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El exorcista

Aznar tiene la culpa, esta vez sí, de muchos de los problemas que arrastra el PPC. No sólo por la consabida decapitación, defenestración o amortización de Vidal-Quadras, sobre la que ya se escrito demasiado, sino por las atolondradas decisiones que tomó desde la noche en que cayó rendido, en una cena, ante los atractivos intelectuales de Piqué.

Algún día tiene que contar Alberto Fernández todos los sapos que tuvo que tragar durante sus seis años de presidencia del partido en Cataluña. Es un hombre sufrido que aguantó lo indecible, que sigue aguantando ahora, cuando le atribuyen muchas de las maquinaciones de su hermano, y que seguirá aguantando hasta que logre sacar a la izquierda del Ayuntamiento de Barcelona. Ostenta el honor de haber usado desde siempre castellano y catalán en las instituciones, poniendo de los nervios a Pujol, aunque extrañas maledicencias lo presenten de pronto como pieza catalanista de su partido.

Desde que Aznar empezara a acumular errores en la calle Urgel, al partido le crecen los enanos. El último caso es de antología. Su supuesto representante en el antidemocrático y altamente politizado órgano censor, ente con fauces temibles disfrazado de burocrática Caperucita, ha abandonado un largo silencio, un confortable letargo, para ciscarse en quienes le designaron. El tipo lleva ocho años gozando de las prerrogativas de un montaje que, a día de hoy, procura 130.000 euros a cada consejero y que nos cuesta diez millones al año. Nunca ha sentido la necesidad de destacarse o levantar la voz, pero en cuanto ha visto la ocasión de vengar viejos agravios de la COPE y Luis del Olmo, no ha perdido el tiempo.

Su reciente intervención en el Parlament llama a la compasión. Vemos a un hombre desesperado, un hombre que implora ser aceptado plenamente por la tribu, impaciente por sacudirse el estigma de quien le puso tan sustanciosa renta. Cuando pide un exorcismo para Losantos, se está acogiendo al más fácil recurso de asimilación: escupir al chivo expiatorio, manifestar teatralmente su odio al icono sacrificial de la nació. Es él quien exorciza viejos demonios, los que le atormentan especialmente desde que la COPE rechazó esta delirante propuesta: dejar el CAC y compartir con Losantos La Mañana; el turolense iría de seis a diez; él de diez a doce. También le valían La Tarde o La Linterna. Eso es lo que hay.

(Libertad Digital, 20-XI-2008)

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