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LAS GUERRAS DE TODA LA VIDA

La libertad de no ser libres

Mientras el juez que luchó contra la ETA manda a Usabiaga a cuidar a su mamá, en las escuelas se desarrolla la polémica del velo. Y mientras el gobierno contribuye con generosidad a la causa islámica y retira crucifijos de todas partes, la izquierda en general se dedica con ahínco a defender el derecho a llevar el hiyab a la escuela.

Mientras el juez que luchó contra la ETA manda a Usabiaga a cuidar a su mamá, en las escuelas se desarrolla la polémica del velo. Y mientras el gobierno contribuye con generosidad a la causa islámica y retira crucifijos de todas partes, la izquierda en general se dedica con ahínco a defender el derecho a llevar el hiyab a la escuela.
No dudo de que haya niñas, y hasta señoritas y señoras, convencidas de la bondad de la prenda. También hay tipos que se visten de azafrán y dicen "Hare, hare" (que no es "Liebre, liebre", como podría suponer cualquier estudiante de inglés, sino otra cosa de una lengua endiablada que los hares occidentales no dominan) y están encantados. Y otros que se azotan o se hacen azotar, complicando con sangre las relaciones con su dios. Pero las niñas, señoras y señoritas del velo lo llevan, en la mayoría de los casos, por decisión de sus padres y, más tarde, de sus maridos. Y si enviudan (Alá no lo quiera, porque la vida se les pone mucho más difícil), por el qué dirán los hijos varones.

Acudir a la escuela o al trabajo vestidas como ciudadanas, dando la cara (que de eso se trata: de mostrarla lo menos posible, de no convertirse en objeto de tentación), es un derecho adquirido por las mujeres de Occidente después de no pocas batallas, muchas de ellas libradas por varones.

La prohibición del burka en Francia está relacionada directamente con el dar la cara de la ciudadana, en su DNI y en su pasaporte: no es una perversión ni un pecado, sino una cuestión de orden, esencial para el funcionamiento de los Estados. Yo sé que todo esto, la identidad individual, el domicilio particular y otras pequeñeces que fundan nuestra civilización, no es moderno: nos viene de Roma, de hace unos dos mil doscientos años. Pura obsolescencia si comparamos con los mil cuatrocientos de la joven religión islámica. Pero precisamente ahora lo necesitamos más que nunca, porque si es relativamente fácil disimular un veintidós corto bajo una chaqueta, es aún más sencillo eso de llevar un cinturón de bombas bajo una vestimenta, digamos, muy amplia y muy anónima.

El hiyab está a medio camino entre la libertad y el burka. Es un burka light. Un paso en la senda del integrismo. Una marca en la mujer destinada a poner de relieve que no posee libre albedrío, que no es sino una posesión de los hombres de su vida. Nosotros, los católicos, hasta los más descastados, como yo, rendimos culto a la Madre de Dios hecho hombre. Y si a la Iglesia le ha costado reconocer determinados derechos de las mujeres, su relación con la realidad del mundo ha hecho que finalmente, después del Antiguo Régimen, aceptara cosas que antes de eso, en la ignorada y maltratada Edad Media, eran bastante habituales. Se equivoca el que acusa a los musulmanes de vivir en el Medievo: en éste, la libertad era infinitamente mayor que en el mundo islámico de hoy.

El debate no es, pues, como quieren hacer creer los zapatillistas, si hay o no derecho a llevar velo en la escuela –y, en general, en público–, sino que el velo es en sí mismo un recorte en los derechos de las mujeres. Claro que la izquierda reaccionaria con la que convivimos (modelo María Antonia Iglesias, quien consiguió con su manifiesto antisemitismo que Pilar Rahola se sentara junto a Isabel Durán y Alfonso Rojo en la última Noria) sostiene que ellas tienen la "libertad" de y el "derecho" a llevar velo.

Ciertamente, la ley tiene que atender a todo y, para ratificar que los hombres tienen derecho a ser libres, debe especificar no sólo que nadie puede esclavizar a nadie, sino que nadie puede venderse como esclavo, porque, de no ser así, más de uno se hubiese entregado alborozado al dominio de otro, plato de comida mediante, aunque sea escaso.

¿Qué va a hacer una mujer sola en el universo musulmán? ¿Trabajar? No ha lugar. De modo que se esclaviza al padre, al marido, al hijo por un plato de lo que sea (cerdo no). Hay que especificar eso en las leyes para que nadie hable de libertades y derechos en abstracto. Si se quiere penalizar al cliente de prostitutas porque éstas son esclavas sexuales, por lo mismo habría que penalizar al marido musulmán: su mujer es esclava sexual, social, moral, intelectual.

Toda la polémica de estos días ha surgido a partir de una muchacha que quiere, o quiere su padre, llevar velo a la escuela. El padre la acompaña en algunas fotos, dando fe de que se propone ejercer un derecho. Ese mismo padre se reserva otro derecho: el de retirar a la niña de la escuela cuando sobrevenga la primera menstruación para venderla en matrimonio cuasi paidofílico a un adulto (hace poco, en Gaza, hubo una ceremonia colectiva de boda en la que se casaron niñas de diez y once años). La obligatoriedad de cierto nivel de estudios que rige para los españoles debería regir del mismo modo para las hijas de otras culturas: instrucción pública gratuita y obligatoria, fundamento de los Estados nacionales modernos y motor de desarrollo, tiene que ser realmente obligatoria. No lo es: nadie se ocupa de recorrer las casas, como lo hacían los inspectores de educación británicos ya en el siglo XIX, para enterarse de dónde hay niños (y niñas, claro) sin escolarizar.

Primero invirtieron el derecho a la igualdad e impusieron el falso derecho a la diferencia: el primero es un derecho, en la medida en que es individual; el segundo no es nada, porque no existen los derechos colectivos. Ahora pretenden que la sumisión sea un derecho si se la elige voluntariamente, como si hubiese real voluntad en toda esta siniestra confusión.


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