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OCCIDENTE, EN PELIGRO

La guerra por la civilización

¿Estamos ganando la guerra contra el terror, o, más precisamente, contra la ideología de culto a la muerte, de odio extremo, que emplea como arma el terror? América, Gran Bretaña e Israel han comprometido cifras significativas de dinero a combatirlo militarmente y garantizar la seguridad civil.

¿Estamos ganando la guerra contra el terror, o, más precisamente, contra la ideología de culto a la muerte, de odio extremo, que emplea como arma el terror? América, Gran Bretaña e Israel han comprometido cifras significativas de dinero a combatirlo militarmente y garantizar la seguridad civil.
Sin embargo, hemos de librar otra guerra muy activa; una en la que, en última instancia, tendremos que decidir si la civilización occidental vive o muere. Esta es la guerra que no estamos ganando; algunos sostienen que es una guerra en la que ni siquiera hemos empezado a luchar.
 
Hablo de la Guerra Cultural, la que debe librarse para hacer frente a la campaña de mentira y propaganda que los islamistas y los estalinistas occidentales han emprendido contra Occidente, empezando por Israel, desde hace, y esto es discutible, 40 ó 70 años.
 
La Guerra Cultural es una guerra muy caliente: no hay prisioneros ni clemencia. Y ahora hay sanciones por intentar decir la verdad sobre el peligro de la yihad o la naturaleza patológica y bárbara del islam militante.
 
De hecho, si usted intenta debatir acerca del apartheid islámico en materia de religión y género, y de su peligrosa proliferación en Europa y Norteamérica (por ejemplo, ha habido crímenes de honor en Cincinnati, San Luis, Chicago, Jersey City y Toronto, así como en Europa y el mundo musulmán), esto es lo que le ocurrirá: si dice estas verdades en el mundo árabe y musulmán, podría ser decapitado; probablemente, torturado; ciertamente, encarcelado; o exiliado, si tiene suerte. Muchos disidentes musulmanes y cristianos han sufrido este destino. Ya no quedan judíos allí, puesto que el Califato Islamista convirtió en Judenrein [libre de judíos] todo el Oriente Medio árabe.
 
Mural homenaje a Theo Van Gogh en el lugar en que fue asesinado por un fundamentalista islámico.Si lo intenta decir Europa, puede ser despedazado, como Theo Von Gogh, o simplemente encarcelado, amenazado o vigilado; forzado a esconderse; o asesinado por honor, como tantas mujeres y niñas musulmanas.
 
Intente hablar de la tragedia moral que representa Naciones Unidas, o la aún mayor que ha llegado a representar, objetivamente, la palabra "Palestina", en los campus europeos y norteamericanos; o en los medios, cada vez más dominados por la izquierda progresista. Puede que no sea asesinado en directo, pero será difamado y tachado de "racista" y "fascista". A mí me han llamado ambas cosas.
 
Si usted es un intelectual norteamericano, puede que no sea encarcelado o decapitado, pero será interrumpido, ridiculizado y evitado. Puede que necesite seguridad para poder dar conferencias. Si eres feminista, ya no serás tomada en serio como intelectual ni serás "escuchada".
 
Denuncie la intifada permanente contra la civilización occidental y contra los judíos, y será demandado y llevado al exilio, como Oriana Fallaci; o será demandado y se le prohibirá viajar a determinados países, como Rachel Ehrenfeld. Le demandarán y será silenciado en todos aquellos lugares donde una vez se le publicaba, incluso adoraba. Atrévase a decir que el tirano torturador y genocida Sadam Husein está siendo juzgado hoy debido únicamente al sacrificio de América y de Irak, y a su notable concepción de la democracia, y será llamado reaccionario, embustero, loco y, lo peor de todo, conservador.

Tanto izquierdistas occidentales como islamistas blanden en esta guerra numerosas armas contra América e Israel. La primera es el uso sistemáticamente erróneo del lenguaje. Los diarios importantes de izquierda hablan de "insurgentes", no de "terroristas"; a quienes describen como "mártires", no como "asesinos", y como "luchadores de la libertad", no como "hombres perversos que han recibido educación".
 
Los manifestantes antiamericanos y antiisraelíes, que clara y visiblemente repletos de odio e ira, son descritos como "activistas de la paz". El antisemitismo es legitimado, mientras que la menor crítica al islam es prohibida por mor del rechazo a la "islamofobia". Decir la verdad se ha convertido en una ofensa no amparada por las doctrinas de la libertad de expresión, que, en cambio, protegen el contar mentiras.
 
Una vez estuve cautiva en Kabul, Afganistán. Experimenté, de primera mano, cómo es la vida en un país musulmán, uno que nunca ha sido colonizado por Occidente. Aprendí que hacer romanticismo sobre los países del Tercer Mundo es tan demente como peligroso. Y aprendí de primera mano que el mal y el barbarismo existen a priori, y que no están causados por el imperialismo o el colonialismo occidentales, o por la "entidad sionista". Allí es donde aprendí, también, a rechazar la doctrina del multiculturalismo, que enseña que todas las culturas son iguales. Esto lleva al aislacionismo y al antiintervencionismo, y a condenar a millones de civiles a la tortura, el terror y el genocidio islamistas.
 
Aunque un reducido grupo activistas y periodistas dieron la voz de alarma, cuando América invadió Afganistán todos ellos, agentes del Partido Demócrata, se opusieron de inmediato al derrocamiento militar de los talibanes. ¿Por qué? Porque, aparentemente, no se tuvo a las mujeres en mente cuando se emprendió la expedición. Es como si pensasen que el terrorismo de Ben Laden no mata igualmente a las mujeres.
 
George W. Bush y Condoleezza Rice.Responsabilizo a la Academia occidental, feministas incluidas, que ha sido completamente palestinizada, de no denunciar y condenar las realidades del apartheid islámico de género. Conozco a licenciadas feministas que están ocupadas "deconstruyendo" el velo, la poligamia y los matrimonios concertados como posibles expresiones del poder feminista o de la mujer (expresiones no muy distintas, en este sentido, del bikini). Nadie ha felicitado al presidente Bush por su excelente elección de Condoleezza Rice como secretario de Estado, y nadie le ha concedido el menor crédito por sus discursos en pro de la mujer, los derechos humanos e Israel.
 
El número de mentiras que se cuentan en la Academia occidental y entre los activistas occidentales es increíble. He aquí una: Mahoma era realmente estupendo con las mujeres, especialmente con una, Safiya bint Huyay, con la que se casó a pesar de que era judía. Sí. Pero antes decapitó a su padre y a su marido, y exterminó a toda su aldea. Y después forzó a la pobre Safiya a convertirse al Islam antes de casarse. Esta campaña de desinformación me deja sin habla.
 
Nuestra propia comunidad –nuestros profesores– son tan políticamente correctos y tan multiculturalmente relativistas que rechazan calificar como bárbaro el acto de apedrear a una mujer hasta morir porque fue violada o rehusó casarse con su primo mayor. Tampoco denunciarán como bárbaros el sometimiento de las mujeres a la mutilación genital o la violación en grupo y en público. Tampoco los presentadores de los medios americanos que lo mostraron calificaron como bárbaro el linchamiento de dos reservistas israelíes en Ramala, en el año 2000.
 
La élite intelectual tampoco describió como bárbaro lo que se nos hizo el 11 de Septiembre. De hecho, sé de intelectuales americanos y europeos que están convencidos de que América e Israel son los mayores bárbaros de todos, y de que nos merecíamos el 11S. Según los islamistas, y los periodistas y académicos occidentales, Ben Laden no es un "islamofascista". Para ellos, los "fascistas nazis" son el presidente George W. Bush y el primer ministro Ariel Sharón.
 
Y después está la enorme industria dedicada a grabar y filmar matanzas con fines propagandísticos, con financiación y distribución palestina, de la Liga Árabe y de Naciones Unidas, y que incluyen falsos intercambios de fuego y la muerte simulada de niños palestinos a manos israelíes y judías. Nuestros oponentes islamistas emiten esta propaganda en todo el mundo de manera incesante.
 
Como propagandistas, son mucho más sofisticados que Goebbels, y mucho más pacientes. No podemos permitirnos subestimar la destreza con que cuentan grandes mentiras. Los islamistas comprendieron que si financiaban madrasas en Oriente e institutos de Oriente Medio en Occidente –así como la total palestinización de Naciones Unidas y de todo grupo internacional de derechos humanos–, en cuestión de 30 ó 50 años habrían lavado el cerebro a varias generaciones, para que vieran las cosas a su manera.
 
El Islam es sagrado, no puede ser insultado. Los desaires imaginarios son tan importantes como los reales. Las mentiras tienen tanto peso como la verdad. Si las fuerzas militares norteamericanas tiraron el Corán por el retrete o no, no importa. Lo que importa es que los musulmanes pensaron que lo hicieron. No hay penitencia suficiente para saldar ese crimen.
 
A millones de personas se les ha lavado el cerebro sistemáticamente contra América, Israel, los judíos, las mujeres; contra el concepto occidental de verdad, objetividad, sinceridad y pensamiento independiente. Todo está bajo asedio.
 
Tenemos en nuestro entorno una importante quinta columna, que ha hecho causa común con los islamistas y que ha sido abundantemente financiada por multimillonarios árabes del petróleo durante más de 40 años. Y por George Soros. Una quinta columna que, por un amplio abanico de razones, está a la cabeza de la guerra cultural contra Occidente. Son tontos, pero peligrosos. ¿Piensan que están a salvo por ser tan políticamente correctos? ¿Creen que disfrutarán de la misma libertad de expresión en La Meca o Teherán de la que disfrutan en Occidente?
 
¿Qué debemos para hacer frente a la amenaza tiránica? Rescatar el lenguaje. Éste tiene que apoyar alguna relación entre verdad y moralidad. No todo es relativo. No todo es Rashomon [1].
 
No debemos permitir que nuestros medios y académicos continúen insistiendo en que el Islam no es el problema, o que si lo es no puede decirse, para que no se nos tenga por racistas. Tenemos que enseñar la historia de la yihad contra los infieles, y la historia de cómo eran tratados los infieles (judíos, cristianos, hindúes, budistas, zoroástricos, etcétera) bajo el Islam. Tenemos que insistir en que la crítica a América e Israel sea equilibrada, y no patológica, obsesiva y sectaria, como ahora. Tenemos que insistir en el civismo en el discurso público, que debemos modelar para las generaciones venideras.
 
Debemos financiar un esfuerzo colectivo por combatir la demonización y las mentiras vulgares, la propaganda contra nosotros que ha lavado el cerebro de incontables generaciones.
 
Necesitamos un esfuerzo táctico para contrarrestar las grandes mentiras. Necesitamos que los canales de radio y televisión internacionales eduquen a la gente. Necesitamos enseñar tolerancia y diversidad intelectual.
 
Este país ha alumbrado dos oleadas significativas de feminismo. Ahora tenemos que globalizar esa visión feminista. Necesitamos que nuestra política exterior contenga provisiones serias acerca de los derechos de la mujer en el extranjero. De otro modo, la democracia no evolucionará ni florecerá en los países musulmanes.
 
A mi juicio, todo está en peligro. Estamos es un momento en el que todos tenemos que ser héroes. Hemos de levantarnos contra el mal en nuestra vida. Debemos  reconocer que el terrorismo islamista es perverso y no tiene justificación. Tenemos que enseñar esto a nuestros hijos. Tenemos que apoyar a los disidentes árabes y musulmanes en su lucha contra la tiranía islámica y el apartheid de género.
 
Podemos hacerlo. Debemos hacerlo. Si no, moriremos; y nuestra historia y nuestros valores, y nuestro estilo de vida, morirán con nosotros. Si fracasamos, traicionaremos todo aquello en lo que creemos como gente libre.
 
 
Phyllis Chesler, psiquiatra. Autora de trece libros, entre los que se cuentan el reciente The death of feminism: what's next in the struggle for women's freedom y The new anti-semitism: the current crisis and waht we must do about it.


[1] 'Rashōmon' es un relato corto de Akutagawa Ryūnosuke que llevó al cine Akira Kurosawa. En él se narra la violación y asesinato de una mujer desde cuatro puntos de vista distintos, de modo que al final es imposible saber lo que realmente sucedió. La obra aborda los límites del relativismo intelectual, así como sus consecuencias.
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