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VI ANIVERSARIO DEL 11-S

La Cuarta Guerra Mundial

Ya ha llovido desde aquel 11 septiembre de 2001. Este año la efeméride cae por primera vez en martes, y puede que alguna televisión vuelva a emitir los sucesos en tiempo real –el primer y vago avance informativo, el seguimiento en segundo plano; finalmente, la constatación de que estaba produciéndose algo de enorme importancia–; puede que incluso abunden las preguntas del tipo: "¿Dónde estabas cuando te enteraste de lo que estaba pasando?". Ahora bien, será difícil recrear el estado de ánimo prevaleciente al final del día, cuando los ciudadanos de la superpotencia su fueron a la cama sin saber qué les depararía la mañana siguiente.

Ya ha llovido desde aquel 11 septiembre de 2001. Este año la efeméride cae por primera vez en martes, y puede que alguna televisión vuelva a emitir los sucesos en tiempo real –el primer y vago avance informativo, el seguimiento en segundo plano; finalmente, la constatación de que estaba produciéndose algo de enorme importancia–; puede que incluso abunden las preguntas del tipo: "¿Dónde estabas cuando te enteraste de lo que estaba pasando?". Ahora bien, será difícil recrear el estado de ánimo prevaleciente al final del día, cuando los ciudadanos de la superpotencia su fueron a la cama sin saber qué les depararía la mañana siguiente.
Seis años después, la mayoría de los norteamericanos están bastante seguros de qué se van encontrar al levantarse: el desbaratamiento de un complot terrorista en algún lugar del planeta. A veces los terroristas se salen con la suya, en tal o cual lugar... pero lejos: en Bali, o en Estambul, o en Madrid, o en Londres. Son bien pocos los que esperan encender la tele y encontrarse con una columna de humo enseñoreándose de Atlanta, Phoenix o Seattle.
 
Durante la última campaña del IRA, que se prolongó por espacio de 30 años, los británicos se acostumbraron (quizá demasiado pronto) a empezar el día escuchando que había sido asesinada una personalidad de primer nivel, o que una parejita de ancianos y un grupo de escolares habían saltado en pedazos en un centro comercial. Aquélla fue una guerra terrorista en la que el terrorismo acabó prácticamente por convertirse en parte del panorama cotidiano. En cambio, Estados Unidos no ha sufrido acto terrorista alguno desde que, hace seis años, el presidente Bush declarase que el país se encontraba inmerso en una "guerra contra el terror".
 
En teoría, la Administración tendría que estar obteniendo réditos políticos por ello: el presidente ha procurado seguridad a la nación. En la práctica, la calma que reina en el frente doméstico ha jugado en contra de la razón esgrimida para acometer tal conflicto: si en una "guerra contra el terror" no hay terror, ¿quién puede decir que haya guerra alguna?
 
Éste es, de hecho, el argumento que viene manejando la izquierda, cegada por el odio que siente hacia esa panda de fascistas de Bushitlerburton que ha sometido América a un estado de alerta permanente por el que Dick Cheney tiene carta blanca para controlar todas las llamadas interestatales del personal –y sus buenas y oscuras razones tendrá–. A juzgar por las risueñas caras de los que tienen que pasar descalzos los controles de seguridad de los aeropuertos del país, la mayoría de los norteamericanos parecen relativamente contentos con ese estado de alerta permanente.
 
He aquí una curiosa ironía: los aeropuertos están permanentemente en alerta naranja y los norteamericanos en... bueno, lo cierto es que no sé si el Departamento de Interior tiene un color que equivalga a "Cachazudamente Despreocupado". Ahora bien, si mañana nos encontráramos un socavón ceniciento en el lugar que suele ocupar el Empire State, tardaríamos un tris soltar perlas del tipo: "¡El presidente tenía que saberlo!", "¡Aquí está la prueba de que sus medidas de los últimos seis años han fracasado!", "¡Necesitamos otra supercomisión de investigación repleta de  eminencias jubiladas!"...
 
Eso, por lo que hace a las reacciones relativamente sensatas. ¿Has tenido la suerte de ver la pegatina ésa que dice: "El 11-S fue un trabajo doméstico"? Si es que no, no tienes más que acudir al campus universitario más próximo y darte un paseíto de un par de minutos por la avenida principal. La verdad es que resulta un tanto extraño que un régimen fascista que no piensa en otra cosa que en matar a miles de personas en un edificio emblemático no se haya ventilado –eso sí, con la debida discreción– a los profes disidentes, o cuando menos al tío de las pegatinas.
 
Corajudo como es él, Robert Fisk, del Independent británico, presunto decano de los corresponsales destacados en Oriente Medio, ha arrumbado a la orilla de la Verdad Verdadera y escrito una pieza titulada "Hasta yo pongo en duda la verdad sobre el 11-S". Según una encuesta del pasado mes de mayo, el 35% de los demócratas creen que Bush sabía de antemano lo del 11-S. ¿Rumsfeld también? Casi seguro. Por eso es que aquel martes acudió a su oficina como todos los días: porque sabía que el avión que se empotraría contra el Pentágono se detendría justo al lado de la fotocopiadora. Así de bien planeado estaba todo. No como en Irak, claro.
 
Según parece, aún hay un 39% de demócratas que creen que Bush no sabía nada de lo que iba a pasar –o, por lo menos, los había en mayo–. Pero estoy seguro de que la mitad de ellos se habrán subido a la burra de Rosie O'Donnell antes de los caucus de Iowa. Si Irak es un nuevo Vietnam, el 11-S es la reedición del asesinato de Kennedy. ¿Lo de Bali, Madrid y Londres fue también cosa de la Banda de Bush? Y todavía habrá quien se pregunte por qué el gasto público está salido de madre...
 
Por otro lado, el otro día el New York Times publicó una información sobre el estado en que se encuentran las demandas interpuestas a propósito del 11-S. Los familiares de 42 de las víctimas mortales están reclamando compensaciones a distintas entidades con el argumento de que lo que sucedió aquel martes debía haberse previsto. El bufete Motley Rice, que se ha forrado a base de emprender litigios contra el tabaco, el amianto y la pintura con plomo, promete llevar ante los tribunales a todo aquel que permitió que los acontecimientos del 11-S tuvieran lugar. Y cuando habla de "todo aquel" se refiere a American Airlines, a United Airlines, a Boeing, a las autoridades aeroportuarias, a las compañías de seguridad..., a todo el mundo salvo a los tipos que perpetraron la matanza.
 
Al decir del NYT, muchos de los familiares están furiosos y absolutamente decididos a que la muerte de sus seres queridos tenga un significado. Pero, con toda seguridad, el significado que pretenden encontrar sorprenderá a nuestros enemigos no sólo por su extremada rareza, sino porque les aportará una razón más para sostener que serán ellos quienes acabarán llevándose la victoria: perpetras un acto de guerra y las víctimas replican interponiendo demandas contra sus propios conciudadanos.
 
Pero ése es, precisamente, el American way: casi todas las noticias tratan de alguien que anuncia haberse puesto en manos de un abogado. Ahí tenéis el penúltimo ejemplo, el del senador Larry Craig. Como ha destacado Andrew McCarthy, a una cultura legalista los árboles le impiden, invariablemente, ver el bosque. El senador Craig debería saber que lo que importa no es si un abogado astuto puede librarle del trullo por tal o cual tecnicismo, sino si la gente piensa que va por la vida buscando sexo anónimo en los baños públicos. De igual manera, esos familiares de víctimas del 11-S deberían saber que, si quieren que la muerte de sus seres queridos tenga algún significado, lo que importa no es si acosan a la Boeing para que admita algún tipo de responsabilidad, sino si persisten en que el movimiento que asesinó a sus seres queridos sea perseguido, y erradicado de la faz de la Tierra el virus ideológico que hizo que varios miles de personas celebraran aquella matanza cantando y bailando en las calles.
 
En su último y combativo libro, Norman Podhoretz aboga por que el conflicto en que estamos inmersos sea denominado Cuarta Guerra Mundial. Desde luego, hubiera sido políticamente más fácil enmarcar la campaña de Irak en una cuarta guerra mundial que en una campaña antiterrorista. Pero vete tú a saber: lo mismo incluso en ese caso nos habríamos enfangado en legalismos, conspiraciones y relativismos varios. En última instancia, como dice Podhoretz, si se va a librar una guerra, "habrá de ser librada los norteamericanos de hoy día".
 
Seis años después, y al tiempor que el 11-S va pasando a la historia, muchos norteamericanos no ven que haya guerra alguna ni nada que se le parezca.
 
 
© Mark Steyn
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