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CIVILIZACIÓN

La libertad, en cuarto menguante

Muchos son los historiadores que coinciden en afirmar que el período más fecundo y pleno de libertad fue el comprendido entre la derrota definitiva de Napoleón y la Primera Guerra Mundial.

Muchos son los historiadores que coinciden en afirmar que el período más fecundo y pleno de libertad fue el comprendido entre la derrota definitiva de Napoleón y la Primera Guerra Mundial.
Desde entonces, en un primer momento paulatinamente y aceleradamente en los tiempos que corren, la libertad ha ido cediendo terreno ante el autoritario Leviatán, que se sirve de muy diversas etiquetas y denominaciones.

Es bueno detenerse y escarbar en el porqué de este declive. Alexis de Tocqueville, en su obra sobre el Antiguo Régimen, sostiene que muchos son los pueblos que, al encontrarse en períodos de gran progreso moral y material, dan todo por descontado. Entonces, los espacios que se van dejando vacíos son ocupados por corrientes de pensamiento contrarias a los valores que sirvieron de soporte al progreso conquistado. Así las cosas, conviene tener bien presente esta reflexión de George Mason: "Para seguir disfrutando de las bendiciones de la libertad es absolutamente necesario hacer un repaso permanente de los principios fundamentales; o uno de los más célebres postulados jeffersonianos: "El precio de la libertad es la eterna vigilancia".

El eje central del problema no estriba en cuestiones tales como que los gobiernos sean o no desprolijos en sus cuentas fiscales, ya que puede implantarse un Gulag sin déficit, o que el producto bruto crezca mucho o poco. El tema es mucho más profundo, y por tanto cala hondo: hace referencia a la actitud diaria de quienes se dicen "realistas" y se entregan con las manos encadenadas a los megalómanos del momento. Se creen optimistas, pero son los más derrotistas de los mortales. Son incapaces de tener sueños e ideales, y aceptan mansamente el corrimiento en el eje del debate que proponen otros.

Tienen demasiadas telarañas mentales. Alegan que el influir en las ideas prevalentes reclama una tarea de largo plazo y por ende prefieren hacer las del borrego. Alientan un clima de opinión paralizante que asegura el descenso de nuevos escalones, lo cual, naturalmente, celebran quienes se oponen a las sociedades abiertas. Se adaptan a lo "políticamente posible" sin ver que lo "políticamente posible" es el resultado de la constancia en las tareas diarias de demolición de los adalides del gobierno omnipotente y los enemigos de las libertades individuales.

La cátedra, el ensayo, el artículo y el libro son los instrumentos más potentes para revertir tal situación, pero en modo alguno debe subestimarse el muy fértil efecto multiplicador de las conversaciones sociales.

La razón por la que el espíritu liberal es tan feble en estos días hay que buscarla en la desidia a la hora de estudiar los fundamentos de la libertad. Anthony de Jasay, en el ensayo "La amarga medicina de la libertad", escribe elocuentemente:
Amamos la retórica y la palabrería de la libertad, a la que damos rienda suelta más allá de la sobriedad y el buen gusto, pero está abierto a serias dudas si realmente aceptamos el contenido sustantivo de la libertad.
Es penoso que tantos timoratos se dejen embaucar por la dialéctica que usa a los pobres para empobrecer a todo el mundo. La guillotina horizontal arranca de cuajo todo incentivo para el progreso. Se pide compasión para los pobres, pero ni bien se convierten en ricos se los denuesta; sólo los políticos pueden enriquecerse sin ser perseguidos. Se toma el micrófono y se habla en la tercera persona del plural, nunca en la primera del singular; siempre se ofrece repartir lo ajeno, como si eso, en lugar de un atraco, fuera un acto de generosidad.

Es triste (por no decir patético) que el hombre no celebre y cultive a diario la enorme gracia y bendición del libre albedrío, que lo distingue de todas las especies conocidas. La unicidad del individuo debe ser cuidada y protegida, al efecto de que cada cual pueda actualizar sus potencialidades en busca del bien. El deber primordial e irrenunciable del ser humano es alimentar el alma. Las relaciones interpersonales y la consiguiente cooperación social solo se dan en un ámbito pacífico y de respeto irrestricto por los distintos proyectos de vida.

Cada persona, para prosperar, debe satisfacer los requerimientos del prójimo. La filantropía tiene por fin atender a quienes no pueden atender sus propias necesidades, por eso es objeto de denigración de esa contradicción en los términos conocida como "estado benefactor", que hace que los unos se enfrenten a los otros por los recursos que aquél reparte.

La libertad y el consiguiente respeto recíproco no son algo que se dé automáticamente, sino el resultado de un trabajoso esfuerzo diario. Hoy, lamentablemente, la educación es más bien una deseducación, la perversión de los mejores valores y principios. Solo cuando se revierta esta corriente colectivista y usurpadora podremos tener la esperanza de que las aguas vuelvan a su debido cauce. El progreso moral siempre es la brújula, el mojón, el punto de referencia del progreso material.


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