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ECOLOGISMO

Lo del cambio climático no cambia

La Duma rusa acaba de ratificar, también, el protocolo de Kyoto tras una resistencia de años. Ha caído, pues, otro de los pocos bastiones anti-Kyoto que quedaban en el mundo y, con ello, se condena a Estados Unidos a una larga travesía en soledad. Por supuesto, entre los medios siempre dispuestos a cantar las excelencias del ecologismo desmedido, aquellos que no encuentran contradicción en el hecho de informar sobre las falsedades verdes en las mismas páginas que titulan como "páginas de ciencia", ha cundido la prisa para dedicar lustrosos espacios a la noticia rusa.

No cabe duda de que la nueva tiene entidad suficiente como para ocupar su nicho en los papeles. Pero uno, que gusta de indagar en el tráfago de letras impresas buscando inmerecidas ausencias, echa de menos la aparición de otros acontecimientos recientes, relacionados también con el cambio climático y de suficiente relevancia científica , de los que no se ha dicho ni palabra. ¿Será porque no resultan tan favorables a las tesis ambientalistas, siempre bien recibidas en las redacciones de los periódicos?
 
Este diario digital ha escrito mucho y bien sobre el cambio climático pero, a la luz de lo visto tras la ratificación rusa, parece evidente que es una excepción. En el resto de la prensa nacional, no hubiera estado mal encontrar alguna referencia a noticias como las que les voy a relatar.
 
Por ejemplo, la recentísima investigación llevada a cabo por un equipo internacional de climatólogos y publicada en la revista Co2 Science, según la cual sabemos mucho menos de los que creemos sobre el clima pasado. Utilizando modelos informáticos que simulan las peculiaridades atmosféricas sufridas por La Tierra en el último milenio, los autores del trabajo han demostrado que los estándares que hoy se emplean para estudiar el clima no son capaces de detectar variaciones importantes pretéritas. En otras palabras: la variabilidad del clima en épocas pasadas pudo haber sido mucho mayor de lo hoy es asumido y, por lo tanto, un aumento de las temperaturas similar al producido en el siglo XX podría dejar de ser inaudito. El hallazgo es de vital importancia para determinar si el actual cambio en los patrones de temperatura es debido al efecto de la actividad humana o forma parte de los vaivenes naturales de nuestra atmósfera. Y, a su vez, esta determinación compromete directamente los ingentes esfuerzos económicos y sociales que se derivan del protocolo de Kyoto. ¿Qué pasaría si, tras lograrse el acuerdo entre la mayoría de las naciones del planeta, el mundo se viera sometido a un esfuerzo sin igual de reducción de recursos energéticos para terminar descubriendo, dentro de unas décadas, que todo ello no ha servido para nada? ¿Y si se demuestra que el cambio climático no es, en realidad, culpa de los seres humanos (esa especie glotona y contaminante que tiende a su autodestrucción, como todo el mundo sabe) sino que es un capricho más de la madre Naturaleza?
 
Que los científicos se empeñen en descubrir cómo era el clima hace siglos no es un antojo. Conocemos bien cómo ha cambiado en el siglo XX porque en este periodo la humanidad ha gozado de suficientes instrumentos de medición. Pero, salvo que Juan José Benitez nos demuestre que los Egipcios tenían una red secreta de satélites geoestacionarios monitorizando la temperatura de las moléculas de agua en la atmósfera, los datos pretéritos son ciertamente inconsistentes. Para superar esta deficiencia, los científicos utilizan métodos de simulación basados en datos obtenidos de, entre otras fuentes, los anillos de los árboles, los hielos de los glaciares y los registros históricos escritos. Uno de los métodos más utilizados por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC), impulsor de medidas como las de Kyoto, fue desarrollado hace unas décadas por el profesor Michael Mann de la Universidad de Massachusetts. Y éste es, precisamente, el modelo que se ha analizado por los investigadores antes mencionados para demostrar que es incapaz de detectar variabilidades extremas Es decir, una de las herramientas más utilizadas por los defensores de Kyoto ha dejado de funcionar ya que, aunque se cambien los datos de partida, el programa matemático ofrece siempre el mismo alarmista resultado. ¿Les parece suficientemente importante la noticia? A mí también, pero no a los responsables de las secciones de ecología de la mayoría de los medios españoles.
 
Quizás tengan miedo de que les pase lo que le ocurrió al experto de la revista Technology review que el pasado día 15 de octubre se quejaba amargamente: "por desgracia, la discusión sobre el cambio climático se ha contaminado tanto de política que ya se hace difícil escribir sobre él desde el punto de vista de la ciencia sin que te veas acusado de defender una postura ideológica de la que quizás no quieres ni oír hablar".
 
Algo recuerda el asunto a otro pequeño escándalo ocurrido en Estados Unidos y que, cómo no, no ha trascendido a nuestra "prensa ecológica". El Senado de Estados Unidos estuvo a punto de admitir una enmienda según la cual, los datos sobre el cambio climático obtenidos por la National Ocenic and Atmospheric Adminstration, NOAA (la "nasa" del clima) quedarían exentos de pasar los mínimos controles de calidad científica. En aquel país existe una Ley de Calidad de Datos que exige al Gobierno tener en cuenta para sus políticas sólo aquellos informes que han superado los controles científicos más exigentes. ¡Vamos, como en España! Allí sería difícil que una ministra propusiera reducir la velocidad media de los coches (es un decir) sin una tonelada de investigaciones científicas sobre la mesa a favor de su propuesta. Pues bien. A petición de un senador demócrata, estuvo a punto de eximirse a las política sobre el clima de esta docta exigencia. La NOAA ha corrido ha defender su honor, pero el escándalo ha transcendido. ¿Qué tendrán los defensores del protocolo de Kyoto contra el rigor científico? ¿Es que no están conformes con que a sus tesis se les aplique la misma vara de medir que al resto de las investigaciones? Dejando al lado la profunda envidia que uno siente al ver con qué respeto se trata a la ciencia en otros lares, lo que más sorprende es que el armazón teórico de Kyoto haya recibido el impacto de dos cargas de profundidad sin que los lectores de prensa no especializada en España se hayan enterado. Para nosotros nos han reservado la otra noticia: ¡Rusia ya está con nosotros en Kyoto, qué buenos somos, cuánto amamos nuestro planeta, qué gran consenso!
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