Menú
CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La soledad del corredor de fondo

A mí nadie me movilizará a favor de la Iglesia Católica. Un momento: me parece legítimo que la Iglesia defienda sus intereses, y aún más que los católicos defiendan su Iglesia (¡curiosos católicos serían, si no!). Pero eso no va conmigo, y, por lo tanto, no voy a tratar aquí temas teológicos o metafísicos, sino políticos; concretamente dos: la polémica LOE y la cuestión de las subvenciones estatales.

A mí nadie me movilizará a favor de la Iglesia Católica. Un momento: me parece legítimo que la Iglesia defienda sus intereses, y aún más que los católicos defiendan su Iglesia (¡curiosos católicos serían, si no!). Pero eso no va conmigo, y, por lo tanto, no voy a tratar aquí temas teológicos o metafísicos, sino políticos; concretamente dos: la polémica LOE y la cuestión de las subvenciones estatales.
Imagen tomada el 12 de noviembre en la manifestación contra la LOE.
No teniendo el menor diploma universitario, avanzaré con pies de plomo por esas tierras incógnitas, basándome en la lectura de libros (los de V. Pérez-Díaz, por ejemplo) y de artículos recientes que tratan, precisamente, de la LOE. Pero bastaría con haber leído el magnífico artículo de Alicia Delibes (v. La Ilustración Liberal, nº 25), que sabe de lo que habla, artículo escrito poco antes de los líos actuales, para percatarse de que el problema de la LOE es mucho más grave y profundo que el lugar de la religión en la enseñanza.
 
Sin entrar, pues, en demasiados detalles, diré que, en teoría, me parecería bien el estudio y la asignatura de la "historia de las religiones", como el de la "historia de las ideas políticas y filosóficas", o la "historia del arte", historias todas ellas muy mezcladas, y a veces inseparables. Cabe preguntarse, y es lo más importante, si esas historias se enseñan de verdad.
 
Por lo tanto, estoy bastante de acuerdo con el editorial de El Mundo (25-11-2005) en que se decía: "Sin embargo, también el PP debería hacer saber, por ejemplo, si cedería en uno de los temas no más relevantes, pero si más espinosos de la LOE: el carácter no curricular de la asignatura de Religión". Pocas veces he citado los editoriales de El Mundo, y si los hubiera citado, tratándose de la "crisis iraquí" o de su "antiyanquismo" infantil, hubiera sido para manifestar mi desacuerdo, pero debo reconocer que en cuestiones como la del estatuto catalanista, la defensa de la libertad de expresión o esta polémica sobre la LOE estoy bastante de acuerdo con dichos editoriales y dicho diario.
 
Totalmente de acuerdo no lo estoy con nadie, ni siquiera conmigo mismo... De paso, y a propósito de la enseñanza de la religión: yo aprendí el catecismo con un cura, y no con un maestro socialista, y no me parecería monstruoso que algo así siguiera vigente.
 
Pero vayamos a la libertad de expresión: me parece absolutamente escandaloso que ateos, agnósticos y librepensadores vayan hasta el Vaticano para lograr que se censure a la COPE, "la radio de los obispos". ¡Esto si que es la repanocha del cinismo y de la intolerancia! La COPE, y sobre todo –según declaran los propios inquisidores– 'La Mañana', dirigido por Federico Jiménez Losantos (¡albricias, Federico!), y 'La Linterna', de César Vidal, deberían ser fulminantemente condenada a las llamas del infierno (terrenal), o sea el silencio y, si es posible, la cárcel, en nombre de la libertad de expresión ¡no faltaba más!
 
Estos intentos de censura totalitaria no conciernen sólo a la LOE, claro; también o sobre todo se trata de sus (nuestras) virulentas críticas al Gobierno provisional de Zapatero, se trate del estatuto catalanista, del "caso Montilla" o de las demás felonías que a diario comete dicho Gobierno, con el apoyo del Imperio Polanco, de sus intelectuales a sueldo, de otros medios y de otras mulas.
 
Entroncando con lo anterior, diré que lo que yo constato y admiro es la valentía de la COPE, su real libertad de expresión, y que dependa de la Conferencia Episcopal resulta, para mí, muy secundario. A lo sumo podría añadir, en este caso, "¡Vivan los obispos!", porque menos mal que la COPE existe. Que sea precisamente la COPE, y no la SER, u otra radio, la que lidere las voces críticas se merecería estudio aparte, porque es muy sintomático de nuestra España actual.
 
En cuanto a las subvenciones estatales, debo decir, a contracorriente de muchos, que soy contrario a las subvenciones, a través del IRPF, a la Iglesia Católica. Pero, evidentemente, no sólo a la Iglesia: me opongo, tan firme como "platónicamente", a las subvenciones estatales a todas las religiones, como a todos los partidos, sindicatos; a los estafadores ambulantes de las ONG pero también al cine, al teatro y las actividades artísticas y culturales en general.
 
Los sectores en los que el Estado debe intervenir y que debe subvencionar son los tradicionales: Ejército, Policía, Magistratura (cárceles también, hélas!), Enseñanza, Sanidad, y párate de contar. Teniendo en cuenta la miseria política actual, no es de extrañar que me haya olvidado de precisar que el Estado está en la obligación de hacer algo para el Gobierno, la Diplomacia, las Cortes...
 
Esta norma general de "salud pública" podría tener sus derogaciones: el Estado, como las autonomías y municipios, podría mantener subvenciones para la conservación del Patrimonio, por ejemplo. Y, evidentemente, no suprimir, sino reformar, los subsidios a los parados, las pensiones o la Seguridad Social. Tampoco se trata de suprimir, sino de disminuir considerablemente, el número de funcionarios y los gastos de la Administración. En cuanto a la Enseñanza y la Sanidad, no me parecería extravagante mantener –reformando– una libre competencia entre el sector privado y el público, para emplear la jerga al uso. Algo de pragmatismo, y la búsqueda de la máxima eficacia, en bien de todos y sin prejuicios dogmáticos, no vendría del todo mal.
 
Evidentemente, todo esto no podría lograrse, o sería injusto, sin la drástica disminución –o la supresión, en muchos casos– de los impuestos. Las economías sustanciales realizadas suprimiendo las subvenciones, fuentes de corrupción y caciquismo, compensarían. Se trataría, por lo tanto, de fomentar y facilitar la autofinanciación.
 
En este sentido, me parece de aquelarre que se considere ilegal y se estudie la supresión de los donativos anónimos a los partidos, cuando, anónimos o no, habría que favorecerlos. Antaño, y sin meterme ahora en el análisis crítico de su historia, los partidos se creaban en torno a una "Idea" y para hacerla triunfar, o para conservar ciertas tradiciones civilizadas; en la inmensa mayoría de los casos, recibir dinero del Estado se hubiera considerado como una traición, la demostración de que se habían "dejado comprar" y, por lo tanto, corromper. Y, se mire como se mire, así es. Hoy los partidos compiten por el poder, por la gestión de las finanzas públicas, y cuanto más tengan y les reparta el Estado, más podrán chupar del bote.
 
Logo del Partido Socialista de Francia.En cuanto a la "Idea", se ha convertido en catálogo publicitario para ganar elecciones. Lo vemos hoy, en Francia, lo hemos visto en España y en otros países, pero para quedarnos con el ejemplo del PS francés, asistimos a una pugna brutal entre personalidades para hacerse con la candidatura oficial; celebran congresos, pero cuando se les pregunta cuál es su proyecto o programa, responden: "Hemos creado una comisión para estudiarlo".
 
¡No saben quiénes son, ni lo que quieren! Y, para alimentar "el diálogo con los franceses", se limitan a repetir algunas barrabasadas que la historia tiró a la basura, sacadas del Frente Popular, en 1936, o de la liberación, en 1945. Que es como si siguieran discutiendo sobre la abolición de la esclavitud.
 
Más o menos, todos los partidos se han convertido en partidos de funcionarios, "profesionales" de la política, sin militantes o apenas, sin actividades espontáneas, benévolas, libres y voluntarias, salvo algunas manifestaciones y una magra participación en las elecciones. Nadie mueve un dedo sin la debida paga, mordida y subvención. A eso, señores y compañeros, se le llama "burocratización". Y luego se lamentan por el divorcio entre la política y los ciudadanos. Si a eso lo llamáis "política", no es de extrañar, y hasta resulta positivo.
 
No digo que la supresión de subvenciones a partidos y sindicatos lo resuelva todo, ni siquiera que la supresión de las ayudas estatales al cine, el teatro y las actividades artísticas en general concedería obligatoriamente talento a los creadores, pero constituiría un primer paso para eliminar el conformismo, el borreguismo, el "espíritu de partido" y el sometimiento burocrático. También los intelectuales se han convertido en funcionarios.
 
No tendré aquí la osadía de dar consejos a la Iglesia Católica, no la única pero sin comparación la más importante en España. Sin embargo, y como ciudadano, tan absurdo me parece que los ateos subvencionen a la Iglesia como que los anticomunistas y los anticatalanistas subvencione al PC o a ERC, pongamos. Es de aquelarre. Opino, además, que la Iglesia ganaría en prestigio si, en vez de exigir del Estado un aumento de sus limosnas "públicas", se dirigiera a sus fieles, que son millones. Me refiero a los problemas materiales, y no a los espirituales.
 
Me dicen a veces que incluso los no creyentes debemos apoyar a la Iglesia –o a las iglesias cristianas, en general– porque puede constituir una barrera formidable y civilizada contra la tremenda ofensiva del Islam radical, que constituye nuestro peor enemigo. Muy bien, pues que lo demuestren. Cuando un Papa recibe, con todos los honores, a Yaser Arafat, éste no es un gesto de tolerancia y de diálogo entre las religiones: es el Vaticano que recibe a un jefe terrorista. No es lo mismo.
0
comentarios