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EL SISTEMA ESTÁ PODRIDO

La mala educación

Este principio de curso está siendo especialmente revuelto en la Comunidad de Madrid. La consejera de Economía pide el esfuerzo a los profesores de que trabajen dos horas más a la semana. Pero eso implica muchas cosas, los profesores se rebelan, los sindicatos –cómo no– sacan el cuchillo de sacar tajadas, los días de huelga aumentan y esto parece que no se soluciona.


	Este principio de curso está siendo especialmente revuelto en la Comunidad de Madrid. La consejera de Economía pide el esfuerzo a los profesores de que trabajen dos horas más a la semana. Pero eso implica muchas cosas, los profesores se rebelan, los sindicatos –cómo no– sacan el cuchillo de sacar tajadas, los días de huelga aumentan y esto parece que no se soluciona.

Los profesores de la pública se quejan de las subvenciones y regalitos que la Comunidad de Madrid ofrece a los colegios de enseñanza concertada, y de las ayudas encubiertas –o no– a los colegios privados. Mientras que sindicatos y profesores dicen que son tres mil los interinos que van a desaparecer, la Administración habla de mil. Mientras los profesores explican la importancia de las tutorías, las autoridades autonómicas siguen diciendo que no es así. Unos acusan a los otros de mentir, de no pensar en los niños. Y el espectáculo, visto desde fuera, es penoso.

El resultado es que no se sabe cómo van a recuperar las clases los niños, quienes, además de ser víctimas del sistema, de ser utilizados por unos y por otros, están siendo involucrados en el conflicto por los profesores y por los padres, que les visten con las famosas camisetas verdes, vendidas por IU.

Una oye en un taxi un debate entre profesores en la SER y no sabe qué pensar: una profesora quita importancia a la debacle que va a suponer el tratar de dar todo el temario de este año y argumenta que eso no es nada en comparación con lo que se roba a los niños: talleres de tecnología con 30 alumnos, los profesores de la concertada con ordenadores gratis... En fin, un conjunto de reclamaciones que a una casi le dan ganas de hacer la ola, invadida por un ataque de compasión; hasta que recuerdo que aquí lo que importa son los niños y su educación.

Esas reclamaciones no son la raíz del problema, y esos bienintencionados profesores, pero también la Consejería de Educación y la Comunidad de Madrid, están cogiendo el rábano por las hojas.

El problema no es si hay una clase de tutorías o dos, sino que este sistema está podrido, es nocivo y hay que cambiarlo de arriba abajo, o de abajo arriba. Los diferentes planes educativos de todos los partidos, por más que estén preñados de buenas intenciones, no han servido para nada bueno. La educación politizada no es buena, y usarla para comprar votos es de lo más indigno que se puede hacer, porque se usa la formación y el futuro de los niños de hoy para trepar o conservar la poltrona.

La educación no debería ser un tema de debate político, sino que se debería afrontar honestamente, con la vista puesta en cómo mejorar los alarmantes resultados de nuestros estudiantes. No solamente se trata del fracaso escolar, es un problema sistémico que afecta a todos los tramos por los que atraviesa un estudiante entre los 4 y los 23 años. Toda la cadena está emponzoñada.

Y ahora viene la pregunta del millón: ¿cómo se sanea el sistema educativo? En primer lugar, no puede ser que un colegio forme en todas las disciplinas de siempre (matemáticas, lengua, ciencias naturales y sociales) y que además se atribuya (o le asignen) la educación sexual, vial, multicultural... Hay que equilibrar los objetivos con los recursos de que se disponen; si éstos fueran ilimitados y tuviéramos un presupuesto infinito y días de 48 horas, pues nada, pero es que no hay para todo, y el colegio, el instituto y la universidad tienen unos fines que no se están alcanzando.

Nadie le quiere poner el cascabel al gato, pero yo creo que nada como la pluralidad institucional y la libertad para permitir que afloren resultados en un sistema estrangulado como el nuestro. Está claro que el volumen de gasto no implica mejores resultados, estamos ante una crisis más profunda: de actitudes, de valores. La libertad educativa permitiría que hubiera homeschoolers, que se crearan centros de estudios imaginativos que enseñasen a cada cual a responsabilizarse de sus éxitos, y dejar la palabrería y la política de lado.

La competitividad de las generaciones venideras depende de ello.

 

© Instituto Juan de Mariana

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