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APUNTALANDO A LA TIRANÍA

La izquierda (incluida la cubana) y Castro

Desde la caída del Muro de Berlín la izquierda totalitaria ha estado viviendo con el alma atormentada. Su mundo físico, su poder tenebrosamente asentado en el Imperio Soviético desapareció como por encanto.

Todavía no se lo explican y se revuelven entre la confusión, el rencor y la peregrina idea del desquite. La izquierda totalitaria vivió el siglo XX anclada en las ideas y la nostalgia del XIX, y ha entrado en el siglo XXI atolondrada, resistiéndose a abandonar el XX. Perdidos los sostenes reales, físicos, pretenden salvar descocadamente los sostenes intelectuales. Esa izquierda desnortada e irredenta asemeja hoy a la cola de una lagartija decapitada, que ya muerta continúa dando coletazos por un tiempo. Coletazos para detener lo imparable, pero sin duda aún peligrosos.

La izquierda totalitaria y sus primos de la izquierda “moderada y moderna”, aparcados por la historia, buscan no obstante una segunda oportunidad. Ante sí, el gran enemigo de siempre, los Estados Unidos de América. El hígado de la izquierda no soporta el poderío, la prosperidad y el liderazgo norteamericano. Vive en el resentimiento y en la ensoñación de que ese poderío, liderazgo y prosperidad no haya podido ser el de la extinta Unión Soviética. Aquel imperio, aquel poderío, aquel pensamiento único sí le fascinaba, y continúa fascinándole. Sólo que ya no existe. Ni volverá a existir, pese a que algunos no se hayan enterado.

Pero la izquierda descabezada y sin poder real necesita aliados. Aliados con algún poder, o al menos con algún poder simbólico. China y Vietnam ya no le sirven. Son demasiado pragmáticos y coquetean demasiado con el capitalismo. Corea del Norte es demasiado grotesca. Para estos sectores de la izquierda visceral las opciones se reducen a mirar, no sin aprensión, al fundamentalismo terrorista árabe, sobre todo atendiendo a sus recursos y posibilidades desestabilizadores, y a Cuba. Cuba como poder simbólico residual. Cuba como pancarta, cierto que vieja y deteriorada, mas pancarta al fin, y como tal propicia para estridentes ejercicios de brindis al sol. El feroz comandante, aunque envejecido y desdentado —no sólo biológicamente— todavía les vale. Y tanto les vale que en estos días el comandante le ha dado una alegría a la izquierda totalitaria y encharcada en sus angustias. El comandante no se amilana. Sube los decibelios de su “enfrentamiento” al imperialismo. Y de paso, aceita la fusta, fortalece los candados y las mordazas y manda sin contemplaciones a la cárcel a sus grandes y peligrosos enemigos: las ideas y los versos. Se acabó. La dictadura del “paraíso proletario” ha sido, es y seguirá siendo implacable con sus enemigos. La pervivencia del comunismo está garantizada en Cuba. La izquierda totalitaria mundial está de plácemes: su reducto imbatible está asegurado. Su símbolo y su pancarta.

¿Y qué hace la izquierda totalitaria y la otra, la “moderada y moderna”, es decir, la camuflada? Pues disimular. Unos más y otros menos. Los que menos disimulan, pues nada, a seguir apoyando a ultranza a su querido comandante. Y aunque su actitud nos indigne tenemos al menos que reconocerles que son coherentes, obscenamente coherentes. Así, por ejemplo, para Marco Rizzo, jefe del grupo parlamentario del Partido Comunista Italiano, la reciente brutalidad represiva de Castro no es más que “errores veniales que pueden suceder en un país que sufre un embargo terrible”. Y para el despreciable eurodiputado socialista español Miguel Ángel Martínez (por cierto nunca desmentido por la dirección del PSOE), “criticar las condenas (a los disidentes pacíficos) sin denunciar el contexto, nos parece injusto y malintencionado, porque es comprensible que el gobierno cubano reaccione con mecanismos de defensa propios, ya que el clima de guerra virtual al que ha sido sometido se ha convertido de pronto en un clima real, tan real como la guerra de Irak”. Para estos sectores indisimulados de la izquierda totalitaria, que ven al tenebroso régimen castro estalinista como su referente, su comandante tiene todo el derecho del mundo a cometer cuantas tropelías se le ocurran en virtud de las supuesta amenaza “virtual” norteamericana. Vamos, que a su comandante lo que hay es que reírle la gracia. Y hay que reírsela como se la han reído por décadas los políticos, los intelectuales y los negociantes europeos y latinoamericanos, es decir, apuntalando graciosamente su régimen tiránico, y tratándole políticamente como si se tratara de un régimen decente. Nada de presiones, ni económicas, ni políticas, nada que pueda irritar a su comandante. A reconocerle todos sus “logros” revolucionarios y a hacer alegremente negocios con su régimen. Y por supuesto, a felicitarle por su valiente enfrentamiento al Imperio. Y los cubanos, que se jodan.

Por otro lado están otros sectores más “moderados y modernos” de la izquierda irredenta que disimulan su aprecio por el comandante. Constituyen una especie de admiradores vergonzantes del régimen cubano. Hacen malabares dialécticos, increíbles contorsiones intelectuales y morales para dar algún que otro “pellizquito” crítico al comandante, al tiempo que también le reconocen “logros” y le legitiman, ya sea por la historia de Cuba, según ellos espantosa, llena de sombras violentas y sin luces, y, sobre todo, enmarcando la tragedia del pueblo cubano en un para ellos fatal e histórico enfrentamiento Cuba- Estados Unidos.
Lo más triste, y peligroso, para los cubanos y la causa de la libertad y la democracia en Cuba, es que esta pretendida posición “moderada y moderna” sea sustentada por algunos intelectuales cubanos de la llamada “diáspora” (huyen como el diablo de la cruz del concepto exilio) y que, sin embargo, se venden como disidentes, opositores o críticos del régimen. Estos intelectuales instalados en sus bibliotecas y comodidades de la “diáspora” hacen gala de sus muchas y trasnochadas lecturas, de sus citas de Derrida y Foucault para fundamentar fraudulentamente su peregrina equidistancia entre la tiranía de Castro y los desafíos del Imperio. A la cabeza de estos intelectuales cubanos, con la jaleada aureola de ser el más brillante de nuestros ensayistas, se halla Rafael Rojas.

Rojas ha venido sustentando en los últimos años de su estancia “diaspórica” en México ideas que, pasadas de contrabando como reflexiones históricas, no han sido otra cosa que legitimaciones encubiertas del régimen castrista. Rojas no se ha podido o no ha querido desintoxicarse de su formación marxista, al menos de ese bodrio marxista de ciertos “reformadores” del marxismo. Así, ha ido construyendo una “sui generis” interpretación de la historia de Cuba según la cual Castro es el resultado de un devenir histórico de violencia y de un pensamiento perverso de los independistas cubanos del siglo XIX, representados por Varela, Martí y los mambises, que se habrían inventado una nación inexistente y habrían forzado su advenimiento por medio de reprobables métodos violentos. Según esta extraña teoría, Castro tendría razón. Él y su “revolución” no es más que la continuación de aquella que iniciaran Varela, Martí y los independentistas. Tan malos, entonces, serían los unos como los otros. Y claro, el exilio “radical” y “extremista” de Miami que, por su parte, según Rojas y estos intelectuales de la izquierda “moderada”, participan de la misma intolerancia y proclividad a la violencia de Castro. Hermosa teoría.

La deriva “moderada” de Rojas ha ido radicalizándose, valga la paradoja. En un artículo sobre la Feria del Libro de Guadalajara, que no fue más que un pedestal para la exhibición impúdica del totalitarismo cultural del régimen cubano, ante el “acto de repudio” que le organizaron a la Revista Encuentro —de la que Rojas es codirector— y a Letras Libres, Rojas declaró a la prensa mejicana, como pidiendo perdón por haber llegado quizás demasiado lejos en sus críticas al régimen, que la Revista Encuentro y otras eran tan respetables como las que se hacían en Cuba, y que todas contribuían al desarrollo de la cultura cubana. Y dijo más, dijo que dicha Revista estaba en la línea de progreso cultural que las autoridades cubanas estaban llevando a cabo. Si esto no es indignante equidistancia o pasteleo “moderado”, que venga Dios y lo vea.

Pero donde Rojas se ha retratado definitivamente, y que ya no puede quedar sin respuesta, es en el último artículo que ha publicado en “Encuentro en la red”, bajo el título ya en sí definitorio de “La Dictadura y el Imperio”. Lo verdaderamente escandaloso y repulsivo de este artículo es, además de lo que dice, el momento en que lo dice. Justamente en el momento en que la tiranía de Castro abandona la denominada “represión de baja intensidad” e implanta, brutal y descarnadamente, el terror puro y duro como su recurso definitivo para sostenerse en el poder. Desata primero, con el pretexto —siempre tiene pretextos a mano— de la lucha contra las drogas (las que estén fuera de su control), la represión contra todos aquellos que intentaban ilegalmente (en Cuba lo que no es ilegal está prohibido) sobrevivir de manera independiente. A continuación, asestó un golpe brutal contra los esfuerzos de quienes en los últimos años, pese a cárceles y hostigamientos, habían ido levantando precariamente los cimientos de una sociedad civil en Cuba. De un solo y airado golpe de fusta envió a ochenta disidentes, periodistas independientes, poetas, intelectuales, políticos, defensores de los derechos humanos a la cárcel. Por expresar pacíficas opiniones, por argumentar acerca de los desastres del régimen, por escribir poemas, a la cárcel, y por muchos años. Ochenta cubanos que se unen a los miles de fusilados, a las decenas de miles de prisioneros, a los cerca de dos millones de exiliados, a los millones de humillados y oprimidos de varias generaciones de cubanos durante más de cuarenta años.

Y todo esto sobre un país y una nación que antes alcanzara cotas de prosperidad y libertad —pese a lo que crea Rojas— derruidos por la tiranía castro-comunista. Y en este preciso momento viene el brillante ensayista y nos dice que son igualmente culpables Castro y el Imperio. Viene y justifica la represión, porque “pareciera que la tensión se ha convertido en la única forma en que estos vecinos pueden relacionarse”. Viene y nos dice que “en las últimas semanas (las de la ola represiva) ambos gobiernos han exhibido lo peor de sí: la dictadura cubana y el imperio norteamericano”. Y viene a decirnos, como conclusión, que “si los intereses nacionales de esos dos Estados, el de La Habana y el de Washington, no pueden acomodarse a un pacto de convivencia, entonces habrá que concluir que la dictadura y el imperio se merecen la una al otro”. ¿Pacto de convivencia? ¿A que llama Rojas intereses nacionales de Cuba, acaso a los de Castro? Repugnante.

Rojas disculpa a la dictadura. Rojas le hace el juego a Castro cuando reduce el horror de la nación cubana a un mero enfrentamiento histórico entre Cuba y los Estados Unidos, el mismo viejo y desvergonzado argumento de Castro. Rojas repite las patochadas de Castro cuando en este mismo artículo y en otros defiende la “normalización” de las relaciones de Castro con los Estados Unidos. Levantamiento del embargo y derogación de la Ley de ajuste cubano. Y claro, que Europa continúe con sus negocios inmorales en Cuba. Que a la tropa de turistas de sexo y al apartheid de que disfrutan los europeos y canadienses se le unan los de Estados Unidos. Que nadie presione a Castro de ninguna manera, que continúe participando de las organizaciones humanitarias, culturales y económicas de la ONU, de Latinoamérica, de Cotonú, de todo.. Que ningún país rompa relaciones con él, que no se le aísle como el apestado que es. Que continúen y se fortalezcan los encuentros culturales y políticos entre la “diáspora” y la Isla. Que se faciliten y feliciten los “enormes logros” culturales de la revolución, y sus “logros” educacionales y de salubridad. En fin, Castro para ahora, hasta el fin de sus días, y castrismo para después, por mucho tiempo (eso sí, con mucha paz y reconciliación). Y a continuar condenando, faltaría más, con toda la dureza de que seamos capaces, si es posible con la misma furia de que es capaz Castro, al Imperio.

Una vergüenza.

Orlando Fondevila es redactor de la Revista Hispano Cubana.


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