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TERRORISMO

La guerra sin fin

El título de este artículo no hace referencia sólo a una guerra que parece no terminar nunca –la del fundamentalismo islámico contra las democracias occidentales–, sino a la falta de finalidad por parte de los distintos componentes del bando de los cultores de la muerte: Hamás, Al Qaeda, Hezbolá, Yihad Islámica y otras tantas siglas o nombres que definen las mismas ideas y metodologías.

El título de este artículo no hace referencia sólo a una guerra que parece no terminar nunca –la del fundamentalismo islámico contra las democracias occidentales–, sino a la falta de finalidad por parte de los distintos componentes del bando de los cultores de la muerte: Hamás, Al Qaeda, Hezbolá, Yihad Islámica y otras tantas siglas o nombres que definen las mismas ideas y metodologías.
Terroristas de Hamás, en una imagen de archivo.
No hay fines. No hay objetivos. Al menos, no fines u objetivos que podamos descifrar con nuestra lógica. Es cierto que hay una tendencia, un impulso, tan pueril como literal: dominar el mundo. Hamás, Al Qaeda, Hezbolá declaman y actúan para someter el planeta a un régimen totalitario, represivo, fundamentalista islámico. Pero, en su recorrido hacia este sueño con tintes mágicos, a esta verdadera fantasía sangrienta, sus pasos son difíciles de reconocer. ¿Por qué actúan como actúan?

En estos días, el presidente de Israel, Simón Peres, un hombre que ha liderado el espectro más concesivo y pacifista del arco político israelí, el arquitecto de los acuerdos de Oslo, ha reconocido que no sabe por qué Hamás dispara misiles contra Israel desde la retirada de Gaza (2005). ¿Por qué nos disparan?, se pregunta Peres. Israel abandonó Gaza –con múltiples dificultades internas, batallando incruentamente contra sus propios ciudadanos disidentes–, y se disponía a seguir un plan de retiradas y permitir, por primera vez en la historia del Medio Oriente, la creación de un Estado palestino. ¿Por qué Hamás atenta contra esa dinámica?

El pasado 28 de diciembre un terrorista suicida que conducía una moto-bomba se hizo estallar en la ciudad de Mosul, 400 kilómetros al norte de Bagdad. Habitualmente, los terroristas suicidas iraquíes, partidarios de Al Qaeda o de cualquier otro grupo de fundamentalistas islámicos, suelen matar civiles iraquíes sin ton ni son: en mezquitas, mercados, calles especialmente pobladas. La prensa occidental suele culpar a Estados Unidos por estos crímenes, sin preguntarse mucho más al respecto y dando rápidamente vuelta a la página. Pero este atentado en particular, el del 28 de diciembre en Mosul, que se cobró la vida de al menos tres personas e hirió al menos a otras veinte, destaca por una singularidad estrafalaria: fue ejecutado en una manifestación antiisraelí.

El suicida-homicida atentó contra integrantes de una manifestación en contra de Israel con motivo de la incursión aérea israelí en Gaza. Mientras los diarios informaron de que el atentado tuvo como blanco al líder del Partido Islámico Iraquí –uno de los convocantes de la manifestación–, no logré encontrar información respecto a la identidad del suicida-homicida. (Sospecho que, al tratarse de un atentado tan bizarro, tan difícil de utilizar para culpabilizar a Bush, los diarios occidentales pasaron aún con más rapidez la página). Pero... ¿por qué atentó contra quienes se manifestaban contra Israel? Por la metodología y el país, es evidente que se trataba de un integrante de algún grupo filosóficamente allegado a Al Qaeda, Hamás o Hezbolá, y que competía contra rivales del mismo signo filosófico, aunque con objetivos políticos temporalmente disímiles.

Eso, en caso de que uno quiera hacer una lectura racional del crimen. Pero cabe la posibilidad de que matar ya se haya transformado para muchos de estos criminales en un vicio indetenible, en una adicción sin ton ni son. Y que el homicida-suicida simplemente haya aprovechado la ocasión porque vio gente reunida. Es una hipótesis que podríamos considerar.

Los alcohólicos y drogadictos que sólo se destruyen a sí mismos no violan ninguna ley, ni cometen, en mi opinión, ningún pecado. Son merecedores de comprensión y, si lo permiten, de ayuda. Pero también hay alcohólicos y drogadictos a los que la sustancia de su obsesión pone violentos y atacan al prójimo, ya sea descontrolados por efecto de la sustancia o para conseguirla.

La adicción al suicidio-homicidio no dispone de primera opción. Nunca puede ser privada. Necesita de público para ser. Estos adictos necesitan a quién matar. Preferentemente los judíos. Pero en Irak no hay judíos. Luego, los occidentales. Pero en Irak los occidentales suelen ser soldados americanos o estar protegidos por soldados americanos, lo cual dificulta su matanza. Luego, los civiles, sin atender a su posición política o social. Pero no siempre se los encuentra en grupo. Finalmente, pueden matar incluso a iraquíes antiisraelíes, sencillamente porque en ese momento eran fáciles de matar.

Es probable que Hamás esté lanzando cohetes, desde la retirada israelí de 2005 hasta hoy, simplemente porque le resulta sencillo hacerlo. Las muertes de israelíes y palestinos, la guerra, el caos, el padecimiento, no entran en su ecuación: les resulta sencillo lanzar misiles Kassam incluso en medio de una incursión aérea y terrestre de Israel; y entonces los lanzan. Bastaría con que dejasen de lanzarlos para detener la guerra, pero no pueden parar.

Nizar Rayan.El día 2 de enero, el líder terrorista palestino Nizar Rayan, autoridad militar del grupo Hamás, fue ultimado por las Fuerzas de Defensa de Israel. Nizar Rayan fue el organizador de varios de atentados kamikazes que acabaron con la vida de civiles israelíes. Al momento de ser alcanzado por el fuego israelí –se trató de un bombardeo–, Nizar Rayan se hallaba en compañía de sus cuatro esposas y de otros tantos hijos. La pregunta que surge en una mente racional es: ¿por qué un terrorista al mando de los atentados kamikazes aguarda a sus enemigos jurados en compañía de sus esposas e hijos? Si los militares israelíes concurrieran a esta incursión sobre Gaza en compañía de sus esposas e hijos pequeños, la muerte de los mismos ya no sería culpa de los terroristas de Hamás, sino de los propios militares israelíes. Si en Israel, en lugar de llevar a los niños a los refugios y protegerlos con soldados, sucediera que los soldados se escondieran en los refugios y las labores defensivas quedaran en manos de niños, la muerte de éstos sería básicamente responsabilidad del propio Israel.

¿Por qué Rayan no pensó en salvar la vida de sus cuatro esposas, la vida de sus hijos? ¿Por qué planteó el campo de batalla en su propia casa? Posiblemente fuera la suya la misma lógica que la del suicida-homicida del atentado de Mosul: le resultaba más sencillo que seguir las leyes menos malas de la guerra. Hay un elemento, en el adicto al suicidio-homicidio, de lenidad, de desidia.

En estos días he leído y escuchado a decenas de periodistas manifestar su espanto –muchas veces recurren al término náuseas– por la acción defensiva del ejército de Israel. A mí lo que me causa espanto es la complicidad de los adultos de Hamás en la muerte de niños palestinos. La táctica de poner bombas en Israel para luego refugiarse entre cuatro esposas.

La guerra es horrible, pero la recurrencia a la propia familia como escudo humano es inadmisible. Sé que muchas personas, antes del violento final de su vida, se horrorizarían al saber que Nizar Rayan vivía con cuatro esposas (aunque no leí un solo artículo condenatorio previo); pero a mí lo que me horroriza es que, luego de matar a niños y mujeres en las calles de Israel, usase a esas cuatro esposas y a sus propios hijos como escudo. Contra esa lógica lucha Israel. Primero, en estos días terribles, con la lógica terrible de la guerra. Pero siempre, desde su fundación hasta hoy, con la esperanza inagotable de llegar un día a la lógica de la paz: un Estado palestino seguro junto a un Israel seguro.
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