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DRAGONES Y MAZMORRAS

La ciénaga definitiva

El evidente ninguneo de que es objeto una importante faceta de nuestra historia más inmediata (con independencia de nuestro juicio sobre ella) ha creado cierto revuelo entre los adictos al fenecido régimen.

Semana especialmente intensa que empezó para mí, y para muchos otros, con la inauguración, el lunes 5 de mayo de la exposición conmemorativa del primer centenario de ABC. Ocurrió en la Biblioteca Nacional, auspiciada por el mismísimo presidente de Gobierno y estará abierta al público hasta el 22 de junio. Distribuida en seis bloques, se hace especial hincapié en los cambios acaecidos a lo largo de esta centuria (la exposición se titula precisamente Un siglo de cambios), entre los que tiene un tratamiento especial el experimentado por la mujer, pues no en vano la comisaria de la exposición es Carmen Iglesias, académica de la Historia y de la Lengua. Nada que objetar, más bien lo contrario. La capillita dedicada a las vanguardias es muy notable y algunos la consideraban suficiente para justificar la visita aunque, a mi entender, la fuerza está en el archivo fotográfico y ahí es donde se produce una perplejidad que algunos han tenido y de la que me hago eco: la escasa presencia de Franco, así como de la Falange y el Movimiento en la exposición. No es que una esté a favor, pero si hay que dar testimonio de la realidad, hay que darlo y nadie podrá argumentar que el ABC permanecía ajeno o contrario a la misma. Tengo que confesarles que yo no había caído en la cuenta (no soy una forofa) pero examinando el por lo demás muy interesante catálogo, me encuentro con una sola fotografía de Franco, a caballo, acompañado de Primo de Rivera, Sanjurjo y Saro en la campaña de África. Nada más. Como si apenas hubiera pesado ni en ese periódico ni en la historia de este país, ni fuera punto de comparación para los innumerables cambios, ya que de eso se trata.

El evidente ninguneo de que es objeto esa importante faceta de nuestra historia más inmediata (con independencia de nuestro juicio sobre ella) ha creado cierto revuelo entre los adictos al fenecido régimen, espoleados además por el ataque de Umbral a la figura de José Antonio Primo de Rivera (de quien también es el centenario), a propósito del libro que ha publicado Rocío Primo de Rivera sobre su familia. Durante unos días circuló por la Red la carta que ésta escribió a Umbral y de la que me dicen que se arrepintió en seguida. Más le valiera, porque su vulgaridad la convertía de posible víctima en certero verdugo, convirtiendo por unos momentos este espacio de libertad en esa ciénaga definitiva a la que aludía en su libro del mismo nombre, el escritor italiano Giorgio Manganelli. Para terminar con este asunto me haré eco también de cierto artículo publicado, también en la red, por Enrique de Aguinaga (y que me ha llegado a través de un amigo) en el que se lamenta de la proscripción de una figura (la de José Antonio) y, a su favor, cita algunos juicios sobre su figura, formulados por ciertos autores españoles, libres de toda sospecha. Uno es de Rosa Chacel, quien —siempre según Aguinaga— escribió desde Buenos Aires: “Dos cosas son increíbles: una, que todo eso haya podido pasarme inadvertido a mí, en España, y, otra, que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien”, y el otro de Unamuno: “Le he seguido con atención y puedo asegurarle que se trata de un cerebro privilegiado. Tal vez, el más prometedor de la Europa contemporánea”. Al parecer, están preparando incluso un libro en el que se reúnen mil juicios mil sobre José Antonio y Aguinaga, en ese mismo artículo, avanza unos cuantos, además de los anteriores: “prodigio de armonía” (Laín), “inefable” (Azorín), “inmenso filósofo” (Cándido), “víctima inenarrable” (Indalecio Prieto), “realizador de la doctrina de Ortega” (Pío Baroja), “señalado por Dios” (Camilo José Cela), “hijo de la luz” (Antonio Garrigues Walker), “el español más interesante (y más desaprovechado) de esta terrible centuria” (Fernando Sánchez Dragó). Para que luego digan.

No quiero cerrar mi crónica de esta semana sin mencionar la fiesta que dio la Embajada de Israel, el martes 6 de mayo, para conmemorar su independencia. En el Hotel Villamagna tuve ocasión de encontrarme con los pocos escritores y políticos españoles que sostienen la causa judía. No les nombro porque sé por experiencia que, en los tiempos que corren, aparecer en esas listas no sirve nada más que para recibir insultos y tener, muchas veces, que cambiar de correo electrónico. Es duro decir esto pero vivimos un recrudecimiento de la judeofobia, que no es sino la variante contemporánea del antisemitismo de toda la vida. Muy relacionado con esto último, aunque ya en otro contexto (la Residencia de Estudiantes) la conferencia de Jorge Semprún, titulada Literatura y memoria del Mal: de Sartre a Paul Ricoeur, con la que “le beau Georges” cerraba un ciclo de tres lecciones, escalonadas a lo largo de la semana, y que fue la única a la que acudí. Semprún empezó hablando de su experiencia como escritor, bastante tardía, pues su reacción ante el horror de los campos fue, primero, de huída en la política. De Sartre, de quien hizo un amago de rehabilitación, destacó su valentía de guerra de Argel, su compromiso político (sin dar demasiados detalles) y esa especie de elite intelectual, basada en la notoriedad y no en la competencia como, según Semprún, ocurre en la tendencia actual. Por supuesto, mencionó la importancia de 1947 en la literatura del compromiso, con las novelas de Sartre, La nausea, de Camus, El extranjero y de Blanchot. Pero la parte más sustanciosa de su conferencia fue, sin duda, la que hacía referencia a los campos, y a la memoria de los campos (citó la frase de Paul Ricoeur “sin memoria no puede haber historia”), tanto la suya propia, como la de Primo Levi —muy determinado por el exterminio judío— y la de Jacques Antelme, libro sobre la humillación y la relación víctima/verdugo. Semprún se refirió a que la literatura de los campos fue bastante tardía, al menos su recepción y lo atribuye al rechazo de los contemporáneos que no querían escuchar porque se sentían, unos, aterrados y otros, culpables y así, sólo quince años después de su publicación, Si esto es un hombre de Primo Levi, tuvo el éxito merecido. Apuntó, de paso, que hasta la victoria de Israel en la guerra de los seis días, tal vez al sentirse “vencedores”, los judíos empezaron a no avergonzarse del exterminio (curioso aserto sobre el que valdría la pena documentarse). Semprún aludió, en particular, a la numerosa literatura femenina al respecto, tanto testimonial como de ficción. Pero no sólo mencionó la literatura de los campos de exterminio nazis sino también la de los campos soviéticos y citó, como el mejor de todos, el libro de Varlam Shalámov, Relatos de Kolymá (publicado en español por la editorial Mondadori, por cierto). En suma, el ex ministro, y sin embargo hermano de nuestro compañero de periódico, Carlos Semprún, estuvo más él mismo que nunca: locuaz, incisivo unas veces, pastelero otras, pero siempre brillante.


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