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DRAGONES Y MAZMORRAS

Lo que faltaba

No es esta la primera vez, ni espero que la última, que yo empiece una crónica corrigiendo un error de la anterior. Esta vez no he necesitado que me lo señalaran otros (que lo han hecho), sino que yo misma me he percatado, ay, demasiado tarde.

Aunque esto son cosas del directo, donde lo mejor es no corregir nada, si insisto, y rectifico, es porque considero una injusticia haber endosado a Berlanga el liderazgo de la relativamente reciente y siempre ridícula revuelta de los “actorcitos” en el asunto de la guerra de Irak. Dónde dije Berlanga, quería decir Bardem, fácil pero en este caso inadecuada asociación de ideas. Pero aunque acepté esta enmienda, rechacé otra que también me han hecho sobre algo que dije de Jorge Semprún en esa misma crónica. Me reprocha el nada atento lector (ni de Semprún ni mío, todo hay que decirlo) de acusar al “beau Georges” de pro comunismo, cuando tantas veces él ha demostrado lo contrario, y estoy de acuerdo pero sólo a partir de cierto momento de su vida, por eso hablé de palinodia, que es un canto que se entona a guisa de arrepentimiento (lo contrario del “non, rien de rien, je ne regrette rien”, de Edith Piaff), y quien haya leído la entrevista de “La Vanguardia” de dónde saqué esa impresión, no podrá decir que miento, ni mucho menos, y miren que me parece guapo y seductor el susodicho.

No soy la única, pues recuerdo que cuando estuvo en España de Ministro de Cultura, defendiendo a la OTAN, desafiando a las Naciones Unidas y sosteniendo férreamente la primera guerra del Golfo, una periodista, hostil a sus ideas, se negó a entrevistarle, como le había ordenado su jefe porque le gustaba tanto el caballero que temía no poder rechazarle ningún argumento, arriesgando así su estabilidad laboral. Para que luego digan que las mujeres son incapaces de dejarse arrastrar por esa devoradora e irracional pasión, preferentemente varonil, que anula cualquier percepción crítica ante la belleza del contrincante. Por eso y otras razones bastante menos literarias me atrevo a decir que su nuevo libro (Veinte años y un día) será un éxito. Ya lo anuncian en todos los periódicos como una de las grandes apuestas de la “rentrée” española, y algunos periodistas (jovenzanos de corta memoria, supongo) le atribuyen el grandísimo mérito de ser el primero que escribe en español, olvidándose de la autobiografía de Federico Sánchez, libro con el que Jorge nunca hubiera podido ganar el Planeta de no haberlo escrito en nuestro “torpe” idioma, como lo tachaban algunos exiliados en Francia, deseosos de olvidarlo cuanto antes, sin duda por patriotismo.

No es la suya la única novedad con la que nos enfrentamos al duro invierno: ahí están otras sorpresas de la mano de Fernando Fernán Gómez, Arturo Pérez Reverte, Francisco Umbral, Isabel Allende, Jostein Gaarder, Frederic Forsyth. Esto en cuanto a los valores seguros, pero hay algunas apuestas arriesgadas, como Blanco sobre negro (Alfaguara), las memorias de Rubén Gallego, el nieto repudiado por el líder comunista Ignacio Gallego, a quien éste último, apoyado por el aparato del Partido, mantuvo recluido en sórdidas instituciones de la URSS por ser disminuido físico y, además, mulato; o la antología poética de Carlos Edmundo de Ory en Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores. Una amplia gama de títulos entre los que elegir para “liberar” cada 11 de septiembre. Esta insólita propuesta, que me ha transmitido hace unos días por Internet una excelente amiga, se propone convertir esa fecha de nefasta en gozosa, lanzando a la calle, o a donde sea, un libro que nos haya gustado especialmente, como enigmático homenaje a las víctimas de los atentados del 2001, acto que según dicen en el citado comunicado, se llevaría a cabo en Bruselas, París, Florencia y San Francisco, como poco y que se conocerá en el futuro como el “Atentado poético del Jueves 11 de septiembre de 2003”.


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