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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

Las almas muertas

No supimos quiénes eran nuestros nuevos propietarios hasta firmar los papeles. Antes, la portera (española) que por primera vez nos hizo visitar el piso vacío nos habló vagamente de las “Minas”, y el resto eran siglas. Pues resulta que somos inquilinos de la “Caja Autónoma Nacional de la Seguridad Social en las Minas”.

Las minas han cerrado en Francia desde hace unos treinta años, desertificando social y económicamente regiones enteras, como el “Nordepas de Calais”, con cientos de miles de despedidos, porque resultaba más barato importar carbón de Polonia y hasta de África del Sur, que seguir produciendo carbón en Francia. Esta versión despiadada de las leyes del mercado la llevaron a cabo los gobiernos de derecha o de izquierda, ya que las minas eran empresas estatales, sin que nadie rechistara mientras que si Danone despide a cien empleados se exige a gritos boicot nacional. También es cierto que el carbón no desempeña el mismo papel que antaño, sustituido por la petroquímica y el nuclear. Desde Germinal, la mala novela de Zola y la pésima película de Claude Berri, los mineros forman parte de la leyenda proletaria y de la realidad obrera —no es lo mismo—.

Pero desde el final de la guerra, por los años 1944-1945, con la necesidad de “reconstruir Francia” se quiso multiplicar la producción y para ello se concedieron ventajas importantes a los mineros y a su sindicato, que resultó ser el sindicato comunista CGT. Su monopolio fue tal que, por aquellos años de la posguerra, no se podía obtener una cartilla de racionamiento sin el carné de la CGT. Dejemos para otra ocasión el examen de la infiltración comunista en los servicios públicos. Minas, ayer, EDF, GdF, SNCF, audiovisual estatal, y hasta Ejército y Policía, pero eso fue hace años. El caso es que como en Las almas muertas de Gogol, las minas están cerradas —las últimas que quedaban, cerca de Marsella, se cierran precisamente estos días— y no quedan mineros pero sus “cajas autónomas”, beneficiándose de los privilegios de los sucesivos gobiernos, se han convertido en importantes sociedades inmobiliarias por arte de birlibirloque. Bueno, es un decir. No es que esta casa sea un palacio, tampoco lo era la otra, la independencia no te hace millonario, pero constituye una gota de agua en el imperio inmobiliario de esta “Caja autónoma”. Las almas muertas de la minería se han convertido en empresas capitalistas.

La semana pasada os hablaba de una carta de la magnífica Vanessa Redgrave. La encontré por casualidad, entre toneladas de polvorientos papeles destinados a la basura, algunos tal vez hubieran merecido ser rescatados, como esta carta, pero estaba harto de seleccionar. Me escribe Vanessa, en un francés aproximativo: “Su script me ha fascinado”. No hay que darle demasiada importancia, a menudo los actores declaran geniales guiones que consideran mediocres o tratan de querido/a, amor mío, a gentes que odian. Lo divertido del caso es que Vanessa se inquieta de mi rechazo del comunismo e intenta explicarme que hay que distinguir entre el estalinismo y el buen comunismo, evidentemente encarnado por Trotski. Resulta divertidísimo leer, hoy en día, estas afirmaciones de la actriz, quien me pedía insistentemente que fuera a visitarla a Londres no para el five o’clock, ni para hablar de cine, ni siquiera de mi proyecto, sino para hablar de comunismo y de Trotski. ¿No os parece precioso?

Yo sabía que por aquel entonces (¿quién sabe si aún?) Vanessa era militante trotsquista y que llegó a presentarse a elecciones locales en las listas del partido trotsquista británico, cuyo nombre no recuerdo en este instante. Esa formación eras la corresponsal del partido trotsquista francés, apodado “lambertista”, el más sectario, en donde militaron Lionel Jospin, Cambadelis, Melenchon y un tercio de la dirección actual del PS francés, otro tercio procede de la Liga Comunista Revolucionaria. Esto ocurría en 1974, cuando intentaba realizar una película con guión mío. Nunca encontré el dinero necesario para tan ambicioso proyecto. El guión, bastante complicado —pero absolutamente genial ¡no faltaba más!— se basaba en una serie de “juegos de espejo”. En uno de los esenciales, el protagonista —y el mismo actor— era a la vez un psiquiatra de origen ruso, en una clínica de las cercanías de París, y un poeta disidente castigado y maltratado en un asilo soviético. El papel de Vanessa hubiera sido triple: dos hermanas gemelas en París, una enfermera bondadosa y apasionada en el asilo-cárcel soviético. Resumiendo así, puede parecer una historia de locos, pero se tenía en pie aunque exigía recursos que jamás logré obtener. Dos motivos me parecen entender, el primero es que no es un país habituado al non sense y el segundo es su anticomunismo visceral, lo cual en Francia (y ¡no digamos en España!) siempre asusta, incluso ahora cuando la serpiente se ha quedado sin veneno.

Nunca tuve suerte con el cine o la televisión. Estando en Sevilla para rodar un reportaje sobre la Expo 92, la de todas la mordidas, para la TV francesa, aventura tan fallida que jamás llegó a la pantalla, nos entrevistamos con la simpática y estrafalaria duquesa de Medina Sidonia, Isabel Álvarez de Toledo y Maura, en Sanlúcar de Barrameda. Estuvo muy amable conmigo, ya la había conocido en París, me contó varias anécdotas sobre los Maura, que desconocía, y me regaló un librito que creía haber perdido o prestado, no sabía a quien, y que de pronto surgió de nuevo, durante esta mudanza. Publicado ese mismo año 1992 por la Fundación Antonio Maura se trata de unas Reflexiones, Confidencias y Recuerdos. Cuaderno I. Octubre de 1946. Publicación voluntariamente póstuma, por cierto, escrita con gracia y mala uva, de la que hoy solo voy a citar un poemita: “Dolora para un álbum”:

Cuando el cura nos casó
le contestaste que sí:
el buen señor te creyó
y yo también te creí;
el amor que yo pedía
lo guardaste para ti.
¿Por qué mentiste aquel día
a Dios, al cura y a mí?



Échenle novelas naturalistas, realistas, o como se llamen sobre el desierto helado del matrimonio, estos torpes versos lo resumen perfectamente.


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