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PRESENTACIÓN DE 'PASIÓN POR LA LIBERTAD'

La aventura de leer a Mario Vargas Llosa

Leer a Mario Vargas Llosa es siempre una gran aventura. Lo saben de sobra todos aquellos que han leído alguna vez sus novelas. Sin embargo, no solo sus obras literarias nos invitan a una aventura extraordinaria.


	Leer a Mario Vargas Llosa es siempre una gran aventura. Lo saben de sobra todos aquellos que han leído alguna vez sus novelas. Sin embargo, no solo sus obras literarias nos invitan a una aventura extraordinaria.

Durante décadas, Vargas Llosa ha ido compartiendo con sus lectores reflexiones sobre un variadísimo espectro de temas. En ellas, ha ido dando testimonio de su toma de posición frente a una realidad siempre cambiante y sorprendente, pero también ha ido dejando las huellas de una evolución intelectual y política que lo ha llevado a ser uno de nuestros grandes pensadores liberales, un verdadero referente para todos aquellos que creemos que el ser humano se merece la libertad como destino cotidiano.

Esa evolución se ha hecho también parte de mi vida desde hace ya varias décadas. Yo fui uno de aquellos jóvenes latinoamericanos que hicieron una verdadera religión de la idea de que, para decirlo con las palabras de Vargas Llosa en el prólogo a la Historia de Mayta, "la libertad y la justicia se alcanzarían a tiros de fusil". En esa fe crecí, pero también me desencanté de ella al ver que a la sombra de la hermosa utopía se escondía una nueva tiranía, y con ella luché hasta llegar al liberalismo, como aquella doctrina que mejor nos protege contra toda idea totalitaria. En esa lucha la lectura de los ensayos, crónicas e intervenciones de Vargas Llosa fue fundamental.

Los demonios con que yo luchaba a comienzos de los años 80 no eran muy distintos de aquellos con que Vargas Llosa había luchado durante los años 70: ambos teníamos un pasado marxista-revolucionario y habíamos creído en el advenimiento del paraíso comunista. Ahora estábamos ambos en un camino que nos alejaba para siempre de los jardines dorados de la utopía, pero Vargas Llosa había llegado mucho más lejos que yo en el viaje hacia un sueño más modesto y por ello más humano. Leerlo fue un gran estímulo intelectual y un consuelo inapreciable para ese sentimiento de orfandad que aqueja a quienes abandonan el círculo encantado de aquellos que se creen elegidos para ser los mesías de la liberación humana.

Esa evolución personal me fue uniendo, a la distancia, a ese hombre al que ya antes había conocido por sus inolvidables novelas y al que luego conocería personalmente. Por ello es que no tuve duda en contestar afirmativamente a la propuesta de escribir un ensayo sobre el pensamiento político de Vargas Llosa que me hizo el Instituto Timbro de Estocolmo a las pocas horas de que, el día 6 de octubre pasado, se hubiese anunciado que Mario Vargas Llosa había sido galardonado con el Nobel de Literatura.

Así fue naciendo el libro que hoy presentamos, sin mucha premeditación, casi como un impulso que no medía bien sus verdaderas consecuencias. Y lo que en un comienzo fue pensado como un corto ensayo fue creciendo para al menos intentar hacerle justicia a la obra de un pensador que no solo es extraordinariamente prolífico, sino profundo y radical. Radical por buscar siempre ir a la raíz de las cosas, por no conformarse con la superficie, con la frase deslumbrante o la pose que impacta. Por ello es que leer los ensayos de filosofía política de Vargas Llosa es dialogar con lo mejor del pensamiento liberal occidental, adentrarse, por ejemplo, en la gran lucha intelectual de un Karl Popper contra los totalitarismos o empaparse de la sabiduría tranquila de un Isaiah Berlin, o conocer más de cerca a un Friedrich Hayek, un Adam Smith o un Jean-François Revel.

Así, y además originalmente escrito en esa extraña lengua que es el sueco, fue naciendo un texto que luego, al ser reescrito en español, se convirtió en el libro que la Fundación FAES, gentilmente, ha querido publicar bajo el título de Pasión por la libertad. El liberalismo integral de Mario Vargas Llosa.

Las constantes del pensamiento de Mario Vargas Llosa

Entrando ahora más en materia quisiera acercarme a la evolución política de Vargas Llosa destacando dos características de su pensamiento que, a mi juicio, se mantienen a través del tiempo como sus ejes centrales. Ambas pueden ser relacionadas con dos grandes pensadores franceses, que jugaron un papel de primera línea en el desarrollo intelectual de Mario Vargas Llosa. Me estoy refiriendo a Jean-Paul Sartre y a Albert Camus.

De Sartre, que fue un gran héroe cultural para el joven Vargas Llosa, no sobrevivió mucho con el tiempo. Sus artificios dialécticos no fueron finalmente capaces de justificar lo injustificable, es decir, la supuesta distinción entre "opresión progresista", hecha a nombre de un futuro paraíso sobre la tierra, y opresión a secas. Sin embargo, de Sartre sí sobrevivió la idea del escritor comprometido, comprometido con su tiempo, aquel que toma partido, que no calla, que no mira para otro lado. Nada más ajeno a Mario Vargas Llosa que la indiferencia frente a su mundo.

Esa idea o actitud ha sido rectora en una vida en que la política, ya desde los años 50 del siglo pasado, nunca estuvo ausente. Lo que no significa, por cierto, confundir la política con la literatura, que son actividades esencialmente diferentes, tal como el mismo Vargas Llosa no se cansa de explicar: el escritor, y el artista en general, parte de la soberanía de su imaginación para forjar realidades irreales, ficciones tan convincentes que las vivimos, por un instante, como reales. Quien hace política debe, por el contrario, y so pena de caer en la política-ficción y causar grandes perjuicios, partir siempre de la soberanía de lo real y de lo realmente posible.

En marzo de 2010, en una entrevista otorgada al diario peruano La República a propósito de su aniversario número 74, Mario Vargas Llosa recordó su deuda con Jean-Paul Sartre. Y no lo hacía con un interés primariamente autobiográfico, sino para decirles a los jóvenes escritores que la literatura no es un parapeto para aislarse del mundo y rehuir el deber de participar y tomar partido.

Además, en la misma entrevista se le preguntaba sobre lo que por mucho tiempo había sido una especulación bastante común. A saber, que no se le concedía el Premio Nobel justamente por ser un liberal de esos que no se callan, de esos que no se guardan su liberalismo para discretas exhibiciones privadas, sino que lo confiesa, y con qué orgullo, con la voz más alta posible. Su respuesta fue decir que no sabía si ello era cierto; pero, agregó, "si es así, no cambiaré mis convicciones por premios literarios".

Hoy sabemos que la Real Academia Sueca ha desmentido, de forma contundente, la especulación acerca de la presunta incompatibilidad entre ser un gran referente liberal y recibir el más preciado de los galardones literarios. De ello, sin duda, nos alegramos, pero nos alegramos infinitamente más de seguir contando, sin flaquezas ni concesiones, con la nítida voz liberal de Mario Vargas Llosa.

Pasemos ahora a la segunda característica permanente de la actividad de Vargas Llosa. Esta puede ser relacionada, como ya decía, con quien en su día fue el contrincante más desatacado de Jean-Paul Sartre: Albert Camus, el gran escritor argelino-francés, que en 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura por haber puesto de relieve, tal vez mejor que nadie, "los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy", como bien lo expresó la Academia Sueca en su momento.

Con Camus asocio aquella vena rebelde que, a mi juicio, hace de Mario Vargas Llosa quien es, y quien siempre ha sido. Rebelde en el sentido de Camus, es decir, aquel que no acepta la indignidad, la injusticia, la opresión. Que dice no, que planta cara a los tiranos de toda condición. Aquel que no se somete, que no calla frente a una realidad que envilece al ser humano.

El rebelde no es un revolucionario de aquellos que sueñan con paraísos terrenales u hombres nuevos. No, el rebelde actúa por ese hombre que somos, aquel ser imperfecto y limitado, como toda sociedad humana que podamos construir. Pero en ningún caso se resigna a que no seamos lo que sí podemos y debemos ser: dignos, respetados, libres.

Contra toda dictadura

La vena rebelde de Vargas Llosa ha derivado en lo que ha sido su lucha más constante, su verdadero predicamento existencial ya desde la niñez: su oposición férrea, visceral, al autoritarismo, a la tiranía, a la dictadura. Y a sus correlatos inseparables: los patriarcas despóticos, los caudillos, los comandantes-presidentes, los führers de todo pelaje y coartada ideológica. Esta oposición no conoce excepciones y va desde el ámbito personal al social.

Mario Vargas Llosa lo ha expresado mejor que nadie en diversas ocasiones. Por ello es mejor citar sus propias palabras, tomadas de una conversación con su amigo Enrique Krause, publicada hace no mucho en la revista Letras libres:

Si hay algo que yo odio, que me repugna profundamente, que me indigna, es una dictadura. No es solamente una convicción política, un principio moral: es un movimiento de las entrañas, una actitud visceral, quizá porque he padecido muchas dictaduras en mi propio país, quizá porque desde muy niño viví en carne propia lo que es esa autoridad que se impone con brutalidad.

Creo que no exagero al decir que muy poco en la vida de Vargas Llosa sería comprensible si no se tomase este aspecto en consideración. Escribir, como nos recuerda en su obra autobiográfica El pez en el agua, también fue un acto fundamental de rebeldía ante "esa autoridad que se impone con brutalidad", un acto vital de resistencia para reivindicar y defender aquella dignidad y libertad que nos debemos y le debemos a todo ser humano.

De allí su repulsión absoluta a todos los tiranos. Desde el general Manuel Odría, el dictador peruano cuyo régimen marcó indeleblemente la juventud de Vargas Llosa, hasta los dictadores y caudillos de izquierdas o de derechas que han jalonado nuestro tiempo, llámense estos Brezhnev o Pinochet, Castro o Batista, Chávez, Jomeini o Gadafi.

De allí surge también, con absoluta coherencia, su toma de posición actual ante aquella difícil alternativa a la que se ve abocado el Perú de hoy. Nadie que conozca la trayectoria de Mario Vargas Llosa podría haberse esperado algo distinto de lo que ha hecho: condenar y oponerse de la manera más resuelta al intento de Keiko Fujimori de legitimar en las urnas a aquella tiranía, la de su padre, Alberto Fujimori, que por su traición a la democracia, por sus violaciones sistemáticas a los derechos humanos, por su voracidad malversadora, no conoce paralelos en la historia peruana, lo que lamentablemente no es poco decir.

El liberalismo integral

Esta última consideración nos permite abordar la naturaleza misma del pensamiento liberal de Vargas Llosa, aquello que él mismo ha llamado "liberalismo integral", y que ha servido de subtítulo al libro que hoy se presenta.

Se trata de algo fundamental, ya que se desmarca y denuncia una tentación suicida de un cierto liberalismo, no poco común en América Latina, que reduce ese árbol frondoso que es el de la libertad a la economía y que, peor aún, ha estado dispuesto a conculcar, o al menos a no condenar, el sacrificio de ciertas libertades básicas si esto se hace en aras de reformas económicas vistas como liberalizadoras.

Permítanme citar con cierta extensión, dada la importancia del tema, a Mario Vargas Llosa. Sus palabras provienen de una conferencia dictada en marzo de 2005 en el American Enterprise Institute, al recibir el Premio Irving Kristol:

Hay liberales (...) que creen que la economía es el ámbito donde se resuelven todos los problemas y que el mercado libre es la panacea que soluciona desde la pobreza hasta el desempleo, la marginalidad y la exclusión social. Esos liberales, verdaderos logaritmos vivientes, han hecho a veces más daño a la causa de la libertad que los propios marxistas, los primeros propagadores de esa absurda tesis según la cual la economía es el motor de la historia de las naciones y el fundamento de la civilización. No es verdad. Lo que diferencia a la civilización de la barbarie son las ideas, la cultura, antes que la economía, y ésta, por sí sola, sin el sustento de aquélla, puede producir sobre el papel óptimos resultados, pero no da sentido a la vida de las gentes, ni les ofrece razones para resistir la adversidad y sentirse solidarias y compasivas, ni las hace vivir en un entorno impregnado de humanidad.

Esto no quiere decir, en lo más mínimo, que Vargas Llosa ignore la importancia fundamental de una economía basada en la libertad, aquella economía que ha permitido, al extenderse recientemente por casi todo el planeta, elevar el nivel de vida de los seres humanos de una manera nunca antes vista, sacando a cientos de millones de hombres y mujeres de aquella pobreza que siempre fue el mal endémico de la abrumadora mayoría de la humanidad.

Eso es evidente, y provoca la ira de quienes creen que, al menos en economía, la libertad no es la mejor opción que tenemos. Pero esto no significa transformar esa libertad en la única digna de defenderse o en una especie de libertad superior ante la cual las demás libertades deban postrarse.

Esta toma de posición ha llevado a Mario Vargas Llosa a definir el liberalismo de una manera que nos recuerda su sentido más original, es decir, como una "actitud ante la vida", una actitud que está, con sus propias palabras expresadas en un texto donde reivindica la herencia intelectual de Ortega y Gasset,

fundada en la tolerancia y el respeto, en el amor por la cultura, en una voluntad de coexistencia con el otro, con los otros, y en una defensa firme de la libertad como un valor supremo...

Una consideración personal

Estos son algunos de los temas que se recogen en el libro Pasión por la libertad, y quiero dejar hasta aquí estas consideraciones de carácter más general para permitirme hacer una breve consideración final que es más personal.

Si hay un recuerdo que siempre me viene a la mente cuando pienso en la persona Mario Vargas Llosa es el de una tarde soleada y apacible, hermosa como solo pueden serlo aquellas tardes infinitas del corto verano nórdico. Estábamos, junto a Patricia Vargas Llosa y a Mónica, mi esposa, en la pequeña terraza de un café de la encantadora ciudad de Sigtuna, una de las más antiguas de Escandinavia. Allí, a orillas de aquel gran lago-río llamado Mälaren, conversamos un poco de todo, de lo humano y de lo divino, como si hubiésemos sido viejos amigos de siempre, aunque en verdad se trataba de una amistad que recién comenzaba.

Posteriormente he reflexionado sobre aquel momento fugaz pero, a su vez, indeleble, y creo que mi reflexión será compartida por todos aquellos que han tenido el privilegio de conocer a Mario un poco más de cerca. Hay en este gran hombre, y en su entorno humano, una sencillez y una calidez naturales que lo hacen ser plenamente alcanzable y cercano. Esto es, a mi juicio, lo que mejor habla de su grandeza, el que ésta nunca haga sombra a ese ser humano entrañable que es Mario Vargas Llosa. Por ello, y por su pasión infinita por la libertad, es que tantos lo estimamos y queremos.

 

NOTA: Este es el texto que leyó MAURICIO ROJAS en la presentación de su libro PASIÓN POR LA LIBERTAD, que tuvo lugar el pasado día 18 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. ROJAS será entrevistado por MARIO NOYA este sábado en LD Libros (16,30-17,30 horas).

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