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DRAGONES Y MAZMORRAS

La feria de la intolerancia

Las ferias del libro son acontecimientos, generalmente al aire libre, que requieren buen tiempo ma non troppo, por eso nunca entenderé que la reina de las ferias, la de Madrid, se celebre durante la primera oleada de calor del año.

Sin duda han preferido esa condición meteorológica a la lluvia, huésped bastante más inoportuno para una mercancía tan delicada, aunque mucho más refrescante. La temporada, a nivel nacional, quedó inaugurada a primeros de mes por la Feria del Libro de Valladolid, que este año celebraba su 36 edición, así como el II Encuentro del Libro de Castilla y León, que supongo será un invento más para que los escritores nos movamos de una autonomía a otra con total impunidad. Si omito la del Libro de Ocasión del paseo de Recoletos de Madrid (en la que por cierto me compré los dos libros de cocina de doña Emilia Pardo Bazán que me faltaban para tener, eso espero, sus obras completas) es porque se trata de dos órdenes de cosa muy diferentes cuyo análisis relego a momentos menos apurados, pero que están relacionados con algo que dijo José Jiménez Lozano en su pregón (de la Feria de Valladolid) y que los periódicos destacaron como si fuera un insulto, cuando no era más que una mera constatación: que dentro de dos generaciones, la literatura de calidad será incomprensible e ilegible, lo que viene a coincidir con aquello que decía Flaubert de que “lo peor del presente es el futuro”.

La Feria del Libro de Madrid, a la hora en que escribo esta crónica, está todavía por concluir pero sigue el curso previsto, insolación incluida, cada vez más puntera y más abigarrada. No analizaré, pues, cifras de ventas (o volumen de negocio, como se quiera) por no tenerlas finales, luego exactas, pero hay muchas razones para creer que son buenas, a pesar de los lamentos de los vendedores, que para eso se arriesgan. Nada diré tampoco de las firmas de libros, porque es un ritual sin otro objetivo que el de poner a prueba la paciencia y la humildad de los autores que, en general, no se comen una rosca, salvo los monstruos de feria (que me perdonen la “metáfora”, pero nunca es más exacto este término) que, como Antonio Gala, traen cola incluso de personas que no les han leído, ni piensan hacerlo, pero que no se quieren perder su “careto”. “¡Si no tiene ni una arruga!, se admiraba una señora que se abanicaba con el folleto de las Tres Culturas, “¡Parece un santito!, añadía, como si en el fondo pensara que esa cara incorrupta era un verdadero milagro, que sin duda lo es. El caso es que el Retiro se parece cada vez más a una feria medieval, sobre todo este año en que el mot d’ordre es, precisamente, el de un hipotético Encuentro de las Tres Culturas.

Organizado por la Feria del Libro de Madrid y la Fundación Tres Culturas, dicho encuentro ha querido claramente enaltecer la única cultura que realmente parece interesarles: la islámica. Como parecía muy descarado dedicarles toda la Feria han simulado un interés por las otras dos que se ha evidenciado, a todas luces, falso y de relumbrón. Por ejemplo, el cristianismo brilla por su ausencia, y el judaísmo tiene una representación comparativamente muy inferior a la del islamismo (a pesar del esfuerzo llevado a cabo por la Comunidad Judía de Madrid) que está siendo, descaradamente, el guapo de la casa. Por ejemplo: en la carpa de la Fundación Tres Culturas hay una única exposición que dura toda la Feria, titulada El espacio de las palabras, con fotografías de la plaza de Xemáa-el-Fná (piensen que ha sido declarada por la UNESCO Patrimonio Oral de la Humanidad y entenderán la razón de tan enigmático título) de Marrakech, ciudad abigarrada, alucinante, única, sin duda, pero en la que no hay ni un cristiano ni un judío que llevarse a la boca, como no sea en plan turista, Juan Goytisolo incluido. Se me ocurren algunas ciudades bastante más representativas del “encuentro” (¿no debería decirse convivencia?) entre las tres culturas, pero que han sido excluidas, supongo, por no ser políticamente correctas, o sea, árabes; por eso considero todo lo aquí expuesto muy emblemático de lo que entienden por “tolerancia” los organizadores, palabra que significa, según yo lo veo, respetar al otro en su integridad sin intentar ni borrarlo ni imponerlo. O sea, lo contrario de lo que se está haciendo aquí.


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