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Stalin en España

En el verano de 1937, "el gobierno español estaba totalmente en manos de la NKVD. El Komintern en España, tras la fachada de idealismo byroniano del Frente Popular, se había convertido en una tapadera de la policía secreta". (Stephen Koch, El fin de la inocencia, Tusquets Editores, 1977, p. 340.).Esto puede ser algo esquemático, pero no es falso en absoluto. Otros libros, desde el Gran Engaño de Burnet Bolloten hasta éste de Koch, pasando por los de W. Ktivinski, Pierre Broué, George Orwell, y de manera implícita P. Sudoplatov (ex alto dirigente del KGB, quien reclutó a los Mercader en Barcelona y organizó, entre otros, el asesinato de Trotski) y muchísimos más, denuncian la política de la URSS en España y el papel de sus servicios secretos. El propio Jesús Hernández, en su libro Yo fui ministro de Stalin, relata, entre otras cosas, cómo Togliatti, a las órdenes de Moscú, impuso el cese inmediato de Largo Caballero como presidente del Gobierno, por no ser suficientemente servil, y su sustitución por Juan Negrín, el único posible, ya que "Prieto es anticomunista y Álvarez del Vayo demasiado tonto..." Además o sobre todo, Negrín ya había demostrado su filosovietismo enviando el oro del Banco de España a la URSS.

El apasionante libro de Koch adolece, tal vez, de un defecto bastante corriente en este tipo de ensayos: investigando a fondo un tema se puede llegar a exagerar su importancia. Centrado en la actividad de la NKVD y de los diferentes agentes de la Internacional Comunista, a través, sobre todo, de la extraña figura de Willi Münzenberg, de quien ya habló Artur Koestler en sus memorias (¡hay que leer o releer a Koestler!), da a mi modo de ver demasiada importancia histórica a dichos "servicios". Claro que la tuvieron, ejercieron su influencia, cometieron infinidad de crímenes, lograron montar campañas de propaganda totalmente embusteras, como el proceso de Dimitrov, el proceso Kravchenko, el proceso del POUM, el "hitlero-trotskismo" de Andrés Nin, etc., y desde este punto de vista ejercieron un papel tan evidente como hediondo, pero la política y la ideología ejercieron un papel más importante aún, o sea, los partidos comunistas fueron in fine más importantes que sus servicios especiales, incluso si en ciertas ocasiones y en diferentes países el NVKD (luego KGB) se impuso a los partidos. Por ejemplo, y quedándonos en el ámbito del libro de Koch, el Frente Popular tuvo un apoyo de masas real; independientemente de la acción de los "servicios", aunque estos actuaran eficazmente para que el Frente Popular mantuviera una actitud favorable a la URSS (también en Francia).

En los años treinta existía en Europa un peligro real de guerra, y, resumiendo mucho, todo parecía conducir a un conflicto entre la Alemania nazi y sus aliados contra las democracias, Reino Unido y Francia principalmente. En teoría, la URSS podía elegir aliarse con un bloque o con el bloque opuesto. Pero Stalin intentó mantener una postura prudente, con la secreta intención de situarse al margen del conflicto, que parecía inevitable, durante un periodo lo más largo posible, para precipitarse luego al socorro del vencedor. Como hizo con Japón en 1945. En este sentido mantenía contactos oficiales o secretos con ambas coaliciones, fingiendo dar preferencia a una u otra según los vaivenes de la política europea. Si los Frentes Populares parecían demostrar cierta solidaridad antifascista por parte de la URSS y sus partidos comunistas, en realidad, desde diciembre de 1936 (como lo demuestra Koch en su libro) los contactos secretos entre la URSS y la Alemania nazi fueron frecuentes. Pero a Hitler, por lo visto, no parecía interesarle, al principio, una alianza con la URSS. Inútil señalar que en estos contactos y negociaciones desempeñaba un papel importante el desprecio rotundo y hasta el odio de los comunistas en general y los soviéticos en particular, hacia las "decadentes democracias burguesas", y el interés de Stalin por el nazismo.

En estos momentos de dudas y vacilaciones estalla la guerra civil española. Como muchos, Stalin piensa que el Ejército sublevado va a triunfar en pocas semanas, pero al instalarse la guerra para rato, decide intervenir. No para ayudar a la República española, lo cual constituye la mentira oficial, respaldada por todas las socialburocracias, como puede constatarse a diario, sino para controlar el movimiento e impedir una revolución de signo en gran parte anarquista y contraproducente tanto para sus intereses de gran potencia, como para su estatuto de "patria de los trabajadores del mundo". Lo logró rápidamente y si la NKVD no dirigía el gobierno republicano, la influencia de Moscú, la Internacional y el PCE fueron cada vez más significativos y hasta determinantes. Pero, como veremos con el ejemplo del POUM, si lograron mucho, no lo lograron todo. Claro, se podrían dar muchos otros ejemplos. Controlar la situación explosiva en España obedecía, pues, a dos objetivos. Impedir una revolución de signo contrario a su ideología y a sus intereses imperialistas, y en el caso, poco probable, de acuerdo con las democracias occidentales, poner sobre el tapete de las negociaciones su labor contrarrevolucionaria en España, presentada como "defensa de la legalidad republicana". Pero apenas los nazis manifestaron cierto interés por llegar a un acuerdo con la URSS, Stalin se volcó en esa dirección, abandonando "la justa causa del pueblo español".

Desde luego, los gobiernos británico y francés también tuvieron sus vacilaciones y no sólo en relación con la guerra en España. Varios historiadores han relatado, por ejemplo, cómo se quiso proponer a la Alemania nazi y a la Italia fascista que retiraran su apoyo militar a Franco a cambio de "regalarles" colonias en África. Moscú y sus servidores en España hicieron fracasar este proyecto de "armisticio", bastante estrafalario por otra parte.

Recordemos también que en Francia el gobierno de Frente Popular, presidido por Léon Blum, en principio más favorable a la difunta república española, no duró dos años y el de Daladier fue aún más vacilante. La cumbre de la ceguera diplomática (y de la cobardía) se celebró en Munich en 1938. Aprovecho para salir al paso de los infundios e insultos de los comunistas y de sus innumerables perritos falderos, a propósito de la de indecisión y hasta cobardía de León Blum en su falta de ayuda eficaz a la República durante nuestra guerra civil. ¿Cómo no percatarse de que si Blum no deseaba un triunfo franquista, tampoco deseaba un triunfo de la URSS totalitaria en España? Y ¿cómo ayudar a lo poco que quedaba de la legalidad republicana sin ayudar a los comunistas españoles, súbditos de la URSS, quienes en seguida se hicieron con el control del reparto de las armas? ¿Cómo, en definitiva, elegir entre dos totalitarismos, el nazifascista y el comunista, un momento enfrentados en España, pero que poco tiempo después se aliarían, alianza que se hizo oficial en 1939, con el pacto nazi-soviético, pero que ya se gestaba durante nuestra guerra civil? El dilema de León Blum y de otros demócratas de izquierda, anti-comunistas o no comunistas por aquellas fechas, era trágico. Y Blum, más que cobardía, demostró lucidez.

Si el giro soviético, de la "ayuda" a España, a finales del 36, hasta la firma del pacto nazi-soviético de agosto de 1939, y por lo tanto su alianza efectiva con los nazis, tardó dos años y pico en llegar, esto se debe, primero, a las reticencias de Hitler y a las dudas de Stalin sobre con quién convenía más aliarse, y sobre todo si no le sería más provechoso no aliarse con nadie y esperar. Luego, cuando existió una apertura por parte de los nazis, su prudencia proverbial, demostrada a lo largo de su carrera de déspota, le hicieron avanzar, pero lentamente, en esa dirección. A esto se añade, dato casi nunca comentado por los historiadores, la necesidad de un periodo de adaptación y de "lavado de cerebro" para todos los militantes de la Internacional Comunista quienes se habían creído, a veces sinceramente, que el enemigo principal era el nazifascismo -como se decía entonces-, convertido de pronto en aliado principal. Un tal viraje de 180 grados podría parecer difícil de aceptar por parte de los "valerosos combatientes antifascistas", pero la verdad es que en España, como en el resto del mundo, la inmensa mayoría de los militantes comunistas se tragó el sapo. Y les gustó. Su antifascismo no resultó estar tan difundido y arraigado entre en sus filas como claman hoy. Es que en realidad no eran antifascistas, sino fanáticos partidarios de la URSS, convencidos de que Stalin siempre tenía razón.

El dato más vistoso del viraje estalinista, durante nuestra guerra civil, fue la retirada de las Brigadas Internacionales en septiembre de 1938 -pero decidida en París, en julio, antes que la reunión de Munich-. Pero no es el único. Por ejemplo, si la propaganda estalinista hubiese dicho la verdad afirmando que los comunistas españoles lucharon heroicamente hasta el final, ¿cómo puede explicarse que ningún dirigente de ese partido fuese detenido y fusilado por los franquistas? La respuesta no puede ser más evidente: todo estaba preparado con antelación, teniendo en cuenta el giro de la política de Moscú. José Díaz y Dolores Ibarruri estaban en Moscú, Carrillo en París, etc. Además, reflexionemos un instante sobre un hecho prácticamente incuestionable: si por aquellos años de 1936-1939, la URSS era un infierno totalitario, con deportaciones masivas, terror policial, los tristemente famosos "grandes procesos" estalinistas, y todo lo demás, ¿quién puede pensar seriamente que de ese infierno totalitario iban a ser enviados a España valerosos agentes, policías secretos, responsables políticos, jefes militares y periodistas-espías para defender la democracia y la legalidad republicanas? Ya nos han tomado bastante el pelo.Para el mantenimiento de la leyenda de la URSS como gran país antifascista cuya aportación "solidaria" a nuestra guerra y más tarde a la II Guerra Mundial fue decisiva, con lo cual se pretende aún hoy ocultar el gulag y demás atrocidades, fue una suerte de que Hitler violara tan rápidamente el pacto nazi-soviético. Así puede hacerse pasar por un simple acuerdo táctico y circunstancial, lo cual es absolutamente falso. No fue un simple pacto de no-agresión entre dos Estados, como se pretende tan a menudo, sino una colaboración profunda entre dos totalitarismos, dos partidos, dos Estados y que comienza en España misma. El hecho de que los nazis se mostraran tan generosos con los soviéticos, entregándoles la mitad de Polonia, Finlandia (que resistió heroicamente), los países bálticos, parte de Besarabia, intercambiando presos políticos, etc., se explica porque los mismos nazis pensaban conquistar todo eso y mucho más, militarmente y en breve. Lo cual no impide que la colaboración de la URSS y por lo tanto de los partidos comunistas, fue total. Los que expresaban dudas o críticas al respecto -un puñado- fueron fusilados, y además lo rompió Hitler, no Stalin.

En este sentido, puede decirse que el cinismo de los nazis les fue muy rentable. Llegaron a un acuerdo con las democracias en Munich en 1938, y con los soviéticos en 1939, y rompieron dichos acuerdos uno tras otro y cuando les dio la gana. La soberbia y la megalomanía de Hitler le condujeron al desastre al querer enfrentarse con demasiados enemigos -sobre todo con la entrada de los EEUU en la guerra-, pero a finales de los años treinta, su cinismo diplomático favoreció su expansionismo militar.

Pero ¿de qué guerra se trata cuando se habla de la guerra civil española? ¿Cuáles fueron sus objetivos reales, los motivos profundos de esa sangrienta contienda? Leyendo libros y artículos, escuchando discursos o conferencias, mirando películas o emisiones de televisión, me entra a menudo una sensación de irrealidad, como si se tratara de guerras diferentes, acaecidas en épocas o en países cuya existencia queda por demostrar. Algunos, tal vez, recordarán la propaganda oficial del franquismo, a propósito de su "Cruzada por Dios y la Patria" (y la propiedad privada) y contra el Comunismo. Frente a esta leyenda sin matices, ni tinieblas, bastante olvidada, las cosas como son, otras versiones arrastran asimismo su lastre de mentiras. Si la versión "ricos contra pobres", proletarios contra burgueses y latifundistas, es bastante exagerada (hubo pobres con Franco), lo es infinitamente menos que la versión casi oficial, que se quiere imponer hasta en las Cortes, y según la cual se trató de la defensa de la legalidad republicana contra un golpe militar fascista. Esto no resiste ni dos minutos a cualquier análisis objetivo.

Si Pío Moa, en su libro Los orígenes de la guerra civil, demuestra de manera documentada y convincente cómo la insurrección de Asturias de 1934 no fue una explosión de rebeldía proletaria espontánea, sino un intento fallido de golpe de Estado por parte del PSOE y de la UGT, con el objetivo de instaurar una dictadura del proletariado "a la española", puede afirmarse, sin contradecirle en lo más mínimo, pero ampliando el debate, que todas las fuerzas políticas y sindicales de la época, que se califiquen de izquierdas o los que posteriormente se llamarían "franquistas", todos, o en todo caso la inmensa mayoría, sólo sentían por la legalidad republicana, y más concretamente, por la democracia parlamentaria "burguesa", desprecio o claramente odio. De ese rechazo general a lo que hoy todos admiten y respetan, más o menos sinceramente -salvo ETA-, se salvaba una ínfima minoría de republicanos moderados, como Manuel Azaña, algún intelectual liberal -pocos-, sectores de la CEDA, que como bien aclara Pío Moa, no era fascista, sino monárquica, y nadie más.

En este sentido puede resultar curioso que en una situación revolucionaria tan radical, en donde el ejército, la policía, la diplomacia, la Iglesia, la administración, los empresarios, etc., se vuelcan mayoritariamente en la guerra contra la República, en donde, por lo tanto, las instituciones estatales, la industria, la economía general, habían explotado en mil pedazos, el PSOE, la UGT, como el entonces diminuto PC, obren por mantener en pie lo que quisieron destruir en 1934, cuando era mucho más difícil, como los hechos lo han demostrado. No fue la influencia de ciertos socialistas como Indalecio Prieto, quienes parecían en aquel momento y antes, a veces, más partidarios de la democracia parlamentaria que los caballeristas, sino consideraciones de política internacional las que impusieron a unos y a otros (o sea, a la ínfima minoría partidaria de la democracia y a la inmensa mayoría adversaria de dicha democracia representativa), a mantener la apariencia democrática, su fachada, pero disputándose a tiros los muebles, los pisos, el poder en una palabra. Hasta el punto de que en dicha fachada, que no lograba disimular los tremendos ajustes de cuentas internos, la foto del presidente Manuel Azaña iba siendo sustituida poco a poco por la de Stalin, como aquella inmensa foto del tirano que cubría de arriba abajo la Puerta de Alcalá, en Madrid.

Desde el principio se impuso la idea, no totalmente falsa, desde luego, que sin ayuda exterior, nada se podía hacer contra un ejército sublevado, ayudado además por la Legión Condor y las tropas italianas. El problema del armamento, el chantaje de las armas, se convirtió rápidamente en palanca política muy bien aprovechada por Moscú, el Komitern y el PCE. Los gobiernos amigos de la República española, Francia, México, Gran Bretaña - a medias-, y otros, recomendaban mantener, en la medida de lo posible, las instituciones republicanas, su legalidad, o por lo menos su apariencia, de cara a la opinión pública mundial, la Sociedad de Naciones, etc., para ampliar al máximo un posible apoyo. La URSS, una vez recibido el oro del Banco de España, dicta a Largo Caballero, en una famosa carta de diciembre de 1936 firmada por Stalin, Vorochilov y Molotov, lo que debe ser la política republicana: el gobierno debería mantener de su parte la pequeña y media burguesía, protegiéndolas de toda confiscación y asegurando la libertad de comercio. No había que asustar a los dirigentes moderados de los partidos republicanos y en este sentido era particularmente importante apoyar al presidente Azaña. También era esencial, siempre según dicha carta, que "los enemigos de España no vean en ella una república comunista, a fin de evitar toda intervención armada por su parte, lo cual constituye el más grave peligro para la España republicana". Era necesario, asimismo, afirmar que no se toleraría el menor ataque contra la propiedad privada y los legítimos intereses extranjeros en España.

Esta era pues, perfectamente definida en su mentira, la fachada que había que mantener ante las democracias occidentales: nada de "comunismo", defensa de una legalidad inexistente, de la propiedad privada y de la libertad de comercio (¿qué libertad de comercio era posible en medio de una guerra caótica?). Bajo ese manto legalista y pequeño burgués, sus checas funcionaban 24 horas al día y los "internacionales" del Komitern, la NKVD y el PC controlaban cada vez más firmemente el ejército, la policía, la economía, la diplomacia y el gobierno de la República.

La CNT-FAI constituye un caso peculiar en esta complicada situación. Habían participado, junto a la UGT en la "insurrección" de Asturias de 1934, pero no fue lo mismo en el resto de España, y concretamente en Cataluña, entre otras cosas por oposición al nacionalismo catalán. Ahora bien, desde siempre habían soñado, y a veces intentado, con resultados catastróficos, en la tradición de Bakunin, Malatesta y otros, la "insurrección armada espontánea". Era la insurrección que se apodera de una aldea o un barrio, y cuyo ejemplo se convierte en chispa que alumbra el incendio revolucionario en todo un país o incluso en varios países, donde los proletarios estaban, evidentemente, esperando la señal para lanzarse a la calle. Cosa que no ocurría nunca. Pero en julio de 1936, el pueblo, todo el pueblo español se había convertido por fin en el tan anhelado "pueblo en armas". Había llegado, pues, el momento de destruir el Estado y sus instituciones representativas, y crear el comunismo libertario. En todas las zonas de España en donde la CNT-FAI era fuerte decidieron liquidar los organismos gubernamentales, como la Generalitat en Cataluña, el gobernador y demás instituciones republicana en Aragón y otras provincias, etc. Pero, en Barcelona, Companys logró convencer a García Oliver y a sus compañeros de que, de cara a la necesaria unidad antifranquista y a la indispensable ayuda exterior, era útil mantener la Generalitat. Se creó, pues, un doble poder, ya que el Comité de Milicias, dominado por la CNT-FAI, tuvo, al principio, más poder real que la Generalitat.

Y en Aragón, el Consejo de Defensa presidido por Joaquín Ascaso (CNT) ejerció el poder real hasta que Lister, en agosto de 1937 y al mando de tropas comunistas, restableció el "orden republicano" a sangre y fuego, destruyendo las colectivizaciones y comunas libertarias, cuya experiencia merecería un estudio objetivo, que poco tendría que ver con las mentiras estalinistas. Evidentemente, ni los comunistas, ni muchos socialistas y republicanos podían tolerar aquellas "locuras" de las colectivizaciones.

Pero la CNT-FAI tuvo una actitud inconsecuente y contradictoria a lo largo de la contienda. Allí donde podían, realizaron su "revolución social" y mantuvieron sus experiencias hasta la derrota. En cambio en otras zonas, al mismo tiempo y en contradicción con su ideología, participaron en toda una serie de organismos estatales y en el propio gobierno, presidido por Largo Caballero. Cuando éste, dimitido por el Kominform, abandona sus cargos, se solidarizan con él y dimiten. Pero vuelven a entrar en el gobierno y además tras la dimisión de Prieto como ministro de Defensa en marzo de 1938. Prieto consideraba que se había convertido en rehén de los comunistas y opinaba además que habían perdido la guerra. Resumiendo: los anarquistas estuvieron a la vez en los órganos del Estado y en los comités que querían destruir el Estado.

Desde un punto de vista militar es cierto que el "pueblo en armas" logró, los primeros días, vencer al ejército en ciudades importantes como Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, etc. Ahora bien, al instalarse la guerra en una duración incierta, pero duración, el ardor guerrero y las técnicas basadas en experiencias de "guerrillas urbanas", no daban abasto, en una guerra que, para resumir, calificaré de clásica, con frentes, trincheras, ofensivas y retiradas, una guerra en la que la superioridad del ejército franquista, en todos los aspectos y sobre todo en armamento pesado (aviones, tanques, artillería) se demostró rápidamente. A todas luces había que hacer algo, pero me autorizo a discrepar de César Vidal, quien considera que el intento de organizar un ejército republicano asimismo "clásico", era de "sentido común". Lo que en realidad se llevó a cabo con la famosa "militarización de las milicias", no fue la creación de un ejército eficaz, sino la toma de control absoluto del ejército por los comunistas. El resultado fue un pésimo ejército que copiaba las técnicas y las artes militares del adversario, lo cual le situaba obligatoriamente en una situación de inferioridad. Las batallas de Teruel fueron un ejemplo tétrico, pero no único. Nadie supo llevar a cabo, ni siquiera imaginar, una guerra de guerrillas (el término viene de nuestra guerra contra Napoleón, un modelo), de movimiento, de golpes de mano, de audacia, más acorde con la situación real y la mentalidad del "pueblo en armas". Lo cual no excluye en principio ni la disciplina, ni la eficacia.

(Debo reconocer que leyendo el interesante y minucioso libro de César Vidal sobre las Brigadas Internacionales, he modificado levemente mi opinión sobre éstas: no sólo fueron un cuerpo de represión al servicio del Komitern, lo cual está perfectamente descrito en dicho libro, sino que combatieron en los frentes algo más de lo que yo imaginaba.)

La instauración de una dictadura comunista en zona roja, siempre tras la máscara de la "defensa de la República", comienza abiertamente con las famosas jornadas de mayo de 1937, en Barcelona, con el asalto a la Telefónica, y continuará en Aragón y otras zonas, con mayor o menor éxito según fuera la resistencia de los "incontrolados" de la CNT-FAI. Este ataque a la Telefónica, que se convirtió durante unos días en una guerra civil en el seno de la guerra civil, y con muchos asesinatos por parte de las fuerzas del orden comunistas, también sirvió de pretexto para la liquidación del POUM. No es que ese pequeño partido de "unificación marxista" fuera muy favorable a las "locuras" anarquistas, pero intuyeron que Moscú, en esa ocasión, iba a por ellos. Claro que la campaña de "agitprop" sobre el "hitlero-trotskismo" del POUM ya había comenzado, y con virulencia. El 17 de diciembre de 1936, Pravda, de Moscú, escribía: "En Cataluña la eliminación de los trotskistas y anarcosindicalistas ha comenzado; se proseguirá con la misma energía que en la URSS". Lo intentaron, en efecto, y asesinaron mucho, pero los resultados no fueron tan "enérgicos" como en la URSS.

Por aquellas fechas, a Stalin le interesaba demostrar como el "hiltlero-trotskismo" (luego, tras el pacto nazi-soviético, se convirtieron en agentes del imperialismo británico, y para terminar del imperialismo yanqui) participaba de un complot anti-soviético mundial. De ahí la importancia de la liquidación del POUM (que no era trotskista, aunque algunos de sus dirigentes como Nin o Andrade sí lo habían sido), su proceso a bombo y platillo, al mismo tiempo que los de Moscú, etc.

En Queridos camaradas, reciente entrega de la estafa histórica de la socialburocracia postcomunista, Antonio Elorza y Marta Bizcarrondo ensalzan el papel heroico del PCE y culpan únicamente a los soviéticos de los errores y posibles crímenes cometidos durante la guerra. Aunque paralelamente y con dialéctica torpe, insisten en el papel positivo de la "ayuda soviética". Seguimos con la mentira claudinista. Un solo ejemplo. Según dicen Elorza y Bizcarrondo, "estos (los poumistas) hablarán más tarde de versión española de los procesos estalinistas, pero si tal era en verdad la intención del PCE, bajo una intensa presión en Moscú, el resultado vino a probar la supervivencia del Estado de derecho republicano" (Queridos camaradas, p. 454). El asesinato bajo tortura de Andrés Nin (¡fue despellejado vivo!), el proceso y encarcelamiento de sus dirigentes, la disolución del partido y de sus Juventudes, la prohibición de su prensa, etc., cumpliendo, en parte, las órdenes de Moscú, constituye para nuestros autores la ¡"supervivencia del Estado de derecho republicano"! Buena ilustración de lo que entiende Elorza por "estado de derecho". Porque el POUM era inocente, su única culpa fue creer en el marxismo revolucionario, cuando éste pretendía asesinarle.

Las guerras de Vietnam enfrentaron a dos bloques, dos sistemas, el comunista y el capitalista, y terminaron con la victoria militar comunista, relativamente pocos años después asistimos al triunfo, a trancas y barrancas, pero triunfo, del capitalismo en Rusia, China, Vietnam, Camboya. Salvando las distancias, lo mismo puede decirse de la conclusión y resultado, con el tiempo, de nuestra guerra civil. Quien ha vencido finalmente, tras la victoria militar franquista y tras largos años de dictadura, es aquel sistema político odiado por todos, combatido por todos, despreciado por todos, el sistema de la democracia parlamentaria "burguesa". Hoy, por lo tanto, se puede afirmar que nuestra democracia actual no es heredera ni del franquismo ni del Frente Popular.

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