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SOCIEDAD INTERNACIONAL

La multipolaridad como nueva utopía

El siglo XX acostumbró a varios de quienes lo transitamos a desconfiar de la palabra utopía. La concepción teórica de una sociedad radicalmente distinta de la que empíricamente constituimos dio como resultado más muertes injustas y opresiones que mejoras en el siglo pasado.

El siglo XX acostumbró a varios de quienes lo transitamos a desconfiar de la palabra utopía. La concepción teórica de una sociedad radicalmente distinta de la que empíricamente constituimos dio como resultado más muertes injustas y opresiones que mejoras en el siglo pasado.
Analizar con cautela las declamaciones de un mundo perfecto no significa renunciar a los valores. Personalmente, sigo tan convencido como siempre de que no debemos matar al inocente, ni robar, ni oprimir ni violar. Es probable que si todos los seres del planeta cumpliéramos con estos mandatos negativos: no matar, no robar, no oprimir, no violar, nos asomaríamos a un mundo radicalmente mejor. Pero suponer que con una teoría científica extirparíamos el Mal de la Tierra en un par de años no sólo es ingenuo, sino mortalmente peligroso.
 
Desprestigiado el comunismo como utopía sanadora de todos los males de la sociedad humana, los miles de intelectuales que en el pasado alzaron sus plumas para defenderlo, comprenderlo amablemente o aceptarlo como una alternativa ni mejor ni peor que los sistemas democráticos parecen haber hallado un nuevo caldero al final del arco iris: la multipolaridad.
 
Mucho antes de la crisis de Wall Street, miles de analistas, en centenares de medios de comunicación, cantaron loas a la multipolaridad como un modo más adecuado de tratar los asuntos internacionales. Con la crisis, este verdadero movimiento intelectual ha alcanzado su apoteosis: el mundo conducido por EEUU se encamina, según ellos, a un derrumbe infalible. Oponen la multipolaridad como alternativa sanadora.
 
Pero ¿representa la multipolaridad en sí misma una receta para las dificultades que hoy enfrentamos?
 
Es cierto que si viviéramos en un mundo donde cada uno de los Estados funcionara según los parámetros de democracias como la norteamericana o la inglesa, la multipolaridad resultaría menos mala que la unipolaridad. En ese mundo feliz, la multipolaridad sería deseable porque, aun existiendo intereses nacionales y conflictos intrínsecos, el funcionamiento democrático, en una ONU saludable, permitiría ajustar los detalles del intercambio mundial según las singularidades de cada nación. Pero viviendo en el mundo en que vivimos, donde los factores que pueden contrastar a Norteamérica no son Dinamarca o Suecia, sino Irán o China, no encuentro mayores ventajas en que los Estados Unidos vean disminuido su poder en beneficio de dictaduras o totalitarismos.
 
¿Por qué habría de ser mejor un mundo multipolar en el que Putin, Ahmadineyad o Chávez concentraran tajadas de poder que pusieran en jaque la política exterior norteamericana? ¿Son sus respectivos regímenes o sus actuaciones internacionales moralmente equivalentes o superiores a la democracia interna y la hegemonía norteamericanas? ¿Nos asomamos a un mundo más democrático y próspero gracias a la emergencia de déspotas como Ahmadineyad o al factor de riesgo de dictadores inefables como el norcoreano Kim Jong Il?
 
Curiosamente, los analistas que defienden la multipolaridad no suelen detenerse en precisar cuáles serán los factores que conformarán este crisol de poderes. Mi sospecha es que, como se han escaldado defendiendo a Mao y a Ceaucescu antes de sus respectivas y sangrientas decadencias, ahora se limitan a declamar un deseo de multipolaridad quimérica, sin apostar concretamente por ningún factor constitutivo de la misma. "¡Multipolaridad, multipolaridad!", gritan, evitando avanzar en las consecuencias lógicas de esta demanda.
 
Es muy probable que, lamentablemente, los próximos años nos enfrenten, efectivamente, a un mundo donde los autoritarismos y totalitarismos vuelvan a recobrar algo de la fuerza que perdieron a fines de los ochenta, con la estrepitosa caída del Muro de Berlín y la hegemonía de los ideales democráticos en el mundo occidental. Debemos recordar que en los últimos veinte años de hegemonía norteamericana pasíses como Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Paraguay, Perú y Bolivia, con sus altibajos, reconquistaron y mantuvieron sus sistemas democráticos, y que Europa del Este alcanzó cotas de libertad desconocidas en las primeras ocho décadas del siglo XX. Previo a la salvaje emergencia del fundamentalismo islámico como principal enemigo de la democracia, en los atentados contra las Torres Gemelas del 11/9/01, el mundo gozó de una libertad de movimiento y prosperidad como no había conocido en toda su historia previa.
 
Con pena, debemos considerar la posibilidad de que los Ahmadineyad, los Kim Jong Il  vuelvan a conquistar una voz relevante en el concierto de las naciones. Pero esto no es el acercamiento a una nueva utopía, sino un retroceso que debemos considerar analíticamente, para recomponernos y volver a dar un paso adelante, no mucho más que un paso, en el camino de la libertad y la defensa de los inocentes.
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