negacionismos: la historia piquetera

Hasta ahora, se viene hablando de un único negacionismo: el del exterminio de seis millones de judíos, amén de otro crecido número de gentes de otros orígenes religiosos, étnicos o sexuales. Seis millones son muchos judíos y es una cifra que hace inútil cualquier comparación con los muertos en guerra por el ejército israelí. Si se la redujera un poquito, digamos que a la milésima parte, todo sería más fácil para Ahmadineyad y su tribu de disidentes que siempre acaban de acuerdo.

Hasta ahora, se viene hablando de un único negacionismo: el del exterminio de seis millones de judíos, amén de otro crecido número de gentes de otros orígenes religiosos, étnicos o sexuales. Seis millones son muchos judíos y es una cifra que hace inútil cualquier comparación con los muertos en guerra por el ejército israelí. Si se la redujera un poquito, digamos que a la milésima parte, todo sería más fácil para Ahmadineyad y su tribu de disidentes que siempre acaban de acuerdo.
Pero el negacionismo ya no es sólo una escuela antihistórica de los judeófobos, sino una patología ideológica que abarca campos diversos: no sólo no ha sucedido la Shoá, sino que Colón no descubrió América, el ataque a las Torres Gemelas fue una acción del FBI, de la CIA o de cualquier otro organismo secreto de los Estados Unidos; desde luego, Armstrong y Aldrin no pisaron la Luna: pero además me he encontrado con que, por sorprendente que parezca, Gagarin, Titov y la predecesora de ambos, la perra Laika, jamás salieron al espacio exterior, así como tampoco lo hizo John Glenn en la Apolo XII; ningún avión se estrelló contra el Pentágono y el vuelo 93 de United, que no llegó a ninguna parte, fue abatido por el ejército americano.

¿En qué más nos mienten los imperialismos, lo mismo da que sea el americano, el soviético o el español de 1492? En realidad, no da lo mismo, pero ésa es la forma correcta de envolver el producto: ni el imperio soviético ni el español cuentan a estas alturas, salvo para los locos y los indigenistas postlascasianos. La cosa pasa por los Estados Unidos e Israel. Porque los mismos tipos que dicen que los judíos asesinados en las décadas de 1930 y 1940 no fueron seis millones son los que hablan del holocausto palestino, y afirman con toda soltura que el Mossad estuvo implicado en el 11-S (y esgrimen como prueba la presencia en uno de los aviones de uno o dos pasajeros judíos, argumento que, pese a rozar la imbecilidad, es aceptado por más de uno).

El mensaje es siempre el mismo: los judíos y los americanos siempre nos mienten en todo. Nosotros decimos la verdad. ¿Y quiénes son "nosotros"? Faurisson, Garaudy, las decenas de funcionarios ideológicos del Gran Hermano, los que están constantemente retocando la foto de lo que sea: "¿Ve usted? Beria no estaba allí".

El colmo de ese razonamiento me lo ha presentado un, por otra parte, muy querido corresponsal que, tras exponer un sesudo análisis del movimiento de la bandera americana en la No Luna –tal vez un estudio en que trabajara Kubrik con el personal mínimo necesario para un truco de esa especie, unas doscientas personas tal vez, de cuya existencia nadie ha dado razón ni siquiera en un escabroso libro de memorias de publicación póstuma, y con esto no quiero darle ideas a nadie–, y otro sesudo análisis de la composición del suelo lunar, que haría imposible dejar allí la huella de un pie de astronauta, y otro sesudo análisis de la falta de humedad en la no atmósfera selenita, afirma que la NASA ha destruido todas las grabaciones originales del acontecimiento para no ser pescada en falta: ¿significa eso, estimado amigo, que todo lo que hay en Youtube es pura falsificación, copia de copias, de ésas que cualquiera con un poco de habilidad informática puede retocar a piacere?

Puesto que no fueron los matemáticos griegos –que emprendieron la construcción de los edificios pitagórico y euclidiano sin tan esencial elemento–, sino los árabes –no se sabe cuáles–, los que "inventaron el cero", y no fueron los romanos los que iniciaron las grandes obras hidráulicas en nuestra península, como se puede ver en Segovia, sino los musulmanes de Córdoba, la historia es toda mentira. Mentira imperialista: hay un departamento de la CIA dedicado a la reforma del pasado al servicio del poder americano, o a la creación de un presente ficticio, un mátrix en el cual el hombre viaja a la Luna y un grupo de psicópatas coránicos derriba el símbolo del comercio mundial, cuando en realidad nadie estuvo ahí arriba y las Torres Gemelas las hizo implosionar, llenas de gente, el FBI para que Bush tuviera una razón de peso para intervenir en Irak.

Pues no. Resulta que la historia posee un gran elemento ficcional, y mis lectores estarán hartos de leerme decir que no es una sucesión de acontecimientos, sino un relato. Lo que jamás he dicho es que ese relato tenga que ser falso: por el contrario, afirmo que se aproxima en todo lo posible a la verdad, tal vez no gracias a la heurística, que no tiene todos los elementos que debería tener para construir en serio, sino merced a la única ley de realidad de los relatos: la verosimilitud.

Es de necios e ignorantes dudar de lo verosímil narrativo, y es de espíritus planos el no alcanzar el sentido metafórico de cada fábula. Quizá los vikingos hayan llegado a pisar suelo americano, aunque desde un punto de vista técnico sea muy difícil, pero sólo a finales del siglo XV la humanidad estuvo en condiciones de unir los dos lados del Atlántico, aunque hiciera mucho que el vulgo más pedestre supiera que la tierra era redonda y, por tanto, fuera posible rodearla: no fue de eso de lo que Colón tuvo que convencer a los Reyes Católicos, que no eran nada torpes y habían recibido la mejor educación posible en su tiempo, sino de la oportunidad de la empresa.

Mi apreciado corresponsal sabe todo lo que sabe del suelo y de la atmósfera de la Luna porque acepta que hasta allí llegan sondas de diversos tipos desde hace unas cuantas décadas: simplemente, se niega a aceptar que un vehículo tripulado haya podido hacer lo mismo y, después, regresar a la Tierra. Sin embargo, a mediados del siglo XX la humanidad estaba en condiciones de hacer ese viaje, promovido desde el siglo XIX con los más variados planteamientos técnicos, como muestra la lectura de Julio Verne. La llegada de Armstrong, Aldrin y Collins a nuestro satélite natural y su posterior retorno es de una exquisita coherencia con las posibilidades de la historia. Encaja perfectamente en el capítulo correspondiente a la carrera espacial, y es lo normal que los Estados Unidos –a los que se acusa constantemente de haberse comprado lo mejor de la ciencia alemana en la posguerra, olvidando que los soviéticos también se agenciaron unos cuantos cerebros germánicos– hayan sido la nación capaz de llevar a cabo la experiencia: fueron a la Luna porque podían ir a la Luna.

El módulo era pequeño e incapaz de realizar las maniobras que se le exigieron, sobre todo la del despegue para el regreso, dicen los negacionistas del célebre viaje. ¿Ha visto usted, querido lector, alguna vez una réplica en tamaño real de las carabelas de Colón, como la que el nacionalismo catalán ha eliminado del puerto de Barcelona? Si la ha visto, sabrá que lo primero que uno piensa es que ni siquiera se alejaría mucho de la costa para pescar a bordo de una de ellas: eran pequeñas e incapaces de hacer el viaje que hicieron. Y ni qué decir de las naves vikingas.

Ciertamente, sería bueno poder acordar acerca de algunos asuntos esenciales como éstos. Sería bueno poder establecer un relato común, porque eso es la civilización: la construcción constante de un relato común, que se reforma y crece también constatemente, y que supone una permanente revisión. Ya sé que la NASA es menos importante que los grandes impostores como Rigoberta Menchú o Enric Marco, pero es más de fiar. Lo demás es historia piquetera.


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