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Los años fatídicos

A pesar del rechazo de la mayoría de los historiadores a los futuribles, pocos resisten la tentación de preguntarse qué habría pasado si las circunstancias que rodean un hecho determinado hubieran sido diferentes. Para el caso español, dos son los interrogantes que subyacen a las investigaciones sobre el periodo 1936-1945: ¿quién habría ganado la Guerra Civil si Francia y Gran Bretaña hubieran intervenido? ¿Qué habría sido del franquismo si España hubiera seguido los pasos de Mussolini?

Es difícil pensar que Stanley G. Payne no tuviera estas dos cuestiones en mente a la hora de escribir Franco y Hitler, un estado de la cuestión de las relaciones entre España y Alemania durante la contienda mundial que tiene por objetivo explicar los motivos que llevaron a Franco a pasar del apoyo explícito al Eje, en los primeros dos años del conflicto, a un intento desesperado de presentarse ante los Aliados como un garante de la paz, a partir de 1944, con el fin de evitar el tan temido aislamiento a que finalmente fue sometido su régimen.

Finalizada la Guerra Civil, que Franco ganó en buena medida gracias a su pericia a la hora de unir a las diferentes fuerzas que le apoyaron y a que adoptó un estilo autoritario y semifascista, España se encuentra con una Europa a punto de entrar de nuevo en guerra. Cuando ésta finalmente se desata, Franco y su ministro de Asuntos Exteriores, Ramón Serrano Súñer, se decantaron por las grandes oportunidades que el triunfo de Hitler podría brindar a la reconstrucción de la maltrecha economía española y a la consolidación del régimen autoritario que comandaban, cuya debilidad provenía de los enfrentamientos entre falangistas revolucionarios, militares y monárquicos. Además, Franco estaba en deuda con Alemania y, sobre todo, con Italia por la ayuda que le proporcionaron, en unas condiciones bastante generosas, durante la Guerra Civil, y había firmado el Pacto Anti-Comintern y un tratado de amistad con Alemania (no le fue posible, sin embargo, firmar un acuerdo cultural, debido a la oposición de la Iglesia), cuyo respaldo al bando nacional había sido una jugada política maestra.

Hitler consiguió usar la guerra española, un acontecimiento "más similar a las crisis posteriores a la Gran Guerra que a las de la Segunda Guerra Mundial", para mantener distraídas a Francia y a Gran Bretaña y alejarlas de la Unión Soviética, y de paso para asegurarse el suministro de una serie de minerales fundamentales para su industria militar. Payne desecha así la hipótesis de la Guerra Civil como antecedente de la mundial. A lo sumo, el conflicto en España sirvió para afianzar la idea de Hitler de que las democracias no responderían a una agresión global.

En este contexto, la no beligerancia española no fue sino la consecuencia lógica de las necesidades y anhelos del régimen franquista, independientemente de las diferencias entre éste y el totalitarismo nazi y la consternación que la invasión de Polonia causó a no pocos nacionales. Los objetivos de la cercanía de España al Eje fueron desde el principio claros: recuperación de Gibraltar, creación de un imperio en África y recepción de enormes cantidades de ayuda para aliviar las penosas condiciones materiales del país, empeoradas por una gestión económica ineficaz y poco realista. Toda la actividad diplomática de España en los años de la Segunda Guerra Mundial se orientó a la consecución de estos fines, sin que el Gobierno descartara, al menos hasta 1942, la entrada directa en el conflicto; aunque, como dijo Franco a Súñer, "no por gusto"... y una vez que la victoria del Eje estuviera clara.

Es precisamente a la refutación de las hipótesis sobre el pacifismo de Franco y su supuesto engaño a Hitler, difundidas a partir de los años 50 y cuyo máximo representante es el historiador Ricardo de la Cierva, que Payne dedica la mayor parte de su investigación. A este respecto, resulta llamativo que el autor no aluda directamente ni a esta línea de investigación ni a los que a lo largo de los años la han cultivado, pues es evidente que es con ellos que está en constante conversación en estas páginas. Hurtar al lector las fuentes de las hipótesis que se rebaten constituye una falta de rigor metodológico inaudita en alguien de la talla y la seriedad de Stanley Payne, inmune hasta la fecha a los vicios de buena parte de la historiografía española.

Sin embargo, tampoco participa el historiador norteamericano de las tesis defendidas, entre otros, por Alberto Reig Tapia, Enrique Moradiellos y Ángel Viñas, quienes se empeñan en pintar a un Franco ansioso por unirse a Alemania que tuvo que ser frenado por el propio Hitler. Más bien, Payne se inclina por seguir la línea de Javier Tussell, a quien dedica el libro, aunque hace mayor hincapié en la pluralidad de fuerzas dentro del franquismo y adelanta a 1943 la completa convicción de Franco de que España no entraría en la guerra, a pesar de los pronunciamientos aparentemente probélicos de ese mismo año.

Payne ofrece aquí, asimismo, unas descripción minuciosa del doble juego mantenido tanto por Franco como por Hitler. Así, el Gobierno español nunca perdió de vista el suministro de procedente de los Estados Unidos, y se esforzó por persuadir a Gran Bretaña de la conveniencia de no obstaculizar la entrada de mercancías en el país. A este respecto, el endurecimiento de la postura norteamericana en 1944 fue primordial a la hora de convencer a Franco de cortar amarras con Alemania en el último año de la guerra, y desde luego mucho más efectivo que la operación de sobornos a generales llevada a cabo desde la embajada británica en Madrid. Por lo que hace a Berlín, el Gobierno nazi siempre estuvo dispuesto a escuchar voces que ofrecieran alternativas más proalemanas, ya provinieran de la Falange (caso del general Muñoz Grandes) o de los sectores más conservadores del régimen, incluso de los monárquicos. El mismo príncipe Juan, hijo de Alfonso XIII, intentó en algún momento ganarse el favor alemán, aunque sin éxito, debido a las fundadas sospechas que sobre su anglofilia albergaban los agentes nazis en España, cuyas labores de inteligencia, por otro lado, no siempre fueron lo eficaces que cabía esperar: a menudo transmitieron la imagen de un Franco políticamente frágil, algo desmentido por los hechos, sobre todo a partir de 1943.

En conclusión, las relaciones entre Franco y Hitler fueron sinceras al principio, aunque los intereses de ambos: la necesidad del primero de recibir un pago adelantado por sus servicios a favor del Eje y la preocupación del segundo por no favorecer a España a costa de Francia y concentrar sus esfuerzos en la invasión de la URSS, fueron alejando paulatinamente la posibilidad de la entrada de nuestro país en la guerra. Con todo, no faltaron apoyos tanto económicos (exportación de minerales) como tácticos (espionaje, apoyo a los submarinos alemanes, sabotajes a los aliados en Gibraltar, por no mencionar a la División Azul) por parte de Franco hacia quien él consideraba la mejor garantía de la instauración de un nuevo orden anticomunista y antiliberal en Europa.

Incluso si el comportamiento de Franco no hubiera sido del todo honrado, lo cierto es que "entre 1940-1941 cualquier Gobierno de España, incluso uno izquierdista, habría tenido que hacer ciertas concesiones a la victoria Alemania nazi, al igual que lo hizo el Ejecutivo socialdemócrata sueco del momento", sostiene Payne. Ahora bien, que España optara en este periodo por una política más parecida a la de Stalin, como señala Tussell, es algo que dependió directamente de la voluntad del dictador y de quien entonces era su principal consejero.

Mención aparte merece el tratamiento de la actitud y el comportamiento españoles ante el Holocausto, sobre todo al final de la guerra. Payne destierra tanto la imagen de un Franco amigo de los judíos como el intento de algunos por acercar a España al papel de perpetrador, o asistente, del intento nazi de exterminio de los judíos de Europa. En este sentido, el autor subraya la permeabilidad de la frontera hispano-francesa, lo que permitió la huida de un alta número de judíos, así como los constantes titubeos del Gobierno, contrarrestados en parte por las iniciativas valientes y comprometidas de diplomáticos como el célebre Ángel Sanz Briz (en Budapest), quien contó con la ayuda del ex fascista italiano Perlasca, y Romero Radigales (en Atenas). Sin embargo, no hubo intento serio alguno por parte de las autoridades españolas para llevar a cabo una evacuación masiva de judíos, y se perdieron algunas oportunidades que podrían haber salvado la vida a muchas personas. Tampoco faltaron en las acciones españolas a favor de los judíos elementos de conveniencia, como la necesidad de lavar la imagen del país ante la opinión pública norteamericana, muy perjudicada por la eficaz labor de desprestigio llevada a cabo por los elementos más izquierdistas de la Administración Roosevelt.

En cuanto a la estructura y el estilo de la obra, nos encontramos ante una prosa fácil, ágil y en ciertos momentos brillante, poco amiga de la digresión y de la redundancia, vertida de forma impecable al español por Jesús Cuellar Menezo, traductor de numerosos textos de sociología y ciencia política. Además de por la elección de un traductor avezado y familiarizado con los conceptos manejados en el texto, algo por desgracia cada vez menos frecuente en España, cabe felicitar a La Esfera de los Libros por una edición cuidada que incluye tanto notas reproducidas en un tamaño que facilita su lectura como un útil índice onomástico.

Franco y Hitler es, en fin, una obra que no debería pasar inadvertida a los aficionados a la historia diplomática y a quienes estén interesados en el franquismo y deseen contar con textos desapasionados y movidos, sobre todo, por el afán de precisión, a pesar de las irregularidades metodológicas arriba apuntadas.

Stanley G. Payne, Franco y Hitler, La Esfera, Madrid, 2008, 480 páginas

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