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TV3, PARADIGMA DE LA TELEVISIÓN CENTRÍFUGA

La maldición de los Ewing

Uno de los efectos secundarios de la transición democrática española fue la implantación de los canales autonómicos. En Cataluña, la supuesta necesidad de una televisión que promocionara el catalán se fundamentó en la conjetura de que el franquismo había borrado de la faz catódica la lengua de Fabra.


	Uno de los efectos secundarios de la transición democrática española fue la implantación de los canales autonómicos. En Cataluña, la supuesta necesidad de una televisión que promocionara el catalán se fundamentó en la conjetura de que el franquismo había borrado de la faz catódica la lengua de Fabra.

Se trataba, obviamente, de una falacia. No en vano, las primeras desconexiones en catalán de TVE databan de 1964, año en que comenzó a emitirse, en dosis homeopáticas, el programa Teatro Catalán,al que se sumaron, andando el tiempo, los divulgativos Mare Nostrum y Giravolt y, ya en 1974, el informativo Miramar. Con la muerte del dictador, lo que constituía una mera cuña folclórica fue ensanchándose hasta ocupar un segmento de la programación en absoluto desdeñable. A ese periodo corresponden Doctor Caparrós, de Joan Capri; Vostè Pregunta, de Joaquim Maria Puyal; Personatges, de Montserrat Roig; Musical Express, de Àngel Casas, o Terra d'Escudella y Quitxalla, ambos destinados al público infantil. La efervescencia experimental de los setenta propició que algunos de estos programas contuvieran una dosis de audacia que, a la vista de lo que hoy se cuece en las parrillas, admite sin calzador alguno el calificativo de contracultural.

La lengua catalana, en suma, no estaba ausente de la televisión, por lo que la voluntad del nacionalismo de dotarse de una televisión autonómica no guardaba una correspondencia fáctica con la extinción del catalán; antes bien, pretendía instaurar un foco de irradiación ideológica que sellara, de una vez y para siempre, la comunión entre lengua, identidad y cultura. Por decirlo en castellano férreo: se trataba de coser el catalán a una visión del mundo. La ausencia de cualquier prurito de ambición en lo tocante a la renovación de los formatos se hizo evidente a las primeras de cambio, cuando se supo que los banderines de enganche de TV3 serían el Barça y la serie Dallas. Irónicamente, las familias más influyentes de esa incipiente roturación moral no fueron los Pujol, Maragall, Vilarasau, Millet o Serra. Quienes levantaron elpal de paller del entoldadofueron los Ewing, con J. R. y Sue Ellen a la cabeza. Después de todo, qué mejor que una familia ficticia para divulgar la restitución de una nación ficticia.

Pepe Rubianes.Treinta años después, TV3 no sólo sigue siendo la misma televisión antifranquista que fue en sus albores (es fama que la propagación del antifranquismo es inversamente proporcional a la caducidad de su razón de ser), sino que continúa basando su pegada en los saldos hollywoodienses, el fútbol y, en los últimos tiempos, la fórmula 1. Bajo ese parapeto de infalibilidad (y, en cierto modo, de respetabilidad) campa un discurso obscenamente antiespañol cuyo epítome, tan injusto como resultón, fue el episodio protagonizado por Pepe Rubianes, quien, en el programa El Club, y a propósito de una pregunta sobre Josep Piqué, legó a la wikipedia una ristra de pollas, putaespañas, culos y cojones colgados del campanario que suscitó la carcajada del presentador, Albert Om, y la ovación de la claque del plató. Injusto, decía, porque lo que entendemos por pedagogía del odio no debería ceñirse al exabrupto de un cómico, sino a la praxis habitual en La Teva,el alias con que la propia TV3 se motejó años ha. Valga una muestra de dicha praxis.

– Veto del castellano en las ruedas de prensa. Práctica consistente en cortar la emisión cuando el protagonista de la rueda de prensa (así sea el mismísimo presidente de la Generalitat) responde en castellano a los medios de ámbito nacional. Se da con frecuencia en las ruedas de prensa que concede el entrenador del Barça, Pep Guardiola, a quien los periodistas del resto de España suelen requerir un turno de preguntas en castellano. Por lo general, el veto lingüístico redunda en la quiebra del derecho a la información, ya que lo que se dice en una lengua no necesariamente coincide con lo que se dice en otra. (Bien lo sabe CiU). Por lo demás, la censura del castellano (y, consiguientemente, de los castellanohablantes) es una norma instituida en el libro de estilo de La Teva, que prescribe, por ejemplo, que a la hora de recabar cortes de voz se entreviste preferentemente a catalanohablantes.

– De qué hablamos cuando hablamos de nación. Dado que el libro de estilo reserva la palabra nación a Cataluña, las referencias a España suelen envolverse en el sintagma Estado español. A este respecto, el diputado autonómico del PSC Joan Ferran, progenitor de la expresión costra nacionalista, señaló la mamarrachada que suponía decir "Vuelta ciclista al Estado Español". El calado de semejante arbitrariedad lo ilustró hace unas semanas el periodista Xavier Torres, que afirmó sin inmutarse que los favoritos para ganar la Champions eran el Real Madrid y el Barça, "el representante de España y el representante de Cataluña".

Sobredimensión de cualquier suceso de corte nacionalista. Concentraciones en favor de TV3 en Valencia, pseudoconsultas sobre la independencia, actos proselecciones oficiales catalanas, apariciones estelares de Jimmy Jump... Cualquier suceso que entrañe una cierta exaltación catalanista tiene asegurado unos minutos de gloria en los informativos de La Teva. El correlato de semejante fervor es un indisimulado fomento del independentismo. Basten como ejemplos la retransmisión en directo de la manifestación del 10 de julio contra la sentencia del Tribunal Constitucional o la producción de documentales como Adéu, Espanya? o Cataluña-Espanya, que prefiguran el inexorable advenimiento de la independencia.

– Exclusión de la información taurina. Noticia no es que José Tomás congregue a 20.000 aficionados en la Monumental, sino que, en los aledaños de la plaza, haya veinte animalistas tildando de asesinos a esos mismos aficionados.

La televisión que en 1983 desveló a los catalanes quién había disparado a J. R. Ewing es hoy un monstruo de seis cabezas (TV3, TV3 Cat, Canal 33, Super 3/3XL, Esport 3 y 3/24) que devora un presupuesto de 250 millones anuales y emplea a 2.000 trabajadores, casi el doble que Tele5. La retórica normalizadora que justificó su puesta en marcha palidece ante las proporciones de un tinglado que, antes que al restablecimiento de la realidad, se debe a su deformación. Sobre todo, para blindar su propia existencia.

España y lo español, no obstante, siempre reservan al espectador una postrera vuelta de tuerca. Aun siendo un mayúsculo desvarío, TV3 no es un fenómeno excepcional, sino el artefacto mejor acabado de una trama de televisiones antropológicas (lean a Pericay) que haría las delicias de don Julio Camba. J. R., en efecto, ha terminado por hablar en todos los acentos probables de la piel de toro. Habremos, pues, de saltar al ruedo.

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