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SOBRE SU ÚLTIMA CINTA FAHRENHEIT 9/11

La fiebre manipuladora de Michael Moore

Michael Moore no decepciona. Quienes vieron en su momento Bowling for Columbine saben de la medida en que este hombre es capaz de manipular al espectador. Vuelve a la carga con Fahrenheit 9/11, un libelo destinado a sostener con mentiras, manipulaciones, ocultamientos, una absurda teoría conspirativa tras el 11 de septiembre en la que estaría no otro que George W. Bush.

Michael Moore no decepciona. Quienes vieron en su momento Bowling for Columbine saben de la medida en que este hombre es capaz de manipular al espectador. Vuelve a la carga con Fahrenheit 9/11, un libelo destinado a sostener con mentiras, manipulaciones, ocultamientos, una absurda teoría conspirativa tras el 11 de septiembre en la que estaría no otro que George W. Bush.
¿Cómo puede haber inexactitudes en una comedia?
Michael Moore, CNN, 12 de abril de 2002
 
El objetivo de la cinta es conseguir echar del poder al actual Presidente, como ha declarado en más de una ocasión el comediante. Y está seguro de su éxito, ya que considera que los estadounidenses "son posiblemente la gente más tonta del planeta. Nuestra estupidez es vergonzosa". Con esa idea es lógico que recurra a las manipulaciones más burdas, en confianza de que serán admitidas por un público estólido y manejable. En parte no le ha faltado razón, y es previsible que el éxito le acompañe también en España, donde se ha estrenado un mes más tarde que en su país.
 
En realidad sólo algunas de las manipulaciones de Moore son burdas. Pero el número de ellas es tan alto, que exponerlas en un sólo artículo se hace prácticamente imposible y resultaría muy aburrido. La tesis de Moore sería la siguiente. George W. Bush, que llegó al poder ilegítimamente tras unas elecciones manipuladas, tenía numerosos lazos con la familia ben Laden y que nunca habría roto del todo los lazos con Osama. Bush padre, así como el vicepresidente Cheney ,se beneficiarían del aumento de gasto militar tras el ataque terrorista e irían colocando a presidentes marioneta sucesivamente en Afganistán e Irak. Este último un país "soberano" que "nunca ha atacado a ningún estadounidense", y en el que vivía una pacífica, feliz, despreocupada población antes de que los intereses del presidente y su camarilla le indicaran la conveniencia de atacarlo. Para sostener esta teoría conspiranoica Moore recurre a varias mentiras y manipulaciones.
 
Una de las afirmaciones más chocantes de la cinta es que tras el atentado contra las Torres Gemelas el Gobierno de Washington permitió la salida de 142 saudíes en jets privados antes de que se le permitiera a ningún otro americano, entre ellos a 24 miembros de la familia ben Laden. El Informe de la Comisión del 11 de septiembre ha dejado claro que 26 miembros de esa familia abandonaron el país el 20 de septiembre, después de que se hubiera abierto el espacio aéreo comercial, y no antes. En contra de lo afirmado por la película, el FBI interrogó a 22 de los 26 y de todos se investigaron los datos que tiene el Estado sobre su situación legal y antecedentes. Como todo estaba en regla, ninguno había tenido relación reciente con Osama y los Estados Unidos sigue siendo un país libre, lo abandonaron sin problema. Por lo que se refiere a los 142 saudíes, la Comisión del 11 de septiembre no encontró relación ninguna ni con el terrorismo ni con la Casa Blanca. Nada que el espectador sepa por la película. Nada que le importe a Moore.
 
Para cimentar la idea de que Bush no es más que una marioneta en manos saudíes, Moore afirma que los ben Laden invirtieron en la empresa del ahora presidente, Arbusto, por medio del testaferro James R. Bath. Falso. Bath invirtió su propio dinero, y no lo hicieron los saudíes. Pero Moore vuelve al asalto diciendo que 1.400 millones de origen saudí se invirtieron en el Grupo Carlyle, participada por la familia ben Laden en el que George padre trabajaba de consejero. Carlyle "invierte en industrias muy reguladas por el gobierno, como las telecomunicaciones, la sanidad y particularmente la defensa", dice la película, y ya sabemos que la regulación es un foco de corrupción, precisamente lo que sugiere Moore. Los hechos son más complicados que todo esto. El 90% de esa cantidad, 1.180 millones de dólares, los ha sacado de un contrato de la compañía BDM, propiedad del grupo Carlyle. Pero Carlyle vendió la empresa a otro grupo antes de que Bush padre pasara a formar parte del consejo asesor del grupo. Bush padre nunca tuvo ninguna relación con BDM. Por otro lado, la relación entre el primer Bush presidente de los Estados Unidos y el Grupo Carlyle es la misma que tienen otros demócratas americanos con esta corporación, así como con otras. La administración de Bush hijo canceló los obuses autropropulsados Crusader, una de los pocos recortes en materia de gasto militar decididos por W., lo que le supuso un enorme revés económico precisamente para el grupo Carlyle. Por último, en el mismo grupo empresarial invierte, entre otros, George Soros, un declarado enemigo de la familia Bush.
 
Por otro lado, hay que prestar atención a lo que no se dice en la película. Si tanto poder de influencia tiene los saudíes en las decisiones de Bush, ¿cómo es posible que éste haya seguido una política en ocasiones diametralmente opuesta a los intereses saudíes? Según Moore, George W. Bush es una marioneta de estos, pero sin embargo decidió acabar con el régimen talibán en Kabul, clon del de Riyad, así como con Irak. Lo último que le conviene a la interesadísima oligarquía saudí es la recuperación de la producción de petróleo de Irak, mermada bajo el régimen de Sadam. Para ser un esclavo de los intereses saudíes, George W. Bush ha mostrado bastante independencia.
 
Un nuevo esfuerzo de Moore le lleva ahora a relacionar a Bush nada menos que con los talibanes. Éstos visitaron Tejas cuando él era Gobernador para contratar los servicios de una empresa que construyera un gaseoducto que transportara gas natural desde el mar Caspio, Uncoal, que a su vez contrataría para la perforación en el ese mar a Halliburton, presidida por Dick Cheney. Otro de los beneficiados por la construcción del gaseoducto sería Kenneth Lay, "primer contribuyente a la campaña de Bush". Moore añade que el elegido como primer presidente del Afganistán post talibán es Hamid Karzai, anterior consejero de la compañía Uncoal. Lo que no cuenta Moore es que Uncoal, si bien estuvo estudiando esa posibilidad a mediados de los 90’, la descartó definitivamente en 1998, aún con Bill Clinton en el poder. Y que si bien el nuevo gobierno retomó el proyecto abandonado por Uncoal, de este se encargó una compañía diferente. Bush nunca se reunió con los talibanes ni tuvo relación alguna con ellos, no les dio la bienvenida y condenó su relación con Osama ben Laden.
 
Irak no es, en la película de Moore, un país regido por un genocida. Las imágenes muestran un país pacífico, donde los niños juegan alegre y despreocupadamente en la calle, la gente se casa, camina plácidamente por la ciudad. No hace mención a los 30 años de dictadura genocida, sino que en este momento es un país "soberano", que nunca ha atacado a los Estados Unidos. No es que Moore no haga mención del sangriento Sadam. Pero para hacer mención de los crímenes del iraquí espera al momento en que cuenta del apoyo de los Estados Unidos al régimen, al que apoya frente al régimen teocrático del Ayalotá Jomeini del que, de todos modos, Moore no hace referencia, no vaya a ser que el espectador pudiera albergar una duda razonable sobre la política exterior estadounidense en este punto. Pero volviendo al Irak idílico anterior a la segunda guerra del Golfo, Moore dice que el régimen no mató o amenazó a ningún americano. Sólo una de las varias mentiras de la cinta, ya que Irak era refugio no sólo de inocentes niños que juegan en la calle, sino de terroristas como Abu Nidal, Abu Mussab Al-Zarqawi, o el terrorista que construyó la bomba que estalló en el World Trade Center en 1993, aparte de financiar terroristas palestinos suicidas. La invasión de Irak resultó, entre otras cosas, en el secuestro de numerosos occidentales. Sadam estuvo negociando en la primavera de 2003 en negociaciones secretas en Siria la compra del sistema de misiles y de producción de los mismos a Corea del Norte. Por supuesto, ni una sola palabra sobre las mejoras en Irak desde que Sadam Husein fue echado del poder.
 
Como guinda de hasta dónde puede llegar la manipulación del espectador, para hacer ver que la Administración Bush unió falsamente al genocida iraquí con el grupo Al-Qaeda, pone un corte en el que Condi Rice dice: Oh, de hecho hay una relación entre Irak y lo que ocurrió el 11 de septiembre. Pero Moore, el as de la edición, corta antes de que Condoleezza explique a qué se refiere: Oh, de hecho hay una relación entre Irak y lo que ocurrió el 11 de septiembre. No es que Sadam Husein mismo o su régimen estuviera implicado de alguna manera en el 11 de septiembre, pero si piensas en lo que causó el 11 de septiembre, es el crecimiento de las ideologías del odio lo que llevó a la gente a dirigir aviones a los edificios de Nueva York. Lo que dijo C. Rice, y lo que le hace decir Michael Moore es antitético. Pero alimenta la ideología del odio, que es lo que quiere el propio Moore.
 
Lo sorprendente de Michel Moore no son ya sus manipulaciones, sino su éxito. El que centenares de miles de personas salgan de las salas encantadas por haber sido mentidas durante dos horas es un misterio al que he renunciado a encontrar explicación. Moore no apela a la realidad, ni a la lógica, ya que hace acusaciones mutuamente incompatibles, con la ventaja de que Bush no tiene así escapatoria. Apela a los sentimientos. De hecho, como ha apuntado brillantemente Andrew Sullivan, la cinta recuerda a una de las sesiones de odio orwellianas, en la que George W. Bush haría aquí el papel de Goldstein. En una sociedad que dice buscar la verdad y que se ve como crítica de los mensajes de los medios de comunicación, estamos ante un fenómeno anómalo del que los historiadores hablarán con extrañeza.
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