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DRAGONES Y MAZMORRAS

La carne es triste, ¡ay!

No hay duda de que algo se me ha debido pegar de la melancolía inherente a estas fechas para que lo primero que me venga a la mente al echar un vistazo a estas dos semanas sea ese verso malarmeano que es el no va más de la desilusión y la amargura.

La chair est triste, hélas, et j’ai lu tous les livres; “La carne es triste, ay, y lo he leído todo”, en traducción más que libérrima, lamento o grito que me ha salido de mis propias carnes. Inevitable perder por el camino algún evento, aunque fuera tan importante como el protagonizado por Carmen Iglesias, Soledad Puértolas, Ana Caballé y Cristina Peri Rossi. Se trataba de la presentación de una obra titulada La vida escrita por las mujeres, editada por el Círculo de Lectores para conmemorar su 40 aniversario. Primero Carmen Iglesias conferenciaba sobre “Las mujeres y la palabra” y después las arriba citadas —con el sorprendente añadido de Carlos Castilla del Pino, han leído bien, ese gran psiquiatra, ese sociólogo, ese académico de la lengua que decidió en obra inmortal sobre el sentimiento de culpa que en la Unión Soviética, al ser una sociedad justa, se había terminado con esa lacra moral— hablaban, en mesa redonda, sobre “La palabra de las mujeres”. Siete siglos, en cuatro volúmenes, en pos de textos escritos por mujeres que, como dice literalmente la invitación “en muchas ocasiones fueron redactados desde (el subrayado es mío para poner el dardo en la llaga del error sintáctico) el silencio y la discreción”. Me hubiera gustado escucharlas pero eran muchas cosas las que sucedían al mismo tiempo y de algunas les hablé la semana pasada, por cierto, con poco silencio y ninguna discreción o, para seguir en la misma onda de claudicación preposicional, fuera del silencio y la discreción.
 
No falté sin embargo a otra cena en el Palace, con distinto menú, a pesar de lo que temíamos los repetidores de la anterior (Crema de boletus, Suprema de lubina con Trampó caliente de Frutos de mar; pera en Almíbar en su traje crujiente con Helado de canela; dulces navideños con café). Sobre la calidad no puedo decir nada porque con tanta cena, hasta el paladar más exquisito se estraga, como muy bien sabían los mineros asturianos de antaño que llegaron hasta a hacer huelga (supongo que de hambre) para que nos les pusieran salmón a diario. Esta vez no se nos mostraban las excelencias de la política cultural del gobierno sino las de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez, que celebraba la entrega del IV Premio Periodístico sobre Lectura. El afortunado ganador era el escritor vallisoletano Gustavo Martín Garzo y también recibía galardón el suplemento cultural de ABC por haberlo publicado, virtud obliga y, como es natural, fue Fernando Rodríguez Lafuente el encargado de recogerlo y de agradecerlo. Con el menú nos daban un suelto en el que se recordaban los currículos y los nombres de los premiados con anterioridad. Sorpréndanse: Juan José Millás (El País); Fernando Savater (El Correo Vasco); Alberto Manguel (El País). Los asistentes no eran exactamente los mismos a los del festejo de la semana pasada porque hay mucho fanatismo en el gremio, pero coincidíamos bastantes y alguno de los que presumen de progres, pasó disimuladamente a mi lado para ver si tenía la suerte de que no le viera y no se lo recordara ante “los nuevos”.
 
Pero de nada sirve hacerse el trapense y negar que uno no se mueve de casa, porque después todo se sabe y todo se publica, sea cierto o no. Díganselo a Andrés Trapiello, el solitario por excelencia, que ha visto cómo Arcadi Espada, en un artículo titulado “Rimel y tipografía” (El País, lunes 8/12/2003, edición para Cataluña), contaba de manera inexplicable para quien no esté en el secreto, un episodio de su educación sentimental que maldita sea lo que nos importa, excepto, supongo, a los lectores del diario de Trapiello. Pase por que le reproche haber militado en el Partido Comunista (internacional), por que ridiculice su juvenil malditismo de provincias, por que le acuse de haber pintado “monótonos cuadros informalistas”, incluso de haber hecho trampas en su trabajo en el inevitable diario Pueblo, delegación de Valladolid, pero que me aspen (como se decía antes) si entiendo qué hay de malo o de ridículo en haber tenido una aventura con una señora como María José Goyanes, cuyo honor, dicho sea de paso, pone el poco caballeroso Espada en entredicho al revelarlo. Pero como me escribe un amigo, comentando este extremo, ¿qué es eso del honor de una dama a estas bajuras?
 
No es Espada el único que la ha tomado con Trapiello. En un plano, también público aunque no del todo publicado, testigos directos me han contado que la familia de Federico García Lorca no perdona al diarista ciertos reproches que les ha hecho sobre la celosa tutela que dicha familia observa respecto a los derechos de autor. Al parecer, se encontraban ambas partes en la presentación de algo —no sé si libro o exposición— relacionado, por supuesto, con la generación del 27 cuando uno de los descendientes de Lorca se acercó a Trapiello y, sin más preámbulo, le dijo, señalándole con el dedo: “Te morirás tú, se morirán tus hijos, se morirán los hijos de tus hijos, se morirán los hijos de los hijos de tus hijos y los Lorca seguiremos cobrando”. Extraña maldición, cuyo barroquismo (observen que no dice ni nietos ni bisnietos) algunos explican por el legendario cuartillo de sangre gitana que se atribuye a los ancestros del excelso poeta granadino.
 
 
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