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ISLAM Y MODERACIÓN

La mezquita de la discordia

El 10 de septiembre del 2001, 300 musulmanes se concentraron frente a un teatro de Houston, Texas, para protestar, al grito de "Muerte a Rushdie", por la visita a EEUU del autor de Los versos satánicos, contra el que el ayatolá Jomeini dictó una fetua de muerte en 1989. Al día siguiente, 19 musulmanes atacaron el Pentágono y las Torres Gemelas: el acto de terror más espectacular de la historia moderna pulverizó a más de 2.800 inocentes en pocos minutos.


	El 10 de septiembre del 2001, 300 musulmanes se concentraron frente a un teatro de Houston, Texas, para protestar, al grito de "Muerte a Rushdie", por la visita a EEUU del autor de Los versos satánicos, contra el que el ayatolá Jomeini dictó una fetua de muerte en 1989. Al día siguiente, 19 musulmanes atacaron el Pentágono y las Torres Gemelas: el acto de terror más espectacular de la historia moderna pulverizó a más de 2.800 inocentes en pocos minutos.

Desde entonces, seguidores del Islam fundamentalista han masacrado a soldados y civiles en Kabul, Londres, Bagdad, Madrid, Bali, Tel Aviv y Bombay, entre otros lugares. Según estimaciones conservadoras, los islamistas no representan más del 10% de los musulmanes, pero, según el orientalista de la Universidad de Princeton Bernard Lewis, "han adquirido una posición poderosa e incluso dominante" en el Islam contemporáneo.

De entre el 90% de presuntos moderados ha surgido un imán estadounidense con una propuesta singular: construir una mega-mezquita prácticamente en el mismo sitio en que se encontraban las Torres Gemelas. La idea, presentada como gran baza del Islam moderado, ha despertado una acalorada polémica... lo cual no era difícil de anticipar. Las mezquitas son lugares de oración, pero también han sido empleadas como centros de reclutamiento para la Yihad, incluso en territorio norteamericano. El imán estadounidense Anuar al Aulaki comandaba la mezquita virginiana a la que asistieron dos de los kamikazes del 11-S, y fue guía espiritual de al menos otros tres terroristas musulmanes que mataron o trataron de matar a ciudadanos estadounidenses: Nidal Malik Hassan (masacre de Fort Hood), Umar Faruk Abdulmutalab (intento de atentado en un vuelo Ámsterdan-Detroit) y Faisal Shahzad (atentado frustrado de Times Square). No obstante, tal como nos recuerda con tino Bret Stephens, la prensa progresista inicialmente lo presentó al público norteamericano como un moderado; en octubre de 2001, el New York Times llegó a decir que era "un líder musulmán de nuevo cuño capaz de hacer compatibles a Oriente y a Occidente".

Osama ben Laden.Ahora asistimos a algo parecido con Faisal Abdul Rauf, el imán que está detrás de la iniciativa neoyorquina. Puede que no sea un admirador de Ben Laden, pero, objetivamente hablando, uno debe esforzarse mucho para aceptar lo que la prensa progresista dice que es: un musulmán moderado.

Luego del 11-S, Rauf declaró al programa 60 Minutes que EEUU había coadyuvado a la matanza y que Ben Laden fue "fabricado" allí. En 2006 dijo que la publicación de las caricaturas de Mahoma en la prensa danesa era una provocación. En 1977, en una carta publicada en el New York Times escribió, con motivo de una visita de Anuar Sadat a Jerusalem: "Con una paz verdadera, Israel se convertirá, en nuestra generación, en otro país árabe, si bien con una minoría judía". Dos años más tarde, en otra misiva publicada por el mismo medio, dijo que la revolución jomeinista estaba inspirada en "las mismas libertades y los mismos derechos individuales en que tan fervientemente creen los estadounidenses".

A principios de este mes, The Wall Street Journal preguntó al imán si aún suscribía todas esas palabras, y él respondió indirecta pero afirmativamente.

No menos preocupante resulta su valoración de qué sea un musulmán moderado. Conforme ha señalado M. Zhudi Jasser, fundador del Foro Islámico-Americano para la Democracia, en su libro Lo que está bien en el Islam, Rauf ha definido como tal al líder de los Hermanos Musulmanes, el jeque Yusuf al Qaradaui. De esta agrupación brotaron organizaciones como Al Qaeda, Hamás y Al Gama al Islamiyya.

Sea como fuere, más allá de las credenciales del imán, el quid de la cuestión es eminentemente simbólico: ¿es razonable erigir un santuario del Islam en un sitio en que miles de norteamericanos perdieron la vida a mano de unos asesinos que decían obrar en nombre del Islam? No se trata, como engañosamente alegan los defensores de la iniciativa, de un asunto de libertad de culto. Tal libertad existe, y es ejercida plenamente por los musulmanes en las numerosas mezquitas que hay en EEUU, empezando por las emplazadas en Nueva York. Se trata, más bien, de tener prudencia y mostrar sensibilidad hacia aquellos que aún tienen la memoria rasgada por un hecho reciente y atroz.

Esa mezquita que busca predicar la moderación puede ser construida en cualquier otro sitio. Como auténticos moderados, los promotores de la iniciativa podrían tomar ejemplo de Juan Pablo II, quien, ante la controversia suscitada por el proyecto de edificación de un convento carmelita próximo a Auschwitz, instó a las monjas a buscar otro emplazamiento. O, mejor aún, podrían emular a los japoneses, que han tenido la sabiduría de no proponer jamás la construcción de un monumento nipón en Pearl Harbor.

 

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