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AL MICROSCOPIO

La ciencia, como la Asamblea de Madrid

Hace quince días me comprometí con los lectores de Libertad Digital a seguir de cerca el debate generado en el Reino Unido a cuento del informe de la Royal Society sobre cultivos modificados genéticamente. Ahora, estoy por arrepentirme.

Tenía entonces la bisoña ilusión de que los resultados del mayor trabajo de campo realizado sobre transgénicos por el club de científicos más antiguo del mundo iban a permitir un debate razonable y sosegado. Que la voz de los sabios acallaría el vocerío de los indocumentados y de los grupos de presión interesados. Pero nada de eso. Los sabios han hablado y su dictamen sólo ha servido para que los gritones sigan a lo suyo. Los ecologistas a amenazarnos con los peores de los males si consumimos maíz transgénico. Los empresarios del sector a anunciar con pompa y circunstancia que han ganado la batalla. Pareciera que esa superfluidez argumental de ciertos políticos que les permite arrogarse victorias sea cual sea el resultado de las urnas, digan lo que digan las encuestas, es contagiosa.

Permítanme que trate de esbozar un modesto resumen del guirigay. El día 16 de octubre, la Real Sociedad Británica hizo públicos los anhelados resultados de su estudio de campo sobre tres especies de cultivo modificados genéticamente: una de colza, otra de remolacha y una tercera de maíz. Los vegetales habían sido tratados para tolerar determinados herbicidas. Los datos parecen demostrar que la colza y la remolacha estudiada producen más daños al medio ambiente que sus hermanas no modificadas. En el caso del maíz el efecto es justo el contrario: el transgénico es menos dañino que el no transgénico.

Conviene tener las cosas claras. Los estudios se han realizado sobre especies agrícolas a escala productiva. Es decir, en entornos de por sí agresivos. Si un agricultor pretende producir especies de maíz, colza o remolacha sanas, lustrosas y nutritivas y, además, ganar dinero con dicha actividad, deberá controlar las malas hierbas y las plagas que amenazan el cultivo. Eso quiere decir "matar" vegetales que sirven de alimento a insectos y otros animales o de base para parte de la biodiversidad de la zona. Y esto sucede igual con alimentos modificados genéticamente o no, con alimentos de laboratorio o "biológicos". Lo que se ponía en juego en el estudio británico no era un dictamen pro o contra los transgénicos, simplemente se trataba de dilucidar si éstos eran más o menos eficaces que el resto de los cultivos en este empeño por librarse de las malas hierbas y las plagas.

Desde el primer momento, los ecologistas han llevado el debate al terreno de los maximalismos, algo en lo que son expertos. Para ellos se estaba cuestionando la viabilidad de todos los cultivos modificados para todo tipo de aplicaciones. Pero he aquí que los resultados no ha sido unívocos. De las tres especies elegidas, dos parecen más dañinas que las "naturales" y una parece más beneficiosa.

Puestos a manipular, tanto daría decir que el estudio demuestra que los transgénicos son dañinos para el medio ambiente, como lo contrario. Por supuesto, los ecologistas han preferido la primera interpretación torticera y ya piden que se prohíba el cultivo de especies transgénicas en ¡toda la Unión Europea! Y, por supuesto, la inmensa mayoría de los medios de comunicación que siguen el debate, en el Reino Unido y en España han optado por títulos del calibre "El estudio confirma el impacto ecológico de los transgénicos". A nadie, que yo sepa, se le ocurrido titular. "Un estudio demuestra que el maíz transgénico es beneficioso para el medio ambiente".

Ni una cosa, ni otra. El estudio sólo confirma que los alimentos transgénicos pueden ser beneficiosos o perjudiciales para el medio según cómo se gestione su cultivo. Osea, igual que los melones de Villaconejos o las terneras de Ávila. No hay motivos suficientes para desacreditar su uso, como tampoco los hay para garantizar su inocuidad. Pero si hemos de ser honestos con lo datos, aunque le pese a Greenpeace, debemos reconocer que, al menos, se ha demostrado una versatilidad en los cultivos modificados que antes desconocíamos. Lo que sí demuestra el estudio es que los agricultores son actores principales del proceso y que de su correcta información, del uso adecuado de semillas y herbicidas y del control que ejerzan sobre sus cultivos depende la idoneidad de una técnica u otra.

El Gobierno británico se ha apresurado a decir que analizará todo el estudio de la Real Sociedad antes de tomar una decisión legislativa al respecto y que él no está "ni a favor ni en contra" de los transgénicos. Como si pudiera tomarse partido. ¿Es posible estar a favor o en contra del pan de hogaza? ¿Se puede tomar postura favorable o contraria a las sardinas en conserva? No, señores. Uno puede estar a favor de las buenas conservas y en contra de las malas.

Lo mismo ocurre con los alimentos modificados genéticamente. Si algo ha probado el controvertido análisis británico es que los hay mejores y peores, más y menos competitivos y que merece la pena seguir trabajando para que todos alcancen el grado de inocuidad del maíz. El ejemplo del maíz demuestra que la transgénesis abre un sinfín de posibilidades para la práctica de una agricultura menos agresiva con el entorno. Los mismos ecologistas que impusieron la prohibición de exportar DDT con las nefastas consecuencias que aquello tuvo en su momento para el control de pestes como la malaria, ahora pretenden dinamitar el uso de semillas de maíz que producen infinitamente menos daño en los cultivos que el DDT y que las técnicas plaguicidas y herbicidas tradicionales. Lo hacen arropando su discurso en una interpretación falaz de un informe científico.

Todos reclamamos las máximas garantías en temas relacionados con la agricultura y la alimentación. Sean transgénicos o no, los cultivos deben seguir avanzando en eficacia, seguridad, sostenibilidad y respeto ambiental. El trabajo de la Real Sociedad nos enseña que se pueden cultivar semillas de laboratorio de forma segura.

En los despachos de Greenpeace ya estarán buscando entre los papeles científicos un clavo ardiendo al que agarrarse. Ya empiezan a amenazar con impugnar el resultado del maíz porque, entre los muchos empleados, se ha utilizado un herbicida pasado de moda. Hurgarán hasta encontrar una justificación a sus despropósitos, un argumento remoto para no tener que pedir perdón a los agricultores aragoneses cuyos campos de maíz asaltaron impunemente no hace mucho. Como si la ciencia fuera igual que la Asamblea de Madrid.
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