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CURIOSIDADES DE LA CIENCIA

La esencia del ser humano

A nivel genético, los primeros individuos de la especie humana, que vulgarmente son conocidos como cromañones, se parecen a nosotros como dos gotas de agua.

El estudio de los huesos fósiles había permitido establecer a los antropólogos las estrechas semejanzas físicas entre nosotros y nuestros abuelos que vivieron hace 200.000 años. De hecho, si a un cromañón se le enfundara en un traje de Armani y se le impartieran unas clases de civismo podría pasar desapercibido en una reunión de ejecutivos, siempre que permaneciese callado. Ahora, la ciencia revela que el parecido sobrepasa la anatomía para alcanzar el nivel más íntimo de la esencia humana, esto es, la molécula de la herencia, el ADN.

En el último número de la revista estadounidense Proceedings of the National Academy of Sciencies (PNAS), un equipo internacional de científicos en el que participan los españoles Carles Lalueza-Fox, del Departamento de Biología Animal de la Universidad de Barcelona, y Jaume Bertranpetit, del Departamento de Ciencias Experimentales y de la Salud, en la Universidad Pompeu Fabra, informa de que ha aislado y secuenciado por primera vez el ADN de un cromañón (Homo sapiens sapiens). El material genético, que se corresponde con fragmentos de ADN mitocondrial (el ADN que se aloja en la mitocondria, una estructura celular con forma de cacahuete que hace las veces de central energética celular) fue aislado de una pareja de esqueletos hallada en la cueva de Paglicci, en el sur de Italia. Los fósiles corresponden a una mujer adulta y un hombre joven que vivieron hace entre 23.000 y 25.000 años, respectivamente. Los resultados de la lectura del genoma “fósil” son esclarecedores.

En palabras de los autores, los cromañones de Paglicci eran genéticamente idénticos a nosotros y, por el contrario, diferentes a los neandertales, una humanidad paralela que fue borrada de la faz de la Tierra de un plumazo hace unos 30.000 años. Esto es así a pesar de que los cromañones italianos están más próximos cronológicamente hablando de los neandertales que del hombre actual; 5.000 años separan a los cromañones de Paglicci del último hombre de Neandertal.

Los nuevos datos genéticos permiten aseverar que existe una clara discontinuidad, tanto genética como morfológica, entre los fornidos neandertales, los cromañones y nosotros. Por otro lado, el estudio que publica PNAS hace que la balanza de la evolución humana se incline del lado de los defensores de la llamada Out of Africa, que postula una sustitución demográfica entre los neandertales y los cromañones y, por ende, un aislamiento genético entre las dos especies. Según esta teoría, hace al menos 50.000 años el Homo sapiens salió de África y se extendió por Eurasia. Los resultados desacreditan la explicación alternativa, conocida como modelo multirregional, que sostiene la continuidad evolutiva de las poblaciones humanas durante el último millón de años. Sus mentores, de hecho, vinculan las diferencias raciales con un origen separado del hombre moderno: el Homo erectus habría dado origen a las poblaciones mongoloides (raza amarilla), los neandertales serían antepasados de las poblaciones caucásicas (raza blanca) y los fósiles africanos contemporáneos serían los antepasados de las poblaciones de raza negra. El carácter único de nuestra especie se habría mantenido por medio de intercambios genéticos entre estas tres líneas evolutivas de la humanidad.

Para los autores del estudio, el análisis genético de otros fósiles de cromañón hallados en Europa permitirá dilucidar quiénes están en lo cierto y hará posible reconstruir migraciones genéticas posteriores, como la asociada con el Neolítico y el inicio de las prácticas agrícolas, hace unos 8.000 años.

No cabe duda de que la ciencia del ADN ha entrado en la evolución humana como un elefante en una cacharrería. Mirada con recelo al principio, los antropólogos echan mano de la genética para dar respuesta a nuestros orígenes y encontrar las claves de la esencia humana. Uno de los nuevos retos de la ciencia está en comprender las bases genéticas de los rasgos físicos y comportamentales que distinguen al hombre del resto de los primates. La clave de la humanidad se halla guardada en el fino hilo de un mero que es nuestro ADN. Uno de los pasos más significativos dados en esta dirección ha sido, sin miedo a equívocos, la lectura del genoma humano, que se acaba de completar. Otro paso está a punto de completarse: la secuenciación del genoma del chimpancé, el primate que más se parece a nosotros. Hace entre 5 y 7 millones de años, nuestra estirpe y la de los chimpancés se separaron de un antecesor común para seguir caminos diferentes. A pesar de ello, las diferencias a nivel genético entre estas especies es mínima, pues quizás no sobrepase el 2 por 100. Sólo nos separan unos cuantos millones de pares de bases o letras genéticas. ¿Pero cuáles de éstas son las que nos hacen humanos? ¿Serán los científicos capaces de determinar los cambios genéticos que obraron el milagro evolutivo?

Es de suponer que nuestros genes tuvieron mucho que ver en los retoques que diferenciaron a los humanos de los otros primates, como son, entre otras, la forma del cuerpo y el tórax, la anatomía craneal, el tamaño y la topología del cerebro, la relativa longitud de las extremidades, el aumento de la longevidad, la reducción de los caninos, la pérdida de pelo corporal, las dimensiones de la pelvis, la forma en S de la espina dorsal, la postura erguida, la capacidad de oponer los dedos pulgar y meñique, la habilidad para fabricar herramientas y la facultad del habla. La ciencia ha levantado la veda para la caza de los genes humanos.


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