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CRÓNICAS COSMOPOLITAS

La caradura de Carlos

No se trata de mí, pobre de mí, sino de Carlos Berzosa, rector de la Universidad Complutense de Madrid, que el 7 de enero publicó en El País (¿dónde iba a ser?) un artículo, a propósito de una película sobre Puig Antich, titulado "El olvido de la crueldad franquista".

No se trata de mí, pobre de mí, sino de Carlos Berzosa, rector de la Universidad Complutense de Madrid, que el 7 de enero publicó en El País (¿dónde iba a ser?) un artículo, a propósito de una película sobre Puig Antich, titulado "El olvido de la crueldad franquista".
Y es que se necesita tener una gran caradura para lamentarse por que los jóvenes, y muy particularmente los estudiantes, ignoren todo, o casi todo, de lo que fue el franquismo. Y si así es, ¿quién tiene la culpa? Pues ustedes, cretinos de toga y barba, rectores, catedráticos, profesores, que han hecho de la universidad un descampado, un territorio donde reinan la ignorancia, la imbecilidad y el buenismo progres.
 
Se queja el señor rector, caradura, que nada ha enseñado a sus estudiantes. Y sus colegas igual. Desde la Transición, ya no hay censura, y desde entonces se han publicado muchos libros sobre ese periodo. Y si nadie ha enseñado nada en las aulas no será por culpa de la COPE, o de la Guardia Civil. La culpa es suya, camarada rector.
 
Debo confesar que, tras leer "El olvido de la crueldad franquista", me pregunto si no es preferible esa supuesta ignorancia, o más bien desinterés, de los jóvenes, en vez de que comulguen con semejantes ruedas de molino. Porque el de Berzosa no es un artículo histórico, sino un bodrio propagandístico.
 
El señor rector se lamenta de que sus estudiantes de doctorado nada sepan "acerca de la matanza de Montejurra, ni de la de Vitoria, ni (...) de la muerte de estudiantes como Luz Nájera, Carlos González, ambos de la Universidad Complutense". Lo siento, pero yo tampoco. ¿A qué matanzas se refiere? ¿De qué murieron esos estudiantes, de cáncer o de un tiro en la nuca? Berzosa no da la menor información, así que seguiremos en la ignorancia.
 
Cartel de la película SALVADOR.Yo, que jamás cursé estudios universitarios –y mido mi suerte, al leer éste y otros escritos de catedráticos y rectores–, algo sé del agarrotamiento de Puig Antich. Lo que más me emocionó de este caso fue que Salvador cayera detenido cuando había decidido abandonar la actividad terrorista –que había hecho de él y su grupo unos bandoleros (con su carga de provocación y todo: a veces se hicieron llamar CIA, Conspiración Internacional Anarquista)– para penetrar en terrenos más políticos; más, digamos, pacíficos.
 
Esto es, en todo caso, lo que me dijeron, hace bastantes años, amigos y colaboradores de Salvador; cuando yo podía ir a Barcelona sin que me pidieran visado catalanista alguno.
 
Si los lectores de Berzosa son tan ignorantes como sus estudiantes de la Complutense, tampoco van a entender su referencia a la matanza de Atocha. ¿Se refiere al asesinato de los abogados comunistas que tenían su bufete en la calle de Atocha, o a los tremendos atentados del 11 de marzo de 2004 en la estación de trenes de Atocha? Ciertamente, no puede decirse que su artículo sea detallado, concreto y objetivo; pero es que tampoco le interesa, pues lo que pretende es crear un clima de pánico retrospectivo y propagandístico y, además, farolear, decir algo así como: "Vosotros no sabéis nada y yo lo sé todo".
 
"La idea que tienen los universitarios del franquismo es generalmente vaga –escribe Berzosa–, algo así como que fue una dictadura y que algunos de sus padres corrieron delante de los grises, presentándolo como algo divertido y folklórico". Resulta que, efectivamente, fue así; y cuando añade que sus estudiantes ignoran la crueldad de la represión franquista no hace sino repetir lo que una franja importante de la progresía repite machaconamente: el franquismo fue el peor de todos los regímenes, la dictadura más sangrienta y cruel de todas las que han existido en el mundo. Y eso se ha olvidado, añade hoy Berzosa. Recuerdo haber oído a Javier Tusell decir, en una entrevista radiofónica, que el franquismo fue mucho peor que el nazismo porque éste, en sus primeros años, "sólo molestaba a los judíos". "¡Molestaba!". Cinco o seis millones de muertos se cobraron tales "molestias".
 
Logo del Grapo.El objetivo de estas mentiras es evidente, repugnante y prostituto: cuanto más cruel, tremebundo y sanguinario sea el franquismo, más heroicos seremos los antifranquistas, aun si nuestro antifranquismo se limitó a tomar un café y charlar con Antonio López Salinas en el Gijón, pongamos. Lo cual no impedía a nuestros héroes cursar estudios, hacer carrera en la magistratura, publicar libros o realizar películas.
 
Lo peor de este bodrio del rector Berzosa, buena muestra de la desertificación cultural de nuestras universidades, es que ni siquiera alude a los asesinatos y atentados de ETA y Grapo (y de Puig Antich) durante todo el periodo, el tardofranquismo, al que se refiere. Su posible coartada: la limitación a temas del ambiente universitario, no sirve, porque la universidad no está en Marte, sino inserta en la sociedad española, y porque muchos de esos asesinos eran estudiantes.
 
Pudiera parecer que estoy defendiendo el franquismo. Pues no: estoy atacando el tardoantifranquismo y sus mentiras. Y tengo, incluso desde la óptica berzosiana, motivos y derecho para hacerlo, porque sufrí todos los horrores y crueldades del franquismo. Exiliado (se nos calificaba entones de "refugiados políticos", lo cual resultaba más romántico), sufrí los peligros de la clandestinidad de los militantes antifranquistas en España.
 
Pero lo que me diferencia –o nos diferencia, porque disto mucho de ser el único– de los tardoantifranquistas es que tengo una visión mucho más realista de esa historia; primero, porque me di cuenta de que luchando a favor de un socialismo de tipo soviético luchaba a favor de un régimen infinitamente peor que el franquista; segundo, porque me di cuenta de que el franquismo no era lo que pensaba (en Lavapiés se decía que se había pasado de la dictadura a la dictablanda); y tercero, porque me di cuenta de que, aunque la acción de los antifranquistas no fue, tal vez, totalmente inútil –todo régimen necesita una oposición–, tampoco fue la epopeya que algunos intentan, aún hoy, vender, y resultó bastante ridícula.
 
Y sin embargo fui, y sigo siendo, antifranquista. ¿Por qué? Mis motivos son sencillísimos: estoy en contra, radicalmente en contra, de todo régimen con censura previa de prensa y edición, incluso cuando ésta se ablanda considerablemente; estoy en contra de todo régimen sin elecciones, partidos y sindicatos libres, y sin las demás libertades que todo el mundo conoce. De ahí a aceptar las chorradas de nuestros rectores, de la Ley de Memoria Histórica y de otras mentiras tardoantifranquistas hay un abismo, el que separa la verdad de la mentira.
 
Además, que yo no fui antifranquista –arriesgando lo que fuera– para favorecer vuestras digestiones, carreras, siestas, ministerios: lo fui porque me dio la realísima gana.
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