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CÓMO ESTÁ EL PATIO

Llegó la goremanía

Los premios Príncipe de Asturias gozan de gran prestigio y reconocimiento, pero necesitaban dar un paso más allá para afianzarse en el panorama internacional de los grandes galardones. Ya lo han dado: con la concesión, este año, del Premio a la Cooperación Internacional a Al Gore, se han cubierto de gloria con los excelsos ropajes del rigor científico.

Los premios Príncipe de Asturias gozan de gran prestigio y reconocimiento, pero necesitaban dar un paso más allá para afianzarse en el panorama internacional de los grandes galardones. Ya lo han dado: con la concesión, este año, del Premio a la Cooperación Internacional a Al Gore, se han cubierto de gloria con los excelsos ropajes del rigor científico.
Al Gore.
Al Gore, que después de servir en la Administración Clinton y pegarse el batacazo en las presidenciales de 2000 ha roto en documentalista de éxito, se ha propuesto acojonar a medio planeta. Pero no por hacerse rico y famoso, que eso es de derechas, sino para salvar a la Humanidad entera, aunque para eso tenga que pasar el apuro de reñirnos un poco.
 
Primero recorrió el mundo afirmando que él solito había creado internet. Después le dio por estudiar un asunto apasionante, la televisión "interactiva", y a punto estuvo de crear Youtube (un par de neuronazas más y también lo hubiera inventado él). Pero finalmente, y gracias a sus apasionantes descubrimientos en materia de física de fluidos, ha encontrado en la salvación de la Humanidad su verdadera vocación.
 
Según Gore, de cuyos saberes en materia climatológica nadie osa dudar, la Tierra se está calentando por culpa del elevado consumo energético de los seres humanos. Y como el hecho de que el planeta se caliente algunas décimas de grado en el lapso de un siglo es, según los goremaníacos, una amenaza catastrófica que acabará con la especie Homo sapiens, el nuevo líder ecologista se ha impuesto como tarea/cruzada personal convencer al mundo de la necesidad de una actuación combinada de los distintos Gobiernos para evitar que nos hagamos pupita nosotros mismos.
 
Pero lo emocionante de la labor de Gore es que no se limita a reñir verbalmente a la Humanidad por su comportamiento contaminador, sino que con, su comportamiento, nos enseña el camino correcto para preservar la vida sobre la Tierra. Y para que el efecto tenga un impacto mucho más directo, el flamante premio Príncipe de Asturias ha decidido que, en lugar de convertirse en un anacoreta y limitar su consumo y el de los suyos al mínimo vital, lo pedagógico es hacer exactamente lo contrario, para que todos veamos claramente lo que no se debe hacer.
 
Y el bueno de Gore se sacrifica (y seguramente lo seguirá haciendo durante largos años) y se obliga a vivir en una casa con veinte habitaciones y piscina climatizada, a consumir veinte veces más energía que cualquier ciudadano medio estadounidense y a invertir en minas de zinc, que no envían a la atmósfera gloria bendita, precisamente. Salvar al mundo exige un precio y, por suerte para la Humanidad, hay héroes como Gore dispuestos a pagarlo.
 
En su calvario personal por defender el planeta, qué coño el planeta, ¡el Sistema Solar!, Al Gore se ha sometido incluso a la tortura de recibir un óscar de Hollywood, que acudió a recoger en una especie seiscientos tuneao con motorcito a pilas para quedar bien entre el artisteo de Malibú, cuyo tren de vida, como es sabido, oscila entre el de los eremitas medievales y el de los rigurosos ascetas tibetanos.
 
En general, la comunidad científica seria se ha descojonado con el documental gore de Gore, pero ha habido casos de estudiosos (no los climatólogos, que siguen aferrados al fascismo de los hechos comprobables) que han aplaudido entusiasmados ante la opera prima de este amigo que nada tiene de primo, quizás por los efectos especiales, que son una chulada, las cosas como son.
 
Mas el hecho de que el documental de Gore sea una obra de ficción fundamentada en datos sesgados, erróneos o directamente falsos, es lo de menos. Lo importante es que sirva a la estrategia global del progresismo, destinada a acabar de una puñetera vez con el sistema capitalista, que es de lo que se trata. Bajo esas coordenadas ideológicas, la obrita de Gore tiene una importancia capital.
 
Nada más apropiado, por tanto, que se le otorgue a Mr. Gore, en nombre de todos los españoles, el premio que lleva la denominación del Príncipe de Asturias, que, como es también conocido, acude a sus actos oficiales en bicicleta, con Leticia montada en el asiento de atrás, y vive en una solución habitacional tan diminuta que su capacidad de contaminar es virtualmente cero patatero.
 
Sirvan estas pobres letras, en consecuencia, para honrar como se merece al Premio Príncipe de Asturias 2007 de Contaminación Internacional. ¿O era de Cooperación?
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