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CAMINO DE LA TEOCRACIA

La derrota de Nayaf

La batalla de Nayaf acabó convertida en un pulso entre el Gobierno iraquí y las autoridades chiítas. Era la primera vez que el Gobierno de Irak se enfrentaba a una crisis seria bajo su responsabilidad exclusiva. Los norteamericanos han cumplido funciones militares y de apoyo. Las decisiones le correspondían al propio Gobierno.

La batalla de Nayaf acabó convertida en un pulso entre el Gobierno iraquí y las autoridades chiítas. Era la primera vez que el Gobierno de Irak se enfrentaba a una crisis seria bajo su responsabilidad exclusiva. Los norteamericanos han cumplido funciones militares y de apoyo. Las decisiones le correspondían al propio Gobierno.
Al Sadr
El final de la batalla ha llegado con la entrada en Nayaf de la multitud convocada por el líder chiíta Al Sistani y el pacto negociado y cerrado entre Al Sistani y Al Sadr, el joven clérigo insurgente, como lo suele llamar la prensa occidental. El Gobierno iraquí no ha sido capaz de imponer su autoridad y la banda de terroristas de Al Sadr, que también entra dentro de la categoría de ejército insurgente para los medios occidentales, ha acatado la autoridad de la jerarquía chií, no la del Gobierno. Después de esto ya sabemos quién manda en Irak. No es el Gobierno de Bagdad. Son los ayatolas chiítas. Y los ayatolas chiítas acaba de demostrar cuál es el grado de respeto que sienten hacia el actual gobierno iraquí: ninguno.
 
El episodio ilumina retrospectivamente la actitud norteamericana después de la Primera Guerra del Golfo. Ahora parece bastante clara la razón por la que la coalición que entonces liberó Kuwait bajo el liderazgo de Estados Unidos y Bush padre, no avanzó sobre Bagdad. No fue sólo por respeto a los límites del mandato de la ONU, que no preveía derrocar a Sadam Hussein. Fue por miedo a ver a los ayatolas en el poder. En la cumbre de la jerarquía chií estaba entonces el ayatolá Al Khoi. Uno de sus discípulos era Al Sistani. Ahora es su sucesor y acaba de tomar el poder en Irak.
 
El proyecto de construir un régimen civilizado en Irak se basaba en dos ideas sencillas. Uno era la de la instauración de la democracia, que es el gobierno de la mayoría. Como la mayoría de la población iraquí es chiíta, estuvo claro desde el principio que los representantes de esta rama del Islam iban a jugar un papel fundamental. La segunda idea era la de garantizar el respeto a la ley, sin la cual el gobierno de la mayoría se convierte en una tiranía. Ese era el papel de las tropas y del personal de intervención y para eso se formó el actual Gobierno iraquí. Ya se sabía que ese trabajo iba a ser extraordinariamente difícil. Habría merecido un respaldo masivo por parte de la llamada comunidad internacional. No lo ha recibido, como se sabe de sobra. El Gobierno español, con el respaldo de la opinión pública de nuestro país, ocupa un puesto de honor entre quienes decidieron abandonarlo a su suerte y despejar el camino a lo que ahora ha empezado a configurarse definitivamente como un régimen islámico.
 
En esta deriva todo el mundo tiene responsabilidades. Después de que los abandonaran a su suerte tras la liberación de Kuwait, los chiítas no tenían demasiadas razones para fiarse de los nuevos libertadores. Los norteamericanos, entre otros muchos errores, respetaron a Al Sadr para no convertirlo en un mártir, como su padre pasó a serlo tras su asesinato por Sadam Hussein en 1999. El asesinato de Al Hakim, otro líder chiíta, indicó cómo se estaba dilucidando el control de Nayaf, que es el control ideológico, político y en buena medida económico (por la cantidad de dinero que se mueve en torno al lugar de peregrinaje) del conjunto del chiísmo. La sublevación de Al Sadr daba la oportunidad de demostrar hasta qué punto el Gobierno iraquí, legítimamente constituido y respaldado por la legalidad internacional emanada del Consejo de Seguridad de la ONU, podía o estaba dispuesto a imponerse.
 
No ha sabido hacerlo. Nadie se ha atrevido a atacar el mausoleo y el templo en el que se habían refugiado los terroristas de Al Sadr. Esas son las nuevas reglas de esta guerra. El enemigo no tiene escrúpulos y nosotros no tenemos convicciones. Ni siquiera se ha intentado señalar algo tan obvio como es que quienes violan el carácter sagrado mausoleo de Alí son en primer lugar quienes lo han utilizado como escudo.
 
El pacto del 26 de agosto y la entrada de los fieles chíies en el Mausoleo han sellado una derrota que tendrá un largo alcance. Los medios de comunicación occidentales se felicitarán de la resolución pacífica del conflicto. La opinión pública dará por bueno el fin del asedio. Mientras, los cristianos seguirán saliendo de Irak y probablemente los kurdos empezarán a pensar en una nueva solución. Se ha resquebrajado un poco más –esta vez considerablemente- la confianza en la capacidad de la democracia y la libertad para imponerse al fanatismo y al terror. Y no faltará quien se alegre.
 
Eso sí, Al Jazeera ha decidido no emitir, para no herir la sensibilidad de los espectadores, el asesinato del periodista italiano Enzo Baldoni por el llamado Ejército Islámico en Irak.
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