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El estado de nuestra economía

Acabamos de conocer los datos de ingresos fiscales del Estado durante 2002 en relación con 2001: han subido casi un 9% los ingresos líquidos y un 6,6% los brutos, antes de devoluciones y subvenciones. A señalar que los ingresos por IRPF han subido un 7% y los del IVA un 6,5%.

Estas subidas, junto a los ingresos de la Seguridad Social, han permitido, finalmente, alcanzar el equilibrio presupuestario, en lugar del déficit manejado en los últimos meses, del 0,2% del PIB, debido, básicamente, al desequilibrio de la autonomías, que parece han cerrado 2002 con un déficit del 0,5% del PIB. Como el PIB nominal, es decir, el crecimiento real del 2% más el de precios del 4%, ha subido un 6%, esos datos quieren decir que el porcentaje de ingresos y gastos fiscales sobre el total de actividad económica española se ha incrementado. Una mala noticia, que podría transformarse en positiva si en 2004 se vuelven a bajar los impuestos y se ajusta el gasto para mantener el equilibrio. En cualquier caso, aún hay que esperar para ver cuáles son los efectos fiscales de la rebaja de impuestos de 2003.

No es la única noticia que denota vigor en la economía española: la actividad en el cuarto trimestre de 2002 se incrementó hasta el 2,1% en tasa interanual, frente al 1,8% del tercer trimestre de 2002, también en tasa interanual. Las importaciones de bienes y servicios han aumentado en los últimos meses, otra muestra real de mejoría, y los cotizantes a la seguridad social han aumentado en 120.000 en febrero, mientras se reducía el número de los apuntados al desempleo en el INEM, un dato positivo pero del que es difícil sacar conclusiones sin conocer otros muchos que sólo proporciona la encuesta trimestral de población activa.

Todos estos datos reales de actividad demuestran el mantenimiento o la mejoría de la situación económica en los últimos cinco meses, pero creo que no pueden interpretarse para concluir que la crisis ha pasado o que el momento más bajo cíclicamente ha sido superado. Las cifras demuestran el vigor de la economía nacional, pero el entorno internacional ha empeorado en el mismo periodo.

El precio del petróleo está por encima de los 30 dólares/barril por tercer mes consecutivo, la economía norteamericana se estancó en el cuarto trimestre (aunque el crecimiento anual en 2002 fue, finalmente, del 2,4%), Alemania confirma un déficit público cercano al 4% del PIB, con una economía en retroceso y Francia informa que alcanzará el 3,4% de déficit en 2003, lo que es reflejo de una actividad económica también estancada. En cuanto al descenso del 0,25% del tipo de interés del euro, es poco significativo en ese entorno, y sólo sirve para perder parte de la poca munición que queda.

Conclusión: España continúa siendo un islote de prosperidad, como también lo son, aunque en menor medida, por la irrupción de abultados déficits públicos, el Reino Unido y Estados Unidos. Será una casualidad, pero, en esta ocasión, los países que son dueños de su situación económica son los que tiene una postura más firme con el régimen iraquí, mientras los más débiles -encabezados por Alemania y Francia- buscan excusas en el exterior, arropándose de antiamericanismo, quizá para hacer olvidar a sus ciudadanos el fracaso de sus políticas interiores, un viejo recurso repetido una y otra vez en la historia.

¿Sería posible que la economía española creciera más en el actual panorama internacional? No es una pregunta retórica, porque Irlanda, en ese mismo entorno europeo e internacional, ha crecido el 13% en términos reales en 2002. La respuesta, en nuestro caso, tiene que ser matizadamente negativa, porque dados nuestro tamaño, el hecho de que somos una de las economías más abiertas al exterior, el importantísimo dato de que el tipo de cambio del euro continúa apreciándose en relación al dólar y la poca importancia de sectores con alto crecimiento de la productividad, nos resulta imposible impedir que nos contagien nuestros vecinos -también Portugal está en recesión. Sólo habría un camino: menor gasto público y mayores rebajas fiscales, reforma del sistema de negociación colectiva y, en consecuencia, menor indiciación de nuestra economía, mayor competencia en comercio mayorista y minorista, con mayor libertad de horarios y de decisiones de apertura de todo tipo de superficies comerciales, y disminución de los costes de despido, lo que permitiría, además, un aumento sustancial de los contratos indefinidos.

Se trata, en todos los casos, de decisiones políticas, de las que la experiencia nos dice que sólo pueden tomarse el día siguiente al de formar gobierno, tras unas nuevas elecciones.

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