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LA POLÍTICA, A PESAR DE TODO

La retirada, por si acaso

La orden dada por el nuevo Gobierno socialista de España de retirar nuestras tropas de Irak se reviste, como es marca de la Secta, de un discurso ético basado en el honor y el cumplimiento de la palabra dada. En realidad, oculta una ética del fugitivo, que otros teorizan, y una política de la derrota, que ellos mismos practican.

La orden dada por el nuevo Gobierno socialista de España de retirar nuestras tropas de Irak se reviste, como es marca de la Secta, de un discurso ético basado en el honor y el cumplimiento de la palabra dada. En realidad, oculta una ética del fugitivo, que otros teorizan, y una política de la derrota, que ellos mismos practican.
No vamos a desarrollar aquí las múltiples argucias, mentiras y dobleces que han acompañado la decisión del Gobierno Zapatero de ordenar la retirada de las tropas españolas del frente iraquí, uno de los puntos candentes en donde se decide la actual guerra contraterrorista para hacer retroceder y derrotar al islamismo integrista antioccidental y a sus aliados. Ya las sabemos de sobra: oportunismo electoralista de cara a las próximas elecciones europeas; revanchismo contra la política exterior diseñada por el anterior Gobierno de Aznar; impuesto revolucionario que se abona a los socios insaciables del nacionalismo y la extrema izquierda que lo sostienen; etcétera. En todo caso, sí me interesa ahora subrayar una circunstancia que juzgo especialmente relevante: a falta de ideas propias, el argumentario del aparato de propaganda gubernamental y paragubernamental actual continúa inspirándose en la estrategia de servirse de acciones y testimonios del adversario para darles después la vuelta, según marquen las conveniencias y el momento.
 
Dos de los recurrentes estribillos que se han recitado incansablemente en contra de la intervención aliada con el fin de liberar a Irak y al mundo del régimen agresivo y expansionista de Sadam Husein han sido (y siguen siendo): primero, que se trataba de una guerra preventiva, y, por ende, “ilegal e ilegítima”, y, segundo, que se llevaba a cabo de una manera unilateral, y, en consecuencia, contraria al ideal comunicativo del consenso universal. Este procedimiento vuelve a repetirse ahora, pero con todos los defectos del mimetismo resentido, disimulador y tosco. A la acción anticipatoria desplegada por las fuerzas aliadas de Occidente para obstaculizar los movimientos terroristas en las áreas vitales del planeta especialmente dañadas y con riesgo de metástasis, se la denominó “guerra preventiva”, con un sentido descalificador, y también con intención ingeniosa, pero no menos corrosiva que la anterior, “guerras-por-si-acaso”. Pues bien, ahora el inexperto, imprudente y dominguero Presidente Zapatero, con festividad y alevosía, con unilateral precipitación, anuncia que nuestras tropas desplegadas en Irak vuelven a casa a toda prisa porque probablemente la ONU no se va a hacer cargo de la situación (entre otras cosas, porque no es ésa su intención); por si acaso la virtual resolución de su Consejo de Seguridad de la ONU no sigue los planes socialistas y los pone en un compromiso; porque la situación en la zona podría complicarse y romperse la vajilla; porque las hordas levantiscas del “No a la guerra”, azuzadas para acosar al anterior Gobierno popular y todavía sedientas de sangre, podrían volverse ahora contra el actual Gobierno… Por tanto, la retirada, por si acaso.
 
Pero, entre todos los posibles y los acasos, hay una situación (un escenario, como se dice ahora) que la nueva facción gubernamental no puede aceptar bajo ningún motivo, a saber: que se produzcan bajas en las unidades españolas en Irak. Y no podía aceptarlo porque ya no es plausible seguir cargando sobre Aznar todas las calamidades acaecidas en el planeta (aun así, lo harán) y porque ni su ética ni su política de inmaculada concepción se ajustan a semejante contingencia. Su ética, pública y cívica, proclama curiosamente que el principal valor moral del hombre es el de salvar su vida a cualquier precio, ya que para nada merece la pena correr riesgos, si se compromete nuestro mayor bien, que es durar; es decir, la ética de sálvese quien pueda. Esta perspectiva no dibuja una posición favorable a la supervivencia sino más bien a la subsistencia, a una existencia bajo mínimos, de “cerdo satisfecho” (John Stuart Mill), a una ética mínima compatible con un pensamiento únicamente débil, todo él de corte muy posmoderno y situacionista. Esta impostura renegada y reactiva fue hace unos años teorizada (vamos a decirlo así) por Juan Aranzadi en su libro El escudo de Arquíloco, en donde a través de dos volúmenes y más de mil páginas, lleva a cabo una muy articulada, pero no menos desvergonzada, justificación ético-política-étnicoantropológica-sociológica-religiosa-teológica-filológica, etcétera, de los postulados nacionalistas, antiamericanos, antioccidentales y antisemitas perfumados por unos aires académicos, muy profesorales y universitarios, de esos que tanto complacen al nuevo presidente del Gobierno y nutren el caladero de asesores y cargos oficiales, pues bien informado está sobre las tendencias y “sensibilidades” que capitanean los centros de enseñanza superior/inferior en España.
 
Frente a la doctrina moral fundamentada en huir del peligro, pero sin atacar las causas del miedo, debe argüirse que la vida humana no es, ni puede entenderse, como el valor supremo, sino, en todo caso, como un instinto, y de cualquier forma, como el bien o soporte de todo valor, de los valores morales y políticos, como son la libertad, la justicia y la felicidad. Huir uno del peligro, procurar salvarse a toda costa, dejando a otros en grave trance, es el fundamento de una ética cobarde y corrompida que, bajo la “pedagogía nacionalista/socialista” basada en la “nación cívica”, ha logrado envenenar el País Vasco y Cataluña, y crece por toda España. Ahora además se exporta allende nuestras fronteras como enseña de la nueva/vieja política exterior y de defensa españolas.
 
¿En qué consisten una y otra? En que lo políticamente correcto consiste en salvar el orgullo, el honor y la palabra del hoy Presidente aunque ello sea contrario a la verdad, la decencia y la dignidad; en traicionar y dejar en la estacada a los iraquíes y a nuestros aliados; en negociar con el enemigo las condiciones de retirada y rendición; en halagar al que ataca y en criminalizar al que se defiende; en trazar una estrategia apaciguadora y pacifista que, en plena, cruenta y dramática, guerra contraterrorista mundial, extiende la imagen de las Fuerzas Armadas a la manera de una ONG aplicada a misiones humanitarias; en infundir una política informativa que trae en la primera página de todos los diarios nacionales, como gran noticia, que la tropa expedicionaria española se ha visto en la necesidad de abatir a dos (ocho o doce) terroristas que les habían tendido una emboscada cuando se replegaban.
 
Ven ustedes a lo que conducen las guerras. Con lo bien que se está en casa. Y con lo seguros y cómodos que están nuestros militares profesionales en el cuartel o en la cantina, leyendo La paz perpetua de Kant y jugando al dominó.
 
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