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DEFENSA DE LOS DERECHOS DE PROPIEDAD

Lecciones del colapso del comunismo

El 9 de noviembre de 1989 se derrumbó el Muro de Berlín, que dividía física e ideológicamente Alemania: a un lado, la oriental, comunista; al otro, la occidental, capitalista. Fue un verdadero terremoto que señaló el fin del comunismo soviético.

El 9 de noviembre de 1989 se derrumbó el Muro de Berlín, que dividía física e ideológicamente Alemania: a un lado, la oriental, comunista; al otro, la occidental, capitalista. Fue un verdadero terremoto que señaló el fin del comunismo soviético.
Fragmento del Muro de Berlín.
El comunismo se caracteriza por su desprecio de la propiedad privada y el control total del Estado sobre la economía; en consecuencia, no toma en cuenta los precios como señal de escasez ni como guía para las inversiones. Por eso fracasa siempre. A lo largo de medio siglo, el precio del pan no varió en la Unión Soviética: de ahí que cada vez fuera mayor el número de personas que no conseguían hacerse con alimento tan básico.

El 20° aniversario del colapso del mundo comunista ocurre en tiempos duros para muchos países, y en especial para el supuesto bastión del capitalismo, Estados Unidos. Las bases del financiamiento mundial se han debilitado no porque el marxismo así lo predijera, sino por las múltiples equivocaciones que se han cometido en el mundo capitalista a la hora de evaluar propiedades.

Se suele culpar de la crisis financiera al exceso de circulante, a la codicia de tanta gente y a la falta de controles gubernamentales. Pero la realidad es que explotó a raíz del colapso del mercado de bienes raíces en Estados Unidos (2007). La burbuja inmobiliaria se infló por causa de unas políticas gubernamentales que estimulaban que todo el mundo tuviese casa propia, mientras que los entes financieros idearon complicadas redes que canalizaban ahorros provenientes de todo el mundo a la financiación de las hipotecas de los norteamericanos.

Inicialmente, un pequeño banco local configuraba un paquete de hipotecas, llamado MBS, títulos valores respaldados por hipotecas, luego lo remitía un banco regional; éste, a su vez, lo juntaba con otros y los enviaba a Nueva York, donde las agencias de calificación de créditos asignaban intereses bajos a los paquetes más confiables y más altos a los de mayor riesgo.

Una vez que se les asignaba una clasificación de riesgo, eran ofrecidos a inversionistas de todo el mundo, a bancos y a fondos mutuales. Con transferencias electrónicas, estos títulos valores eran traspasados a pequeños propietarios de todo el mundo, y cuando explotó la burbuja financiera no existía un mecanismo confiable para revaluar el riesgo de una inversión.

La crisis financiera nos ilustra sobre lo que sucede cuando se pierde la relación entre la propiedad y la posesión. La economía moderna se basa en la clara propiedad de los activos tangibles e intangibles, sean tierras, acciones o productos de los que suelen englobarse en lo que se conoce como propiedad intelectual. El problema fue causado por la imposibilidad de identificar los activos que respaldaban a tan complicados y variados derivados financieros, trágica consecuencia de la disociación entre la propiedad y su evaluación.

Y las consecuencias se han sufrido tanto en las economías avanzadas como en los países en desarrollo, donde típicamente sigue predominando la economía informal. El problema en estos países más pobres no es que la gente no sea propietaria de activos, sino que no los puede capitalizar.

El capitalismo se basa en el respeto a los derechos de propiedad, motor de la prosperidad del mundo occidental. En este aniversario que estamos celebrando, debemos renovar nuestro reconocimiento de que la clave del bienestar general está en el respeto a la propiedad privada.


© AIPE

BARUN MITRA, director del Instituto Libertad de Nueva Delhi (India). 
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