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LA BATALLA DE LAS IDEAS

Las utopías y el Día de la Libertad

El 9 de noviembre de 1989 el mundo fue testigo de la caída del Muro de Berlín. El canciller de la RFA, Helmuth Kohl, que se encontraba de visita en Polonia, hubo de regresar a su país, mientras sus anfitriones saltaban de alegría al enterarse de las razones.


	El 9 de noviembre de 1989 el mundo fue testigo de la caída del Muro de Berlín. El canciller de la RFA, Helmuth Kohl, que se encontraba de visita en Polonia, hubo de regresar a su país, mientras sus anfitriones saltaban de alegría al enterarse de las razones.

En Berlín, los alemanes que vivían a ambos lados del Muro se abrazaban, felicitaban a los policías y vivían la emoción de liberarse de una tiranía cuyas primeras consecuencias se empezaron a vivir en Rusia en 1917.

Así cayó el comunismo, que hoy día se practica solamente en los enclaves atrabiliarios y hereditarios de Cuba y Corea del Norte.

Paradójicamente, mientras en otras partes del mundo se celebraba el 9 de noviembre como el Día de la Libertad, en Chile un movimiento estudiantil liderado por jóvenes y profesores del Partido Comunista se movilizaban masivamente y pedían educación estatal gratuita y de calidad y el fin de la enseñanza privada. Lo de la educación como un derecho que ha de prestar gratuitamente el Estado era un clásico de las constituciones de las llamadas repúblicas populares o democráticas del otro lado del Telón de Acero; derecho que jamás veían plasmado en la realidad los habitantes de las mismas...

Es que las utopías, lo decía brillantemente en Nueva York el pasado 9 de noviembre Mario Vargas Llosa, han generado obras de indudable belleza en la literatura, la música y, en general, el mundo del arte; pero en política sólo han provocado tiranía, dolor y pobreza, y condenado a millones de seres humanos a llevar unas vidas miserables. La fatal arrogancia ha hecho que algunos, atribuyéndose facultades que nadie les ha conferido, pretendan conducir las vidas de sus semejantes hasta límites increíbles.

El fin de una utopía, eso es precisamente lo que se celebraba en Nueva York, la ciudad más importante del país más libre mundo, el 9 de noviembre. Con Vargas Llosa como invitado estelar. El Premio Nobel nos llamó la atención sobre las demandas de los indignados en Europa y en Wall Street –aunque, a decir verdad, éstos no superan en número a los compradores de una sola de las tiendas de Broadway–, entre las que se cuentan muchas de las utopías ya fracasadas.

En esa celebración, auspiciada por la Atlas Foundation y a la que asistió gente de todo el mundo, en lugar de escuchar gritos en pro de la gratuidad de la enseñanza, en contra de la iniciativa privada en el sector educativo y a favor de ideas aún más descabelladas, como la nacionalización de las riquezas básicas; en esa celebración, digo, pudimos ver el brillo en los ojos de una muchacha lituana al contarnos que, a los pocos meses de la caída del Muro, sus padres, juntando todos sus ahorros, viajaron a Washington para pedir ayuda a fin de montar un centro de estudios libertario que aportara a la venturosa etapa que estrenaba su país.

Nos contaba esa muchacha, agradecida, que su país había mirado con interés la reforma de la Seguridad Social llevaba a cabo en Chile en 1980. Los lituanos consiguieron convencer a José Piñera, que por esos años libraba una admirable cruzada mundial en defensa de las bondades de las pensiones privadas de capitalización individual, para que los asesorara en la materia. Gracias a ello, aseguraba, Lituania se había librado del doloroso destino de Grecia, Portugal, Italia y tantos otros países europeos que, por mantener sistemas de reparto, basados teóricamente en la solidaridad, habían desfondado las arcas públicas, lo que les habría sumido en una crisis de duración y consecuencias inciertas.

Y cuando uno escucha en Chile que porque cae el valor de los fondos de pensiones hay que volver a una previsión estatal, no puede dejar de pensar en lo que dijo en esa misma cena neoyorquina el exministro de Finanzas de Polonia, país que también reformó sus pensiones, privatizó y es uno de los más dinámicos de Europa: con la derrota del comunismo no terminó la batalla por la libertad.

 

© El Cato

LUIS LARRAÍN, director ejecutivo de Libertad y Desarrollo (Chile).

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